Pensemos por un momento en un país en que la Patria no corra peligro. Es decir, un país en el que la derecha no pueda volver a gobernar por unas décadas. Un país –y es otro ejemplo tomado al azar- en el que Carrió se haya declarado derrotada, en el que Duhalde termine enredado en monosilabos y lamentos, Chiche no sea senadora, Ricardito Alfonsín pare de gritar estupideces ante un auditorio replicado por la magia de la computación y deje de pensar que es un líder. Un país sin que la prédica de una desvergonzada como Patricia Bullrich llegue a ningún lado, en el que el “colorado” De Narváez pueda dejar de actuar de peronista y vuelva a sus empresas.
Eso por hablar de los francamente impresentables y que no tienen a nadie que se les anime a encararlos con un espejo. Hay otros, como el Alberto que se postula para ser anfitrión de la Isla de la Fantasía (vamos nuestro Lamas puntano), y que sólo parece buscar un container para cobijar los restos del “peronismo disidente” (y vengarse de ese otrora Padrino que dejó a oscuras al Adolfo en Chapadmalal).
Un país para confrontar proyectos si, con un Binner y hasta con un Sabatella, pensando que tenemos una mejor visión de la Argentina, una más completa, más sensible porque nuestro proyecto se basa en esa Patria (¿se acuerdan?) Justa, Libre y Soberana. Y tiene antecedentes (no sólo tragedia). Competir con otros que nos corran “por izquierda” o por la progre. Y ganar la voluntad de la mayoría del pueblo argentino.
Nos tenemos merecido un Peronismo del siglo 21 armando la sociedad para dentro de muchos años. Y estas pesadillas que se autotitulan “oposición” queden en un tacho de basura arrumbado en el cuartito del fondo, de salida para la vereda.
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