sábado, 27 de enero de 2018

UNA DE PERONISTAS

El peronismo salió rengo de la Dictadura. Para empezar, puso la mayoría de los muertos, desaparecidos y detenidos (al parecer, una costumbre argentina contemporánea).  La "política" -esa especie de neoperonismo que siempre vuelve- tenía una fórmula que no calentaba a nadie. A pesar de los esfuerzos que puso la CGT de Saúl, a pesar de todos los de abajo que habían resistido, las urnas dijeron como sabemos que otros eran "la vida". Y allí estaba la primera derrota electoral  a manos de Renovación y Cambio, que le había juntado la cabeza a todos los radicales.

Hasta la famosa Renovación que impulsó don Antonio con su triunfo deseado, no hubo una buena, salvo esos extraordinarios choripanes en la Plaza y la 9 de Julio en los trece paros y la arenga extraordinaria del "llorón", que se arremangó la campera megáfono en mano. Así, entre muchos, paramos varias arremetidas contra los trabajadores y, quién sabe, más entrega de los que habían aflojado frente a los todopoderosos.

De la Renovación quedaron un gobierno digno y peronista en la provincia de Buenos Aires, y figuritas: el gallego De la Sota, Grosso y Menem. Tras cartón, a Cafiero le tocó perder imposiblemente una interna imposible, y ya sabemos. Siguió eso que lo más fácil es llamar "menemismo". Una entrega, si claro. Pero no es tan sencillo, porque fue una entrega peronista que mientras se remataban las joyas del Estado, iba de regalo también la abuela y caramelos para tribuna. Una locura bizarra, pero no por las bromas de racistas y gorilas, sino porque se enajenaba parte del alma, la honra, y la vergüenza. Perucas de nacimiento y condición hicieron puteada por el foro, se corrieron, se encerraron en los barrios, otros la pelearon también en la calle, y otros -como el que habla- reciénveniditos, se fueron a tentar suerte con el grupo de los Ocho (que también terminó en desastre). Y bueno.

Vimos desfilar por la plaza masas (secas) que hubieran sido tan pero tan peronistas, bajo banderas rojas o de cualquier color y pelaje, piqueteando, rezongando, agarrándose con las uñas del paravalanchas de la exclusión. Todo se fue a la mierda en el dosmiluno como siempre se dice, como si la historia contemporánea comenzara ahí. Unos corrían por los depósitos, otros se descubrían en economías alternativas e intercambios medievales, y otros solo se tapaban del sol que venía jodido y fulminaba como un verano de cuarenta y cinco grados. Hubo más de uno que hasta creyó que se reinventaba el país y que se iban a ir todos. Mientras, los banqueros iban por la de enserio y se perdonaban las deudas. Había también un peronista en el salvataje, Duhalde con su boca torcida y el peinado de contramano, serio como viuda reciente. Zafamos, y el salario se cayó a un tercio, pero zafamos.

La democracia es así, aún cuando no se sabe que más carajo hacer. Porque los que utilizan dictaduras y parlamentos saben, siempre saben cuándo es el momento de la tajada. A no dudarlo, compañero; estiran la mano y al choreo, total cargan siempre la culpa  políticos y  gremialistas.

En ese momento, como que alguien se olvidó de sujetar bien un piano, cayeron del cielo los Kirchner. Y ocurrió algo extraordinario, porque el peronismo se detuvo en el aire y dejó de patinar en la mierda. Viejas fotografías se recolorearon, del baúl de la abuela volvieron a  salir  los vestidos de domingo. Uno empezó a hablar de esos innombrables que habían dejado los huesos en una juventud maravillosa y trágica. Volvió a sonar eso de la redistribución, en una tarde de mateada en el Infierno cuando un Flaco largo y desprolijo tramaba el asalto al Purgatorio. Y ahí fue el peronismo en bandada, dibujando una sonrisa que algunos días fue carcajada. El pueblo -la parte de siempre y un poco más- se vio feliz y con  la patria agrandada.

De  golpe, estábamos de pelea con los que mandan y no aceptan ser desobedecidos, y para colmo al frente iba una Mina peronista. En el diario salió que éramos una manga de chorros, negros de mierda. Algo así como subversivos, ... a nosotros, que sólo queríamos humanizarles el capital.

No le sigo contando, imagino que usté  estuvo ahí... Por cosas de la democracia y la autosuficiencia, perdimos. Que era lo único que no podíamos hacer. Y ahora hay que ganar, que es lo único que tenemos que hacer.

Usté pregunta en seguida: ¿cómo sea? Enseguida le voy viendo el desfile de traidores e impenitentes, los pecadores y los réprobos. ¿Sabe qué? muchos peronistas sabemos que traidores y chorros van al Movimiento como chancho a los choclos, porque el arrebato es más fácil entre mucha gente, y la deslealtad también. ¿Y qué?, todos sirven para algo.

El tema de los temas es el para qué, eso que alguno llama proyecto, principios, plataforma, plan, y quién sabe más qué ensalada de palabras. El peronismo siempre viene a lo mismo: rescatar la Patria hecha bosta por la pandilla garca, ponerla en valor (y siempre que  pasa, crece eso llamado "clase media") y, vamosaver. Será la utopía pensar que en algún momento pasemos a completar esa Revolución Justicialista, y el país no caiga otra vez en las manos de estos tipos, que sepamos y podamos hablar claro y calar hondo en esos que andan a los tumbos y revolean el voto sin saber que está cargado.  Lo que no se puede hacer es perder la confianza en el pueblo, que sería perderla en uno. Por más que te den unas ganas de mandarlos al carajo, por más que el daño sea tan hondo, y tan al pedo.

No tenemos más que el peronismo como prueba de que la realidad no es imaginación de uno, que anda medio perdido. No tenemos más que ese atadito de ideas, buenas intenciones, realidad efectiva, ilusión para algúndíadesos, las ganas de que sea mejor. De no ver la Patria manchada por la insolencia de ricos tan ricos, por la hijaputéz de pobres tan pobres.

No es mucho pedir, le digo. Simplemente es todo.

Y ¡viva Perón!, sin agregarle nada.


martes, 9 de enero de 2018

CON UN RESPETO REVERENCIAL

La “buena educación” hablaba de buenas maneras, poco de educación; algo así como un manual de comportamiento (ya se le quitaba el precedente “buen”, entendiendo que sólo hay una manera de comportarse). Entonces, al lavarse las manos antes de las comidas, al aseo personal y el decoro, al saludo sobre todo a los mayores, a la saludable preferencia por el silencio y la economía de palabras (pensamientos, por ende), se le fue agregando un respeto reverencial por la autoridad y lo consagrado (nunca mejor dicho) como lo "normal" y deseado.

De estas cuestiones tan simples y complejas a la vez, vea usté, depende el Orden (con mayúscula). Como cualquiera puede intuir, sin orden no están dadas las condiciones para una vida civilizada. Cada uno haría lo que quisiera, lo que sus impulsos (o sus deseos, si se le quiere poner alguna intencionalidad al destino) le dictasen y a no dudar que terminaríamos matándonos por las calles.

Como se verá ya a la altura de este tercer párrafo, esto trata de una serie de banalidades que sólo le importan al Poder, que es el poder sobre los que no tienen poder. Los que pueden han puesto las normas, sencillamente porque podían. Es de zurdito agregar que lo hacen para garantizar su propio privilegio a “poder”… Y bien. Por contrapartida, todo discurso que cuestione, tergiverse, contraríe a esta clase de relato, será desechado y deslegitimado hasta la humillación. Lo que, desde ya, no convierte en maravilloso todo aquello que se oponga a lo establecido por el sólo hecho de que se opone. Maravilloso no, ... tentador seguro.

En definitiva, se trata de que cada uno ocupe su lugar. Sin pensar y más, con la tranquilidad que da el sentido común de que es así. Uno apenas puede imaginar lo perturbador que habrá sido la irrupción de humanoides femeninos aullando “sin corpiño y sin calzón, somos todas de Perón”, o una artista encumbrada a primera dama recomendando a las sirvientas que luego de pedir permiso para ir a la reunión del sindicato en varias oportunidades sin resultado, sacaran de la heladera una botella de champagne y se la partieran en la cabeza a los patrones, y vayan nomás. La osadía, la indolencia (cuando no, transformada en insolencia), lo altanero del subordinado, son todas cuestiones que hieren sentimientos profundamente inoculados. El peronismo ha sido como un peine que despeina, pasado a contrapelo. Irrita, violenta, incomoda.

Imagine… valores como el Campo, con su cuerno de la abundancia lleno de hortalizas, las vacas pastando y un mar de trigo dorado haciendo de guarda; el noble chacarero curtido al sol sobre el surco y un tractor más acá del horizonte. Es un derroche de imágenes que remiten al trabajo verdadero, a la esencia de la patria. Los lugares comunes pastorales nos embocan en un supuesto pasado perfecto, sin distinciones sociales, ni pujas distributivas, en el que poniendo el hombro se soluciona todo. Así revoloteaban sobre el imaginario del fulano citadino espantado ante la 125, cuya aproximación máxima al campo era la maceta del balcón… y la cultura.

Imagine más... esa idea machacada y tan natural de la familia como célula primordial y base de la sociedad. Mi familia y yo, mi familia extensa (amigos) y yo, y el resto en un difícil equilibrio amenazante. Porque el afuera es una incógnita y un peligro. Afuera están los motochorros, los que vaya a saber de qué viven, los negros, y blábláblá. Y el peronismo nuevamente, con que “nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”, que la “comunidad organizada”, y para colmo, en la alborada del siglo XXI eso de que “la patria es el otro”. Mi dios.

Gritar es feo, protestar peor aún, marchar por la calle es tremendo, hacer huelga, afiliarse a un sindicato (con dirigentes chorros y mafiosos), arengar al compañero. Son actitudes que llevan a la violencia verbal y de allí, violencia de sacados irrumpiendo en el pulcro espacio público. Había que enrejar.

El peronismo no pretendió ser una contracultura, pero ese fue el resultado. Porque ha sido este movimiento (nacional y popular) el que se erigió como un muro de contención contra la moral burguesa. Fíjese. No ha sido el respetable pensamiento de izquierda que tiene su lugar en la minoría, porque ya se sabe que siempre hay disconformes. El peronismo transformó la disconformidad en una cuestión de masas. Y -vuelva a fijarse- por más traiciones y berretadas que arrastre en su historia, sigue convocando el susto de los buenos, los bien parecidos, los bien pensantes, la gente como la gente. Siempre se puede esperar cualquier cosa del peronismo, como de un animal que no es doméstico por más que viva en casa. Guarda, a no descuidarse, es en esencia "revolucionario" (o no serás nada).

La contracara del problema está en una parte de la "gente", que a veces (como en estos tiempos) se manifiesta abiertamente por la cultura hegemónica (y por el poder hegemónico de la burguesía en este país de capitalistas atrasados y bandoleros). Para estos conciudadanos, la autoridad está dada por la prosapia de la posesión, los que tienen son los que tenían que tener. No importa cómo llegaron, están allí y por algo será. Les resultan más confiables aunque terminen siempre por esquilmarlos. Y será porque de esta manera el universo sigue fluyendo sin mucho sobresalto.

La pregunta "¿y por qué?" es patrimonio de los niños y niñas de tres años y de los que no terminan de acomodarse y aceptar su destino de subordinados. Para el resto quedan las delicias de vivir previsiblemente, "mal pero acostumbráu" como decía Inodoro Pereyra. Ahora, ¿les resulta? La verdad es que no, porque cada tanto -algunos hablan de ciclos como quién invoca fórmulas consagradas por magia o la desgracia- el país social se pudre. A los saqueadores se les va la mano y se desmadra, hasta que llega un equipo de fulanos (el peronismo también en esto es pródigo) que enderezan la crisis y estabilizan, se recrea el círculo virtuoso de la economía y ... nuevamente el país está a punto de caramelo para retomar la costumbre del saqueo.

En democracia se puede ganar una elección, pero no se puede hacer una revolución. Nada dura al parecer, como un perverso sinfín... Y ahí también reaparece la idea peronista de torcer el destino, intentarlo una y otra vez. Por suerte está la izquierda para apuntar que es un trabajo al pedo, que no se puede reformar el capitalismo y hacerlo humano. Y bué.

Muchos que no son peronistas -pero si peronistas dependientes- ven este problema en que el peronismo tiene por vocación desunirse y personalizarse. Y ven también, a veces con honesta preocupación, que a la vez existe una tendencia muy fuerte a juntarse. Y ven la bolsa de gatos, que se justan justos y pecadores en un borrón y cuenta nuevo infinito. En lo descriptivo no les falta razón, suelen fracasar en lo comprensivo de los profundos procesos político sociales que no se solucionan inequívocamente en el momento en que uno lo desea. ¿Habría que pedirles paciencia? Tal vez sí, pero no tienen por qué tenerla. Estaría bueno que se organizaran -sin dividirse...- y plantaran alternativas en el campo popular cuando el peronismo emerge con su potencia y se hace nuevamente dirigente del proceso político.

Para terminársela por ahora, una última cosita. Batallas económicas y políticas hay y habrá como pinceladas de la coyuntura y los famosos "ciclos", pero las batallas culturales perduran con una solidez descomunal. La creencia en la licitud de lo dado, que es lo que sostiene el poder hegemónico de esta burguesía gerenciadora y horrorosamente hipócrita, es el tema de los temas si uno pretende cambiar algo de en  serio.

El poder de Drácula reside en que nadie cree que exista... con la "clase dirigente" pasa algo similar.  Es simplemente un relato con historia y con muchísima plata detrás. Y cómplices, y muchos pero muchos extras.

De allí que el asunto de los traidores y las agachadas en el campo popular no puede ser el tema central, por más impotencia y angustia que traigan estos tiempos berretas. Armar mayorías, plantear un proyecto de pocos pero vitales puntos (que todos conocemos) que congreguen. Ese es un tema. ¿O no?

Y el cierre...  mire usté que la cabeza de la gente -no la de todos, pero sí de muchos- está llena de basura liberal, de patogenia conservadora, de tanto verso patriótico para un país que se les hace ajeno y poquita cosa. Entonces la herejía peronista se planta y plantea, sin haberlo tratarlo en varios congresos, que la Patria sea grande y el Pueblo feliz.


Y cada tanto, cumple. Como Perón.