sábado, 14 de julio de 2018

LA GUADAÑA EN EL AIRE


El 2001 fulminó al Radicalismo y nunca pudo volver a ser el mismo partido. Ya no lo era hacía mucho tiempo, de todas maneras. El “alfonsinismo” fue la última utopía de la boina blanca y quedó como un heroísmo postrero, pese a las inconsecuencias que lo dejaron trunco y derrotado por poderes que no iban a retirarse así como así. Claro, hablamos de la larga post dictadura que consagró la impunidad de los uniformados asesinos y también de los civiles que encubrieron asesinos en sus trajes de empresarios, jueces, lobistas de intereses extranjeros. La democracia comenzó débil y tutelada, cercada, con el aliento de las bestias detrás de escena. Alfonsín tuvo, hay que decirlo, progresismos valerosos y agachadas tremendas, ambas cosas memorables. Uno podría decir que se hizo lo que se pudo, si no se tuviera la sospecha que se podía hacer más, sin que nadie pueda hoy ni nunca saber bien a qué costo…

Por esa sombra de un Alfonsín que remedaba a un Yrigoyen -que ningún argentino de esos ochenta pudo conocer pero bueno- porque así son las leyendas cuando un colectivo social las hace encarnar en alguno. Por eso a De la Rúa le fue muy difícil. Siempre había sido un pusilánime, y del centro a la derecha. Había subido aplicadamente cada escalón del “cursus honorum” de la política tradicional argentina hasta ser el senador más joven que alumbró las Pampas. De allí lo de “chupete” que pocos recuerdan. Y siempre a la derecha del dial. Sucede también que en la historia hay fatalidades, cruces fatales, como lo fue el del casi siempre desdichado “progresismo” político que encarnaba en la segunda década infame el FREPASO de un “aguerrido” Chacho Alvarez, y el senador que estrenaba candidatura tras el hundimiento del alfonsinismo.

La crisis política, de representación, como quiera caracterizarla (sabemos de qué estamos hablando, ¿no?), dijo presente en esos tiempos. Primera cosa a notar, digamos, la presencia de ese tercer partido con posibilidades de reunir votos. Nos detenemos un cachito (¿si?) … Cuando uno habla de “tercer partido”, es porque la tradición marca “bipartidismo” que, en un tiempo fue entre conservadores y radicales (en otros países más apegados a la ciencia política de libro, el clásico era entre liberales y conservadores), para luego caer en el contemporáneo radicales vs peronistas. El tercero en discordia intentaba ser la cuña, pero en nuestro particular desarrollo no era para partir en tercios la preferencia electoral civilizadamente. En nuestro caso siempre fue necesario pensar el agotamiento del sistema político basado en el bipartidismo, para dar paso a una de dos/tres “revoluciones”. Por derecha, un tercer partido que rejuntara la experiencia del PAN roquista (Partido Autonomista Nacional, el sello político de la generación del Ochenta y el modelo agro-exportador). Así pasaron muchos, desprendimientos provinciales de oligarquías en baja política (y en tránsito económico hacia fronteras no tan productivas como lo fueron la carne y los granos), la Nueva Fuerza que se pretendía “de centro” (como siempre la derecha) y un sonriente Julio Chamizo, ese líder que ignoramos olímpicamente y era el dueño de Jabón Federal (un buen jabón, la verdá). Así hasta la Unión de Centro Democrático (UCD) del incansable Alvaro Alsogaray, el (capitán) ingeniero que nunca tuvo votos pero le juntó la cabeza al “liberalismo” argentino y con su hija María Julia y Adelina Dalesio de Viola lograron hacer lo que la “Libertadora” no pudo, hacer bosta al peronismo por dentro. Ya hablamos de eso, paciencia.

Hay que anotar otros intentos muy interesantes, protagonizados por Domingo Cavallo (entronizado en la política por el cordobés José Manuel de la Sota, en un puestito de diputado para la Fundación Mediterránea, a no olvidar) con su Acción por la República (AR) que tampoco dio que hablar por haber sacado mucho voto, sólo lo suficiente para mantener en el candelero a sus hombres clave, que darían vuelta por la política argentina en busca del paraíso perdido (y lo encontraron). Después, ya en los albores del nuevo siglo aparece Compromiso para el Cambio como partido de distrito, y ya esa digamos que es otra historia (el impulsor era Mauricio, el hijo bobo de Franco, famoso contrabandista de automóviles, entre otras cosas).

Eso por derecha. Por izquierda, nada de tercer partido, porque la izquierda (la marxista) siempre aspiró a construir el partido “de la clase” (la clase obrera, que era y es, aún hoy, mayoritariamente peronista, un detalle). No obstante, como estrategia electoral en tiempos de democracia (burguesa) bien valía un “tercero”, más con una crisis orgánica (perdón, don Antonio) del capitalismo y la dominación de la burguesía. No pasó nada, como siempre. Pero mucha lucha. Es que la gente es tan hija de puta…

Por centro izquierda, por el lado progresista, ahí si se lograron avances. Por si no recuerda o es demasiado joven (y de leer mucho no), Oscar Alende armó el PI (Partido Intransigente) y la famosa Alianza Popular Revolucionaria (…) en aquella mítica elección de 1973 en la que ganó Cámpora (y Perón). Pero su costadito tuvo la experiencia, y por primera vez el progresismo tuvo un lugar y no haciéndose los zurdos en el radicalismo o puteando en casa. La otra gran experiencia exitosa, fue sin duda, el Frente Grande. Primero heredero del Grupo de los 8, y luego metamorfoseado en un partido en el que convergerían peronistas, intransigentes, ex radicales, ex izquierdistas, y fulanos de que se decían “socialistas” sui géneris en confesiones de invierno. Alguna vez me dijo un peruca del FG sobre su grupo que eran como 43/70, negros pero más suaves (nota de color).

Sabemos cómo terminó. En ese cruce del que hablábamos. Y eso nos lleva de nuevo a la crisis política del 2001. La Alianza (frente compuesto principalmente por la UCR y el FREPASO) no dio vuelta la página del ensayo neoliberal del menemismo e intentó, inclusive, salir de ese modelo con herramientas que no manejaba… Terminó en estallido y con 39 muertos, de esos que salen de un solo lado (del nuestro). El Radicalismo como tal entró en una crisis terminal, no sólo se dividió en pedazos por personalidades (López Murphy, Carrió, Stolbizer, y otros) sino que perdió, definitivamente  su componente “progresista”. Sus antiguos líderes alfonsinistas, esa loca juventud del Renovación y Cambio de los ochenta envejeció y rumbeó decididamente a la derecha (menos el digno y respetable Leopoldo Moreau, que sigue en la misma y por eso lo rajaron del partido que ya no era ese partido). El Radicalismo perdió su alma o la vendió al diablo, puso a disposición de la derecha liberal su andamiaje nacional –vacío, pero aún con algún poder de decisión en muchos lugares- y se abalanzó sobre su merecido plato de lentejas. Un final que será tan largo como indigno, según lo que puede verse.

Dicho todo esto, podemos comenzar el tema. ¿El peronismo no tuvo su crisis política? Si y no. En primer lugar, el peronismo orgánico evitó esa crisis de representación política y social porque estuvo en el poder (en la parte de poder que se puede tener en una democracia como la nuestra). Tras el naufragio del alfonsinismo, emergió un Menem fortalecido por haberle ganado una interna increíble a don Antonio Cafiero (ese padre biológico de la renovación peronista). Quedó solo en el escenario político como pocas veces, con todo a favor y la esperanza renovada. Lástima, porque decidió traicionar absolutamente y a fondo no solamente el ideario peronista, la doctrina y la historia, sino que comandó la apertura definitiva a las teorías neoliberales dentro del peronismo. Y acá otro aparte necesario…

Ya con las ideas “desarrollistas” (y no en estado puro como las del Frondizi de “Petróleo y Política”, sino con las multinacionales adentro) habían penetrado lentamente en el peronismo en la década del sesenta. El llamado “neoperonismo” flirteaba con un keynesianismo del subdesarrollo que no le hacía un asco al encuadramiento en las buenas maneras y las limitaciones de la dependencia. La tumultuosa década del 70 y la radicalización de la juventud (gloriosa) retrasó y en parte inutilizó esas avanzadas, pero pudo neutralizarlas. La represión hizo el resto, dejándonos sin los miles que hubieran debido ser nuestros dirigentes y candidatos en los años por venir. Tras la tormenta, reaparecieron las teorías del peronismo como nuevo “partido del orden” que, junto a conceptos como “populismo” son la psicogénesis del gorilismo adentro del proyecto nacional. Es necesario reconocer estas cosas y estar atento… Es cuando se plantea un peronismo “partido” y menos “movimiento”, más conservador para ocupar un lugar en la diáspora. Son los antecedentes del menemismo y también del duhaldismo (que no son lo mismo, pero que nacieron juntos). Mientras, se apagaba en soledad Saúl querido y parte de la mística. Porque daba vergüenza el “peronismo” de los menemistas, un pecado colectivo aunque no de todos los peronistas. La “masa” quedó en silencio, como chamuscada.

La salida de la crisis del 2001 fue capitaneada por un peronista conservador como Duhalde, y terminó en el puente Pueyrredón y la cacería de Avellaneda. Más tragedia. El bastón de mando quedó en el aire y fue a parar a las manos de un santacruceño casi desconocido. Néstor Kirchner es el salvador del peronismo, el que nos devolvió la esperanza y el orgullo, el que nos empujó hasta que entre todos nos vimos dignos. Es impagable la deuda que el movimiento nacional tiene y tendrá para siempre con ese hombre. Gran parte de mi generación, ve su foto y la besa en un acto de fe que explica más que mil bibliotecas la ideología política y la realidad efectiva. Y después Cristina, la gran continuadora y la actualidad insoslayable de un peronismo que, como la Patria, existe.

Por esto es que el peronismo no tuvo la crisis de representación que si destruyó al Radicalismo como espacio político. Pero…

La guadaña está en el aire. La fractura del bloque popular (y entendemos con esto, a todo ese arco que bancó gran parte de la “década ganada”) permitió que la derecha triunfara de la mano del voto popular por primera vez. Si el peronismo como tal no logra ahora alcanzar la unidad, teniendo en cuenta el proyecto nacional y popular 2003-2015 como base, está expuesto a ser víctima de esa crisis en suspenso. Se corre el peligro de que, finalmente, termine consolidándose la división del Justicialismo como definitiva y no –como fue hasta ahora- por el devenir de la coyuntura.

En un país como el nuestro, subdesarrollado y dependiente, con el neoliberalismo desplegando nuevamente –y peor- su modelo de subordinación financiera y destrucción del aparato estatal recuperado por el último peronismo, no hay cabida para experiencias de un peronismo dócil y aceptable para el poder real. Cuando ese peronismo “sensato” colabora dando luz verde para pagar la libra de carne a los fondos buitres, o cuando sugiere que podría acompañar reformas tributarias, laborales, previsionales diseñadas por el FMI, entonces ciertamente se está a un paso de cumplir la maldición. Lo mismo ocurre con la esperanza no corroborada y puramente teórica de “la ancha avenida del medio”, que sólo serviría para que la transitaran los camiones de Prosegur rumbo a Ezeiza (igual).

La única manera es la unidad del peronismo en torno a un programa peronista, que tome a los logros de los gobiernos kirchneristas como piso (nunca es al cuete repetir esto).

Resumiendo (mal y pronto):

El Radicalismo selló su destino dando aire a sus componentes más reaccionarios que terminaron sellando una alianza con el neoliberalismo, y completó de esta manera, el ciclo de caída libre que estalló en el 2001;

La emergencia del “tercer partido” se demostró efectiva cuando pudo ser un elemento progresista dentro del Frente Nacional construido y liderado por el peronismo. De eso se trató el Frente para la Victoria, la última versión frentista del peronismo, que se potenció haciéndose verdaderamente transversal. Queda si, un desafío para el progresismo, de levantar un programa superador dentro del espacio y ganar voluntades;

Si el peronismo repite esquemas presentándose como cabeza de varias coaliciones (es decir, por separado) colaborará con el neoliberalismo y posibilitará que la destrucción de la Nación continúe. El peligro, además, es que consolide su propia división y finalmente, los herederos de la Libertadora logren la inutilización del movimiento nacional por mucho tiempo.

Así las cosas… para analizar cómo sería que nos vaya bien, hay tiempo y es más fácil. Y se la dejo para otra vez.

Viva Perón.



lunes, 9 de julio de 2018

LA PATRIA EXISTE


“Estoy acá tratando de pensar y sentir lo que sentirían ellos en ese momento. Claramente deberían tener angustia de tomar la decisión, querido Rey, de separarse de España.” Esto dijo en Tucumán el presidente neoliberal de la Argentina ante el rey emérito Juan Carlos de Borbón, con motivo del bicentenario de la Declaración de la Independencia en 2016. Sin palabras, diría uno, si no fuera de que se dijo semejante barbaridad. Tenemos realmente una derecha bruta, hasta en eso se nota el subdesarrollo.

Heridas nacionalistas aparte, el contexto de la declaración de la Independencia es interesante como para darle una revisada en serio…

Por un lado tenemos un gobierno central que acumulaba más de un fracaso en el proceso de creación de un Estado (ni hablar de que ese Estado pudiera caracterizase como “nacional”). Las Provincias Unidas del Río de la Plata, por decir un algo, era un espacio asediado por el imperio Español y, dicho así, suena como fácil de entender. Las cosas nunca son fáciles, vea don, así que mejor sería decir que ese asedio era una guerra civil entre “españoles americanos”, criollos americanos que estaban en ambos bandos, del lado de la Patria (aún no erigida del todo), y también como “maturrangos”. Ecos de otra guerra allá en la península, entre liberales (esos de antes que eran progresistas) y absolutistas monárquicos; y deje que esto último lo conversemos otro día, que nos vamos por las ramas…

El general Belgrano (el querido Tío de la Patria) combatió contra generales americanos al servicio de España en su extraordinario periplo norteño, con éxodo y todo. Bien brava la cosa, porque parece que no todos los americanos querían sentir esa “angustia” y se ponían firmes al lado del Rey (como ahora algunos se ponen al lado del Imperio contemporáneo). Belgrano no, está claro. El abogado devenido en jefe militar (de puro patriota, que de eso se trata) le proponía al Congreso reunido en Tucumán adoptar como forma de gobierno una monarquía constitucional encabezada por un descendiente de los Incas. Eso es sabido y queda fantástico ahora que a los indios les decimos “pueblos originarios”, pero la cosa iba más allá de una reivindicación (muy justa). Se trataba de centralizar el poder en una realeza indígena sí, pero basado en un contrato social (que eso es una Constitución). En el imaginario de los pueblos reunidos en las Provincias Unidas (y quién sabe si no se pensaba en reunificar parte del antiguo virreinato…), la idea generaba lazos invisibles que podían ser poderosos y movilizadores, oponiendo a la monarquía despótica del Imperio una propia consensuada. No era una mala idea, pero a los comerciantes de Buenos Aires y algunas élites del Interior les pareció una locura. No se trató y se miró (esa gente miró) con desconfianza a ese convencido enarbolador de bandera sin permiso, que moriría cuatro años más tarde solo, invisibilizado y derrotado dejándonos el tremendo “Ay, Patria mía”.

El general San Martín, ese si un milico con toda la academia encima, lo tenía claro porque estaba con las bolas infladas de gente como Macri, es decir, con la casta miserable de comerciantes de Buenos Aires, de Rivadavia y Cía (que aún no endeudaban al país naciente, pero lo harían). Exigía –usté sabe cómo son los milicos y más cuando milagrosamente llevan pueblo en la sangre- declarar la Independencia sin perder ni un minuto más porque sabía que se venía la noche. Se venía el poder colonial español a derribar el bastión rebelde que aún quedaba, es decir, este grito de mayo de 1810 que sinuosamente seguía vivo. Nos iban rodeando por el Norte, por Montevideo, por Chile. San Martín mientras formaba a fulanos como Güemes, Quiroga, jefes gauchos de todo el interior que lo seguirían a la locura de los Andes, pero necesitaba tiempo, un gobierno sólido en BA y un país alistado, una economía de guerra para combatir. Porque era la hora de combatir no de pedir disculpas, mucho menos escupideras.

1815, un año antes, había sido trágico. Se habían caído todos los gobiernos rebeldes americanos, menos éste. La derrota convencía a los que tenían guita que perder y se pensaba en pactar con el Imperio… con los imperios. Hasta tipos como Alvear, antiguo compañero de logia de don José pero distanciado por desacuerdos políticos insalvables, enviaban en secreto misivas tentando a la Carlota, de la línea imperial portuguesa en el Brasil. Pensaba el general de la avenida paqueta que antes de caer, era mejor ser tutelados por otros, de última ingleses (y ahí la embocó, aunque no fue el responsable de esa nuestra dependencia). San Martín que no, que se vayan todos a la puta… Independencia o morir con las botas puestas, con los pies descalzos, con chuzas y montoneras al lado de los ejércitos de la Patria (qué envidia), o como dijo, pelear “en bolas, como nuestros hermanos los indios”. Qué tipos…

Y de Tucumán sale el Acta famosa, usté ve la mesa, lo ve a Laprida, todos con los sombreros en alto posando para Billiken (dato revelador de la edad avanzada del autor de esta nota). Sale, y también un conjunto de documentos importantes que nadie recuerda. Sale un gobierno que se afirmará como pueda (ese Pueyrredón…) y le garantizará al Gran Capitán el plan urdido en Cuyo en un gobierno popular del que poco sabe la gente. Mal que mal, salen las cosas. Y no dio para más el Congreso; la organización nacional para otro día.

Mire lo que faltaba todavía… Las guerras de la Independencia, contando con las batallas que por arriba del mapa iba dando Bolívar, hasta expulsar al invasor peninsular y desactivar en gran parte a sus columnas americanas (aunque no a sus quintas columnas). Iba a quedar una América dividida en demasiados proyectos de países, el sueño de una Patria Grande (y pueblos felices) como mandato, como utopía. Como una promesa secreta y silenciada por tanto tiempo…

A nosotros nos faltaba aún la construcción de un poder estatal y un espacio nacional, nos faltaba un partido popular que heredara a Moreno, a Belgrano, a French & Beruti, a Larrea, a tantos, nos faltaba un jefe como Dorrego y un miserable sable sin cabeza como Lavalle. Nos faltaba un Rosas para armar poder haciendo la alquimia de la colonia, la guerra, la independencia y manteniendo a raya a los traidores. Nos faltaban los conservadores de la patria de las vacas y la entrega al Imperio Inglés, los gobiernos de una derecha “culta” asesina de indios y gauchos, el fraude patriótico. Seguiría en la desgracia argentina el dominio infame de la Oligarquía. Faltaba un Yrigoyen con todo lo suyo y faltaba mucho para Perón, el de la declaración de la Independencia Económica de 1947 y la fabulosa Constitución del 49. Faltaba también la luminosa estrella del Che. Y faltaba mucha, pero muchísima infamia.

Los sueños de los Héroes (esos patriotas dendeveras) siempre se cuelan en las madrugadas de los pueblos, imperceptiblemente, y echan raíces, aunque en algunos tiempos –como estos que vivimos- no se nota mucho. La historia no se repite pero da revancha, compañero.

Una parte de ese sueño se firmó un 9 de julio en Tucumán, en esa Acta que le decía. Sin angustia, sin pedir permiso, sin vergüenza. Y de tanto en tanto, alguien la levanta y la lleva como bandera a la victoria.

Viva la Patria. Venceremos. Grítelo fuerte, con la mirada en alto (siempre).