viernes, 12 de febrero de 2016

WANA

Cuando lo conocí le decían Wana. Vaya a saber por qué, porque era medio negro, grandote, un ensayo de peronismo como para estreno. Vaya a saber. Los de su agrupación le decían así. Le cuadraba, pero uno no se lo imaginaba diciendo “si, wana” para nada. De sólo pensarlo me sonrío, y eso que no tengo ganas de sonreir.


Eran tiempos de la Caja de Ahorro, casi finales de dictadura pero le faltaba todavía un poco más. Teníamos el sindicato intervenido… me acuerdo de reuniones en bares atrás de la Caja, del otro lado de Rivadavia, tantos bares a los que íbamos cambiando cada tanto pero siempre los mismos cinco o seis. La cana se los sabría de memoria. Para mi la militancia era política, pero aprendí a militar como delegado en el gremio… de la empresa de “concentración”. Eramos zurdos en aquel entonces y el Muro gozaba de buena salud.

El no. Era de la agrupación del peronismo bancario, aunque no tenía pinta de bancario. Los bancarios eran algo así como los radicales, pero no los de barrio que se parecen a los peronistas, sino los radicales de saco y corbata, más bien de saco de un color distinto al del pantalón. Pero él no; andaba con la camisa afuera, moviéndose cansinamente por los pasillos camino al sucucho que era la oficina de ellos. Los pelos enrulados y a veces peinados (difícil tarea). La cara de nene y ese cuerpo enorme. El hombre montaña, el gordo. Muchos apodos, ninguno tan bueno como Wana.

Había militantes de corbatita en su agrupación, más finos, más peinados (alguno a la gomina), con más facha de derecha peronista. El no. Se le salía el barrio por todos lados, inocultablemente y no era fulano de ocultar esas cosas. Era como se veía, así.

Y así lo conocí. Las dos agrupaciones, la peruca y la del pecé (que era la mía) venían haciendo buenas migas en el laburo de todos los días. Un poco la línea de entonces, otro poco que entre algunos (y no todos) nos teníamos una guardada simpatía. ¿Por qué sería? A mi se me había dicho que iba a trabajar con ellos de lleno, medio que era mi tarea. Y la hice, claro que la hice.

No se si había tipos más disímiles que Wana y yo, será por eso que enganchamos de entrada la confianza, esa que nunca hubiéramos podido construir si otras hubieran sido las circunstancias. Así fuimos de noche a reuniones medio clandestinas en el sindicato intervenido, raramente clandestinas como diciendo esto no es una reunión. Así me codeé con toda clase de perucas que andaban yirando por ese sindicato y otros. Conociendo mundo. Wana al lado, entre otros. Por distintos caminos anduvimos parecido. Me viene la CGT de Saúl en el edificio de la calle Brasil, como una foto.

No se cómo comenzó esa charla… en la que yo trataba de explicar lo del marxismo y él trataba de contar el peronismo. Qué se yo. Imagino que no queríamos convencer uno al otro, o si, al menos por deporte. Necesitábamos a cada uno en su agrupación y trabajando juntos. Recelos de ambos lados era lo que sobraba, y es tan difícil con el campo popular, hay tantas razones para mandar a la mierda al otro. Hay tantas razones para estar por separado y una sola para andar juntos. Es la razón que pasó de los Coroneles de la Caja a los boina blanca de la Caja.

Amargura del ’83. Qué fiesta de la democracia ni qué ocho cuartos; perdimos y es un garrón perder. Yo perdí después de la campaña extraordinaria de la 2 a la cabeza y la 12 a los premios (la 12 eran los diputados del PC). Fue la primera cosa que hice como un peronista más, y no lo era. Un compañero de oficina, viejo peruca, me regaló dos mates de porcelana que hacía un amigo suyo con la figura de Perón y Eva, por cómo había militado esa campaña. Aún están ahí y en uso, no de mate sino para guardar la plata cuando uno se vacía el bolsillo tras cerrar la puerta de casa.

Pensar que nos empujamos (alguna mano voló también) en el hall de la Institución cuando nos visitó en la Comisión Interna nuestro candidato a Gobernador. Herminio Iglesias, si señor. Los radicales estaban que trinaban y nosotros allí (los viejos del partido también nos miraban mal aclaro). Y nosotros allí, bancando al candidato. El acto de Lanús, qué despelote. Y él también estaba, por supuesto. En nuestras charlas aparecía la izquierda peronista, la Resistencia, Cooke, la Tendencia, El Kadri, Gullo. ¿Quién los nombraba, él o yo?

Y pasó el tiempo. Se normalizó el sindicato, la lucha se transformó en otras luchas. Otra vez Saúl, las plazas y los choris queridos. La columna que supimos sacar de la Caja para cada ocasión. Los compañeros se repiten, cosa a cosa, elecciones de la seccional Buenos Aires, distintas listas. A veces enfrente, muchas otras a los codazos adentro. Así pasábamos los días.

A Wana no le caía bien cualquier bar, a Clásica y Moderna no quiso ir. Me quedé pensando… mi viejo me había enseñado que uno debe poder entrar a cualquier lado porque lo único que te piden es que tengas la plata. Y él se preocupó por tenerla, al menos para que no le cierren la puerta en la cara. Pero no se Wana, la cuestión es que esos lugares medio caretas no le gustaban y punto.

También lo vi ponerse loco, quilombo de marcha con otra agrupación (por un casual, con gente de la mía). El gordo tenía un poco de razón, siempre había un pelotudo que se creía dirigente y lo miraba por arriba. Y yo ahí parándolo, llevándonos a tomar un poco de aire y volver más calmados a la columna. Zafarranchos del oficio.

Un buen día me di cuenta de que hacía mucho tiempo que las cosas eran más concretas, no tan altas ni tan perfectas, pero más bellas. Cercanas. Le dije que quería afiliarme al PJ, que trajera la ficha. Y así se hizo. Lo vi titubear cuando le dije, como que si había buscado algo así jamás lo había creído posible. Se puso muy contento, pero muy. Eso siempre se le notaba fácil. En esos días me dijo esa frase extraordinaria que ya llevo escrita en más de un relato…: “cuando estés en la Básica y se te ocurre putear a Perón, bueno, criticar a Perón, bueno, puede ser; no vas a ser el primero ni el último. Ahora guarda, que si llegás a decir alguna vez algo de Evita te rompen la cara. Mucho cuidado”.
Creo que es eso lo que selló mi recorrido. Al peronismo hacía rato había llegado por la razón, pero Eva fue la que me abrió el corazón. El gordo sabía o no, pero bueno. Oportuno, como buen baqueano.
 
No siempre estuvimos de acuerdo. Y no hablo de lo ideológico, también de lo práctico. Nos distanciamos un poco, estuvimos medio enfrentados y así nos despedimos sin darnos cuenta. El afecto quedó allí, medio guardado como para que no lo ensuciara nada. Así se quiso, así se hizo. Muchos años después, a pesar de esas cosas que uno putea del feisbuc y toda la huevada, pero así pude reencontrarlo. Sabía que también él finalmente dejó la Caja (la verdad es que la Caja nos dejó a todos) y se fue a la Costa con toda la familia (que conocí cuando todos eran jóvenes y chicos). El perfil me lo trajo hecho un alfarero, artesano pero igual, pese a las canas y a tanto tiempo. Igual, peruca y bancando al gobierno popular de Néstor y Cristina. Igual y mejor. Pero andaba mal, la salud lo quería dejar a medio tranco. Me vengo a enterar.

Uno no puede decir qué con Wana éramos amigos, no de esos que debe haber tenido. Lo que uno puede decir es que éramos compañeros. Y lo seguiremos siendo, ya para siempre. Que yo le debo el peronismo, una deuda impagable.

Gordo, hasta que volvamos a vernos. Y viva Perón.


2 comentarios:

  1. Está bueno. Habla de Wana pero también de vos y de una partecita de la historia. Con esa forma que también debería transmitirse la historia. Con las pequeñas historias. Ya sé no inventé nada. Pero con estas historias y homenajes el resto podemos recrear mucho mejor un tiempo y un contexto.
    Además, claro está, de lo concreto del contenido y el afecto a un compañero como el tal Wana.
    Un abrazo
    E.T.

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  2. Puta che, no te conozco ni a vos ni conocí a Wana, pero me hiciste piantar un lagrimón. Abrazo Nac&Pop, HLVS

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