martes, 16 de abril de 2013

AHÍ



Ahí. Pero ahí, ahí. ¿Extrañados?, no deberíamos. Sucede que a veces uno se cansa de leer las cosas y los días y se entrega a la fascinación de las fantasías que se autocumplen. Pero la realidad -en la terquedad inmensa de la verdad que es tal aunque sea de a ratos- está a un paso de uno, la veas o no (la quieras ver o no).



Se ganó en Venezuela por poco. Se ganó, qué tanto. Sin Chávez… (o es la última elección que ganó Chávez). Y ahora habrá que ver en esto de andar inventando paralelismos… Coroneles que se levantan para cambiar las barajas de las oligarquías, si el 14 de abril (2002) fue su 17 de octubre en el milagro popular de Miraflores, y si aún esta victoria -casi deslucida, si no fuera por las tremendas circunstancias- habla de un movimiento que quiere sobrevivir a su creador. Cosas, para parecérsenos aún deben joder sesenta años como una maldición del país burgués.



Y también la reacción, los lenguaraces de la oligarquía (escuálidos allá, gorilas de acá) tratando de hacer su Marcha de la Libertad, su bombardeo a la Plaza, su 55.



Pero todos sabemos que los paralelismos no existen tan así y que cada uno hace lo que puede en su casa, lo que quiere en su casa. A veces es magnífico, como esta elección. Había que levantarse después de una muerte tan absoluta, había que hacerlo.



Todo lo que tenemos -pienso a veces- son estas votaciones que nos mantienen arriba. Y hubo mucho tiempo de andar culo para arriba, si lo sabremos. Tanta costumbre de ser opositor, de estar afuera. Por acá, proscriptos, ilegales, ensubversivizados, derrotados en las urnas, marginados. Tantos desastres. Después de ver cómo sobrevivía una cultura política (que de eso se trata, en tren de ser un poco específico) más allá de la gloria, la caída, la resistencia, el exilio, la vuelta, el cielo al alcance de las manos, la traición, la feróz caída y la muerte, la persecución, la desaparición.



Ver cómo se iba a la mierda otra juventud maravillosa que hubiera prometido (esos ochentas…), mareada por los albores tempranos de un neoliberalismo implacable y la necesidad de ser visto todo el tiempo, con la vida en un spot. Costó. La renovación terminó en chanchada.



La porquería también era peronista. ¿Quién mejor para traicionar una historia? Quién mejor para saltimbanquear los mercados, vender los trenes, entregar vida y hacienda de los argentinos, mandar el petróleo por una manguera al otro mundo (al Mundo), secar la Argentina, y todo a cambio de unos tornasolados espejitos que se consiguen en Miami. Mala suerte.



No era todo. Pero quedamos sin todo eso. Bien a la intemperie.



La democracia no gozó de mucha fe, la verdá. Antes porque éramos tan jóvenes. La muerte le dio jerarquía de refugio, de tentempié, hasta que se ganó el respeto. Hoy le tenemos respeto, pero menos. Algunos descubrieron que las puebladas voltean presidentes. Y quedó algo así como debilidad institucional. Una "pueblada" no es un golpe, si no hay tanques, es otro horizonte. Luz naranja, luz naranja.



Alumbró un nuevo peronismo sin triunfos; no era para celebrar el 22,5 (menos con un 25 de Menem). La ecuación infierno-purgatorio, porque el cielo es del primer mundo (o era). Pero caló y caló muy hondo. Digo para los que no entienden el fenómeno, digo para los que están con nonoynó y nononó y se creen puros, santos, de izquierda, demócratas, a salvo. A salvo de peronismo, a salvo de iniquidad. A salvo de posibilidad. En fin. Este es un proceso (con perdón del término) que hay que cuidar. Hay que saber cuidar este tiempo porque se puede acabar (todo concluye al fin, nada puede escapar).



A veces pienso que los votos son lo único que tenemos. A final de todo era esta democracia que no sirve para hacer revoluciones, pero que puede habilitar reformas de la gran puta. Acá no andamos en el socialismo del siglo XXI y por suerte tampoco en el del siglo XX. Es un toque más sencillo (lo complicado es que es más real), y desde ya menos extraordinario.



Asumir ser peronista es dejar de lado para siempre quedar bien. Uno queda mal, salvo que esté entre compañeros. Hay que aceptarlo. Por eso se me ocurre que debe ser importante querer siempre ser mayoría. Y podés ponerle los títulos que quieras, el Proyecto y la mar en coche, todo lo que quieras, eso del "relato" que nos achacan (y algo de eso tienen todos).



No importa, los que no nos quieren no nos querrán. Los que dudan sistemáticamente, nos querrán si nos hacemos querer.



En esta Argentina -en esta América- desolada tras el toldo con el que ocultaron el sol, nada parece definitivo, menos consolidado. Estamos ahí, por poco, pero ahí. Hay que saber valorarlo.

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