sábado, 2 de marzo de 2013

REX ET SACERDOS




 La caída del muro de Berlín comenzó en Polonia. La Iglesia Católica fue la que acabó con el “socialismo real”, la última gran victoria política que no pudo aprovechar. Fue el neoliberalismo el que se alzó con los laureles, los Estados Unidos se convirtieron en la potencia gendarme del planeta y, por un tiempo, el mundo fue unipolar. 

No era la primera vez. Cuando el imperio romano de occidente se caía a pedazos –y ocurrió durante casi dos siglos- la Iglesia se institucionalizaba e iba tomando todos los atributos imperiales, hasta la vestimenta del Papa era una réplica de la del Emperador. Los “bárbaros” se quedaron con Europa. Son ironías del desagradecimiento pero, como consuelo, consta que los reyezuelos germanos habían abrazado el “cristianismo” aún sin comprenderlo (y a quién le importaba, era lo políticamente correcto).

Karol  Wojtila (Juan Pablo II) fue el Papa del fin de la Guerra Fría, pero mucho más que eso. Rodeado de su “curia polaca” (al fin y al cabo, los vencedores) reencauzó una Iglesia confundida por las incertidumbres del Concilio Vaticano II. La Fe volvió a ser una y miró piadosamente hacia Dios, o más precisamente hacia María (aquella virgen de Czestochowa) y el oleaje temido cesó. 

La “iglesia tercermundista” se llamó a silencio (otra derrotada), como lo hicieron todas y cada una de las fantásticas locuras con la que, de siglo en siglo, se sacude la gran nave de la Iglesia con reminiscencias de aquellos “convocados” (eklessía) que se identificaban con el pez, antes que la cruz. Una iglesia confederada, sin supremacías, tras los pasos del Carpintero de Nazaret. Algo dijeron Lutero y Calvino al respecto (y otros más osados, silenciados por estos también). La Iglesia sobrevivió, el socialismo no, la autoridad de Pedro se reequilibró. Y entonces se dio paso al poder secular, como siempre. El negocio de la Iglesia, después de todo, no es de esta tierra (los cuerpos son fáciles de obtener, somos buscadores de almas).

Valores de familia, devoción a Dios y la Virgen, profunda religiosidad intramuros de la conciencia, respeto a la jerarquía. Una revolución conservadora, pero revolución triunfante al fin. Solidaridad sin política, amor sin revancha (ni justicia), reconocimiento de la Unica Verdad en un mundo que tendía inexorablemente a la diversidad (pero qué importa eso cuando sobra la fe). Revalorización de la oración. Con Juan Pablo II comenzó la última Cruzada conocida, ya nada sería igual y por supuesto, nada del pasado inmediato debía dejar con esperanzas alternativas a los creyentes. Fue un largo pontificado, vital y profundo. Pero no es de eso que quiero hablar, fue sólo la introducción. 

La Iglesia se prepara para un nuevo cónclave para elegir otro Papa tras la renuncia de Joseph Ratzinger (en la monarquía pontificia, Benedicto XVI). Su insólito papado de ocho años (todos pensaban que moriría al poco tiempo, dada su avanzada edad) se complementa perfectamente con su antecesor. Fue secretario y hombre de consulta de Wojtila; un teólogo de gran formación y reconocido; un hombre “del aparato”. 

Comenzó con mala prensa, eso de la juventud hitleriana y su perfil ultraconservador (su notable parecido al malvado emperador de Star Wars). Sin embargo, ni tanto (ni tan poco). La enorme magnificencia de aquella Iglesia triunfante se quedó con los restos mortales de un cansado y enfermo Juan Pablo II (después de todo los grandes batalladores también envejecen). Ratzinger no heredó el carisma ni la estabilidad de aquellos tiempos dorados. Tuvo que dirigir una Iglesia sacudida esta vez por problemas largamente silenciados: curas pedófilos, corrupción administrativa, camarillas “políticas”, non sanctos manejos financieros en la banca vaticana. El mundo que se iba volviendo multipolar.

Benedicto optó por la función pastoral (lo que no es criticable) dentro de la concepción más anquilosada del cristianismo (un auténtico y convencido continuador). Al parecer, dicen los especialistas, la nave de la Iglesia quedó un poco a la deriva. Y la renuncia. Por otra parte, las motivaciones relacionadas con la edad y la falta de fuerzas no son desdeñables. 

Aclaro, por las dudas, que no estoy hablando de fe ni de convicciones religiosas. Tengo respeto para quien las profesa, siempre y cuando respeten lo que pienso y siento (y si no, tendremos una guerra santa, que yo ya no me como más ninguna). Abandoné la Iglesia hace mucho tiempo, me sigo considerando creyente, anti Institucionalmente creyente. El Papa me parece más el sucesor de Rómulo Augústulo (busquen en wikipedia si quieren) que de Pedro. Y dicho esto, voy terminando.

Los cuestionamientos de hoy no pueden ser tan pobres: no alcanza con eso del “oro del Vaticano”, la magnificencia dorada a la hoja de muchos templos (generalmente los más antiguos y tradicionales). Veamos los avances del “mundo” (que no es precisamente ateo, sino el lugar en el que estamos la mayoría): derechos humanos, diversidad de géneros, pluralidad de la concepción de “familia”, propiedad, economías, culturas. Eso existe y va figurando en las legislaciones, necesidades que se van convirtiendo en derechos. No es poco. En lo concreto la “revolución conservadora” está a la defensiva, el problema es lo que pasa en la cabeza de la gente. Queda el temor del amo, ese colonialismo cultural que nos formó y nos va diciendo que no es posible o que es malo ser libres, o peor, que es peligroso. 

La Iglesia sabe dar buenos espectáculos. El nuevo cónclave también lo será y elegirán nuevo Papa justo para celebrar la Pascua e ingresar a una nueva reinvención (nada nuevo, lo viene haciendo hace más de dos mil años). La Institución seguirá intentando dictar urbi et orbi las pautas que todos deberíamos llevar en nuestra conducta exterior e interior, seguirá entrometiéndose en los valores y las vidas como si les perteneciéramos. No hay que quejarse por eso, ponerse mal, llenarse de ira, caer en la bajeza del insulto. No está bien. La Iglesia pertenece a un mundo cada vez más chico, es lógico que se reafirme en sus verdades y que muchos de sus fanáticos se vuelvan cada vez más intolerantes. El miedo al mundo es así.

En lo personal, sigo pensando que la copa del Carpintero debió ser simplemente de madera (como dedujo el Dr Indiana Jones, insigne arqueólogo).

1 comentario:

  1. guido levy:

    me enacnta
    que bueno que alguien piense algunas cosas
    abrazo

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