En una parte se trata de uno (solo, sin el torrente sanguíneo). No se quién era yo antes de ser este que empieza a escribir esto en un anotador comprado de apuro y ahora sigue en la compu. Un pendejo que repetía –y sin saber casi nada- “queremos a Perón” como si estuviera en el 45 que no estuvo. Y la Patria Liberada. El Socialismo Nacional. El Tercer Mundo y la Redención (no sabe nada de la Revolución).
El viejo desde el pasillo me ladra “¡sólo a un salame como vos se le puede ocurrir que Perón es de izquierda!”. Y no se, no no tiene razón, cierro la habitación de un portazo.
Son otros los que hacen la noche en las casas y los juntaderos de militantes. Los puentes levantados. El cruce del Matanza. Los tanques que cierran los pasos y no se sabe si van a tirar, pero (porque) apuntan. Corridas en la oscuridad. Miedo. Tanto miedo como fervor. Lo veo en la radio, pegado a la tele. Una mirada de refilón a la puerta de calle y no, a quiénes iría a ver para ir, adónde mierda queda Ezeiza.
La foto (que no se mueve) y qué grande es cuando alza los brazos. Qué lejos está; ese paraguas no lo tapa y la gente alrededor. Cámpora, Isabel, Rucci, otros. El charter y los pocos que se pudieron filtrar en el hotel de Ezeiza. La multitud no sale en la foto pero presiona para que el General los vea en la foto. Tanto tiempo después (y no son los mismos).
Está grande, aunque no se si puede envejecer. Los militares son más patéticos minuto a minuto. El Líder es enorme con la media sonrisa, a media cara y las marcas en la cara. Gardel…no. Es Perón, de verdad es Perón.
Pasan los días y voy a Gaspar Campos una y otra vez. Un animal bello y gigantesco estira las patas y va tomando las veredas, los árboles, los tachos de basura, y los jardines, ocupa los techos, rodea la casa. Planea, avanza, pisa, pisotea, ruge y a la noche ronronea. Que se calle el del bombo que el General tiene que dormir. No lo veo, pero Perón está en la ventana en pijama. Lo pasan de bocaenboca. El animal me besa y empuja, siento la lengua aspera apenas húmeda y es una caricia de amor. Veo el humo en una esquina y en la otra y a mitad de cuadra. Parrillitas. Chori. Calentadores. Guisito. Las carpas, la intemperie. Nadie me lo dijo (lo leo después) pero es la juventud maravillosa. Es.
Voy colgado de la cola del gato y me veo pasar como un chico. ¿Cómo se cuenta un milagro? A quién se culpará si todo es posible y lo único que importa es el Pueblo movilizado, dando vueltas por todos lados como pancho por su casa porque Perón está acá.
Y te digo algo como para tomarnos un descanso. La Patria no era Justa, ni Libre ni Soberana. La Patria era una cagada. Vendida, perdida, entregada. A la Patria le habían hecho una enema y venía cagando fuego. Hacían casi dieciocho años del 55. Yo nací bajo el turro ese de Aramburu. Una familia de clase media (nunca tuve hambre más que de justicia, pibe), no/antiperonista. Mucha Iglesia también. Y después Teología de la Liberación, parroquias y laburo en la villa (como cristiano, tampoco la “militancia”). Y más después la izquierda marxista. La mar en coche.
Banderones blanquicelestes, negrirrojos. Estrellas federales. Las fotos se mueven por todo el barrio. El barrio que está espantado. Meses después aparecen los carteles de “en venta”. Porque el peronismo se mudó a Vicente López. Algunos gorilas tienen la certeza de que a veces las pesadillas se cumplen.
Todo parecía indetenible. Como el viento y esa sensación a la tarde cuando va oscureciendo y se hace de noche. Y los milicos se tenían que ir “y nunca, nunca volverán”. Allá irá el primer helicóptero desde el techo de la Rosada apenas seis meses después con el Cano Lanuse y la Junta. Al carajo (ojalá).
Y vuelvo a Gaspar Campos. Muchos eran “los hijos de”, otros ni en pedo porque están inaugurando su tradición; otros son viejos, esos maduros que se descubrieron esa mañana con las patas mojadas otra vez.
Pasó el tiempo con todas las desgracias. Y vos sabés, la Patria se hizo mierda. Lastimada, pero tan herida que… Nos prendieron fuego a las fotos. Nos mudaron a regiones de nada. Se perdió todo, qué te voy a contar. Y acá estamos, volvidos. Con un poco de tos y neoliberalismo, algunas escoriaciones y barrios tragados por los terremotos y los demonios. Pero volvidos y mirando como aquella vez, que si va cayendo la tarde seguro se viene la noche como hoy medio de veranito y qué raro que un diecisiete de noviembre no haga frío que casi siempre hace. Y no llueve (ojalá). Ahora somos nosotros los que estamos empezando a estar grandes.
A mi el peronismo me salvó el alma. Y tuve que dar un rodeo de puta madre para volver a casa y reencontrarme con ese gato alucinante que conocí cuando volvió Perón. Un tiempo increíble para gritar eso que se me atoró en la garganta de tan pibe… ¡Y viva Perón carajo!
Viva Perón.
Me gustó mucho la frase "a mí el peronismo me salvó el alma", y también la del rodeo enorme para volver a casa. A mí el peronismo me endulzó el alma (me la salvó), ya que me sentía popular pero era profundamente gorila, y subestimaba (no comprendía)las razones del pueblo profundo. Yo también dí un largo y complicado rodeo para llegar a casa. Veo al peronismo como una enorme y vibrante "bañadera" (colectivo que se usaba para excursiones, actos políticos y otras yerbas), a la que, en distintos momentos y tramos de su recorrido, mucha gente se siente tentada a subirse. Y, a partir de ahí, ya nada será como antes, ya que este viaje siempre será iniciático. Gracias Marquesito por compartir vivencias de tu recorrido!
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