De alguna manera yo viví mucho tiempo en el país de don José. Pero fue cambiando…
Una tragedia se llevó algunos pedazos de lo que llamamos adolescencia. A muchos conocidos o no, porque hay desaparecidos que uno conoció después. Acá pasa todo al revés. Tuvimos un principio de modernidad, un largo período de postmodernidad y ahora, estamos intentando que dure un poco más la modernidad. Pero todo se mezcla.
Vivo en un país en el que uno se pone contento y puede estar mal antes o después, el mismo día. Que tiene los cuatro climas y todos los humores. Con gente callada, humilde, soberbia, encaprichada. La gloria convive con algunas bajezas y entre ambas, se burlan del justo medio.
Es un país para patriotas ignorados (hasta por ellos mismos) y para cobardes y traidores con mucha prensa. Supo ser casi siempre socialmente injusto, económicamente dependiente y políticamente colonizado. Los gobiernos “populares”, contándolos todos y haciéndose el generoso ocupan menos de sesenta años de los doscientos que contamos de “historia independiente”.
Encima, como dijo un inglés (del que ignoro su nombre) tuvo siempre un “centro”, Buenos Aires, la capital de un imperio que nunca existió. Problemas.
Ahora no queda otra que mirar palante y no solo eso, porque el que no pueda tener la cabeza abierta está afuera de verdad. Pasan cosas, han pasado muchas cosas después de la década del 60 y del 70. Está madurando una cultura de la democracia, a poco menos de treinta años del ’83.
Los nacidos en 1983, cumplieron dieciocho en el 2011… fueron chicos durante todo el menemismo. Descubrieron que “peronismo” tenía otros contenidos con los Kirchner. Vienen votando en las últimas elecciones. Muchos de esos son nuestros hijos, muchos no ven las cosas como nosotros, muchos igualmente votan lo mismo que nosotros.
A ellos no les quiero romper las bolas contándoles que de muy pendex (pero muy) viajé varias veces en tranvía, que conocí el troley, que fui al Ital Park, que el primer supermercado que vi era Gigante, que mi vieja me compraba para potrear un blue jean (después vaquero). No quiero que alguno sienta culpa o nostalgias de una época que no vivió (los sesentas y los setentas de nuevo), como si esta no fuera una época para ser vivida.
Es un país con ciudades para melancólicos, para inviernos largos y amores que se cuelan por una puerta entreabierta. Fulanos que escriben y no son escritores, un poco como esos cantantes que tienen el escenario bajo la ducha. Gente común. La que uno –ya humildemente de tanto errar juicios- putea y besa de tanto en tanto cuando parece que no pasa nada y está pasando.
El país de Don José. De Don José de San Martín. Ese. Y sabés… estamos siempre en un Plumerillo, armándonos, preparándonos para cuando las cosas importantes ocurran, porque casi sin darnos cuenta, como decía, ocurren. Los Andes son tomar el bondi, llegar al laburo, llegar con el sueldo, comprarse algo en cuotas. Salir de la facultad y tomarse un café con otros, preparar un exámen. Sacar conclusiones en una conversa que siempre queda ahí y siempre se retoma. Verse en familia. Llamar a tu hermano que se fue un fin de semana a Entre Ríos. Perder elecciones. Ganar elecciones.
Curarse en salud de nuestra historia. Bicentenariarse por ahí. Animarse al pensamiento de corrido y no al rejunte de consignas. Que te crean, que les creas.
Defender un par de principios que no van a cambiar por nada. Tener la mirada larga para el resto. El abrazo fácil, el orgullo en silencio como un tigre. La bandera en alto, como el resto de las banderas. Justa, Libre y Soberana. Porque lo demás no importa nada. Nada.
Vamos bien don José.
Historia y presente en este futuro que estamos haciendo. Bellísimo. Sí que vamos bien. Don José el del edificio y el otro pueden estar bien orgullosos. Y sus hijos también, compañero
ResponderEliminareste si me justo
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