Muchos actos, tantos actos, cierres de campaña, aperturas, reivindicaciones, actos políticos, gremiales, proclamaciones de fórmulas, actos, caminatas, marchas. Campaña. Discursos, palabras, palabras bien, las que nos interpretan, las que nos dicen y dicen sobre nosotros. Palabras que encierran ideas. Rejunte de consignas, listado de realizaciones de un gobierno. Manos que levantan manos en triunfo, papelitos de a chorros, aplauso, aplausos. La marcha. El himno. La marcha afuera, la marcha de a pedazos. La marcha a destiempo. Muchos actos.
La avenida Maipú. La puerta que Isabel hizo arruinar con chapones de metal (el miedo del miedo). Carteles de “en venta” de las inmobiliarias de la zona. Gente airada, con odio, con rabia, con una rabia destemplada (como toda rabia). La yegua, que se vaya la yegua. Y uno lee el subtitulado en perfecto español: viva el cáncer. Son buenos vecinos de Vicente López, son de otros lados. Son una manga de hijos de puta.
Estoy cansado de escuchar cosas, de ver cosos por la tele. Gracias a la nueva ley de partidos, los mensajes igualitarios de todos los preprecandidatos me tienen las bolas al plato por saturación o por convección. El mismo tipo que uno no soportaba se vuelve cómico de tan repetido.
Las cosas importantes, como la rotación de la tierra, apenas son perceptibles justamente porque ocurren. Pasa con los cambios de fondo también, sucede con las revoluciones culturales. Pasa con muchas cuestiones de nuestro gobierno (este, el de la yegua). Y a veces cierro los ojos –casi dormido, casi aburrido- y veo a los pibes que levantan las noutbuc crecidos, con hijos, haciendo de grandes y de ciudadanos, haciendo de nosotros. Los pibes de la asignaciónuniversal caminando hacia el laburo, apurados, pensando en una cita que regale un buen fin de semana. Los tipos que recuperaron el laburo, los que laburan por primera vez, los veo jubilados haciendo alguna boludez en la casa, recibiendo a los nietos un domingo en casa.
Me despierto sobresaltado. ¿Esto sigue no? Si no, va a ser como los pibes de la Fundación que uno no sabe qué fue de ellos, si recordaron siempre Chapadmalal, el mar, la nieve, la montaña, los juguetes. Las chicas de las máquinas de coser… O si todo terminó en un llanto que tuvo que disimularse y se transformó en un rocío eterno todas las mañanas de invierno.
La veo en el estrado. Le queda el costado intimista, el resto lo digo Amado. Le queda hablar en familia, entre compañeros aunque todos sabemos que se transmite en directo. Pero habla de ella y de ese tipo que hoy no está. Y no puede ser que no está. Eso que le paso, lo del corazón y el pecho, para defenderla. Para quererla. Y veo que lo busca y nos mira, uno por uno, como si pudiera encontrarlo entre nosotros. La metáfora ya me mata.
Un presidente militante, una Presidenta coraje. ¿A quién impresionar con la propia militancia de entrecasa, de cabotaje?
La mesa grande que en una punta tiene a los viejos (que ahora si cobran una jubilación rescatada), en la otra punta los chicos que van al colegio a estudiar y no a comer, en el medio los padres que llegaron de trabajar. Una imagen que se cristaliza sólo porque no estaba. ¿Y quienes son los turros que se realizan en una comunidad que no se realiza? Hallazgo en el remate de Amado, lo de la mesa grande.
El amor que va y viene desde el teatro al escenario, a esa tarima con el atril y a esa mujer que los focos no alcanzan a tapar. Veo viejos militantes, morochos duros de sindicato, grandotes de campera. Absortos, con la boca abierta y los ojos en vidrio, moqueando como pelotudos. La mina los(nos) atravesó mal. Primero nos pasamos un dedo como sacando una basurita, después refregamos los parpados con algún disimulo. Terminamos pasando un panuelo de papel, o dejando que se sequen las lágrimas, mostrándolas como una condecoración.
Algunos nos quedamos, algunos muchos, porque los queremos ver, porque queremos decirles algo. Y pasan esas cosas que te dicen que si, que es tu gobierno, algo de compañerismo y complicidades de estar en lo mismo con esta gente común que tiene responsabilidades importantes. Un bien Débora, Nilda cada día me hacés mejor, Chivo siempre con vos, palmada, manos, saludos a otro y otro que va pasando hacia la salida del Coliseo.
Los monos se mueven porque viene ella. Y viene, de negro, más baja de lo que uno piensa, chiquita pero uno la ve enorme. Con lágrimas, esas de verdad. Saluda y saluda y saluda. Quedo ante sus ojos mientras pasa. Ahora las gracias son para vos. Sonríe levemente y los ojos grandes otra vez se le nublan y sigue.
Qué Presidenta, la puta madre. El Jefe de Gabinete asiente y me sonríe.
Su mano llena de arrugas se toma de la almohada, otra vez se despertó antes de las seis. Costumbre de viejo laburante levantarse siempre temprano, aunque ya no haga falta. Mira la sábana y sus ojos apenas abiertos recuerdan la otra sábana bordada “Fundación Eva Perón”. Se sienta en la cama y (me) dice al aire: Nunca me olvidé, nunca.
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