26jul2010, 19:58 – Escribo envuelto en la calefacción de una pizzería paqueta. A metros Colón sube y en la cima la mansión Ortiz Basualdo se mira; a la vuelta, pegada y escondida, duerme la casona de los Blaquier.
Hace cincuenta y ocho años es posible que en alguno de estos palacios de nuestra aristocracia (con olor a bosta), la mujer del casero arrodillada frente al retrato, vela en mano y la otra espantando las lágrimas –con esa cosa pesada que hunde el pecho- esté rezando. Esta noche sólo cabe rezar. Los patrones no vendrán hasta fines de noviembre (¿en qué ciudad de Europa estaban las señoras a esta hora?). Es posible también que los hombres de mando apuren una copa en Jockey. Motivos para festejo…
Aquí, en Mar del Plata, la radio (bajita) marca los minutos de la desesperación. Anteayer marcharon. Hicieron una interminable llamarada de antorchas pidiendo el milagro que Dios no va a conceder.
¿Por qué no hay justicia, por qué no existe la justicia? Tiene sólo treinta y tres años…
Nos dio ocho y algo más de seis si contamos la acción directa, esa vida pública. Y nada más. Y con esos años dio vuelta el mundo. Sería yo otro escribiendo ahora si Ella no hubiera pasado.
La veo venir y seguir de largo; cuando trato de hablarle ya no está. Los libros me dan pistas, voy a los lugares, toco. Pero no. Vi los vestidos, las fotos de las fotos, el prendedor del escudo. Pero no. Y como muchos, leí al General primero para entenderla. Y entendí. Me hizo falta Ella para amar, sin embargo. Es la única manera de entender. Pasionalmente, fanáticamente (¿era así?).
Orillé la lucha sindical y las conquistas también tenían un mensaje para mí. Pero todo en un costado me hablaba de Ella. Y para qué hacer citas del incendio, de los conjuros populares cuyo poder reside en su cabellera suelta. En su voz agrietada y aguda de grabaciones que remasterizamos cada tanto, como para no perderla.
Pero se nos pierde. Ocurre que me tocó nacer cuatro años después y desconocer casi todo. Tuve que nacer en la edad oscura y lejos de sus ojos.
El corazón le sale del pecho. Vacila, no quiere levantar la cara. Ni oír la radio; que no transmita más nada. Se está por parar el mundo. Es eso. Pobre caserita perdida en la casona de los Ortiz Basualdo. El eco devuelve un llanto viejo, tan asustado.
Se quedan en el Jockey un rato más. Está la mesa de siempre. Los abogados, los empresarios, los vacunos, los gringos amistosos, los políticos amigos de los gringos. Todos saben en lo más íntimo que deben estar juntos un rato más esta noche.
Y yo tan agarrado a otra Argentina, con morochos peinados y castaños desteñidos. Postmoderna de tanta lluvia ácida. Trato (mos) de recobrar el aliento, porque tal vez esta vez.
26jul; 20:25 – La radio brama lo que tanto esperaban. Descorchan champagne, se abrazan. El Jockey es una fiesta (otra fiesta después de tanto tiempo).
Un gemido agudo de animal alcanzado por la perdigonada -herido de muerte- va por las habitaciones cerradas. La chinita llora a moco tendido. ¿Acaso Dios no existe?, acaso Dios no escucha a los pobres. La noche hace prisioneros en cada alma, la sirvientita la primera.
Los mozos del Jockey, embanderados y pasantes entre las mesas. Uno se sale de línea, se cubre tras las cortinas y se agarra la cabeza, se arranca el moño y llora como un chico. Berrera como el huérfano que es. Y se queda así, en cuclillas en un rincón con un miedo tan grande como el futuro. Dios, qué soledad.
¿Cuántos han sido vengados? ¿cuántos fueron reivindicados, cuántos los rescatados? Menos, menos de los que sufrieron. La historia es así de puta, sólo cuentan los salvados (y siempre son menos).
Pero fue imborrable. Fue maravilloso. Una tormenta inesperada, un verano en el que todos los que nunca, veranearon.
Vengo de ese país, aunque no lo haya conocido. Reconozco guiños que van de mirada en mirada, para hundirse en el pelo negro de esta noche (voraz, feroz, compañera).
Es eso. Y ahora es esto. Año a año se nos van llevando a los que quedaban con los pies aún húmedos de esa fuente. Anécdotas grabadas. Y una pira que señala el rumbo de los muertos. Tragedias arrumbadas junto a maravillas. Es nuestra historia, grande y cotidiana. Es un rejunte de miserias y también de miserables. El cuadro de honor de los traidores. Y los perros de la guerra haciendo de próceres. Los asesinos. Ese tiempo mediocre de estar vivos. Nuestra personal historia. La familia de hijos y también de posguerra. Los miedos embaldosados y ese sentido común que nos ha sido tan esquivo.
Y este ahora concreto en el que la única verdad es la realidad. Es cierto que se puede correr la línea de la cancha, para hacerla más grande y que cada día quepa uno más. Ahora es ahora.
Igual tenemos metido tu nombre para empujar hacia la victoria, con el heroísmo de estos días (tan discreto). De última, siempre tenemos guardada esa bandera que flameará sobre las ruinas.
Hace cincuenta y ocho años es posible que en alguno de estos palacios de nuestra aristocracia (con olor a bosta), la mujer del casero arrodillada frente al retrato, vela en mano y la otra espantando las lágrimas –con esa cosa pesada que hunde el pecho- esté rezando. Esta noche sólo cabe rezar. Los patrones no vendrán hasta fines de noviembre (¿en qué ciudad de Europa estaban las señoras a esta hora?). Es posible también que los hombres de mando apuren una copa en Jockey. Motivos para festejo…
Aquí, en Mar del Plata, la radio (bajita) marca los minutos de la desesperación. Anteayer marcharon. Hicieron una interminable llamarada de antorchas pidiendo el milagro que Dios no va a conceder.
¿Por qué no hay justicia, por qué no existe la justicia? Tiene sólo treinta y tres años…
Nos dio ocho y algo más de seis si contamos la acción directa, esa vida pública. Y nada más. Y con esos años dio vuelta el mundo. Sería yo otro escribiendo ahora si Ella no hubiera pasado.
La veo venir y seguir de largo; cuando trato de hablarle ya no está. Los libros me dan pistas, voy a los lugares, toco. Pero no. Vi los vestidos, las fotos de las fotos, el prendedor del escudo. Pero no. Y como muchos, leí al General primero para entenderla. Y entendí. Me hizo falta Ella para amar, sin embargo. Es la única manera de entender. Pasionalmente, fanáticamente (¿era así?).
Orillé la lucha sindical y las conquistas también tenían un mensaje para mí. Pero todo en un costado me hablaba de Ella. Y para qué hacer citas del incendio, de los conjuros populares cuyo poder reside en su cabellera suelta. En su voz agrietada y aguda de grabaciones que remasterizamos cada tanto, como para no perderla.
Pero se nos pierde. Ocurre que me tocó nacer cuatro años después y desconocer casi todo. Tuve que nacer en la edad oscura y lejos de sus ojos.
El corazón le sale del pecho. Vacila, no quiere levantar la cara. Ni oír la radio; que no transmita más nada. Se está por parar el mundo. Es eso. Pobre caserita perdida en la casona de los Ortiz Basualdo. El eco devuelve un llanto viejo, tan asustado.
Se quedan en el Jockey un rato más. Está la mesa de siempre. Los abogados, los empresarios, los vacunos, los gringos amistosos, los políticos amigos de los gringos. Todos saben en lo más íntimo que deben estar juntos un rato más esta noche.
Y yo tan agarrado a otra Argentina, con morochos peinados y castaños desteñidos. Postmoderna de tanta lluvia ácida. Trato (mos) de recobrar el aliento, porque tal vez esta vez.
26jul; 20:25 – La radio brama lo que tanto esperaban. Descorchan champagne, se abrazan. El Jockey es una fiesta (otra fiesta después de tanto tiempo).
Un gemido agudo de animal alcanzado por la perdigonada -herido de muerte- va por las habitaciones cerradas. La chinita llora a moco tendido. ¿Acaso Dios no existe?, acaso Dios no escucha a los pobres. La noche hace prisioneros en cada alma, la sirvientita la primera.
Los mozos del Jockey, embanderados y pasantes entre las mesas. Uno se sale de línea, se cubre tras las cortinas y se agarra la cabeza, se arranca el moño y llora como un chico. Berrera como el huérfano que es. Y se queda así, en cuclillas en un rincón con un miedo tan grande como el futuro. Dios, qué soledad.
¿Cuántos han sido vengados? ¿cuántos fueron reivindicados, cuántos los rescatados? Menos, menos de los que sufrieron. La historia es así de puta, sólo cuentan los salvados (y siempre son menos).
Pero fue imborrable. Fue maravilloso. Una tormenta inesperada, un verano en el que todos los que nunca, veranearon.
Vengo de ese país, aunque no lo haya conocido. Reconozco guiños que van de mirada en mirada, para hundirse en el pelo negro de esta noche (voraz, feroz, compañera).
Es eso. Y ahora es esto. Año a año se nos van llevando a los que quedaban con los pies aún húmedos de esa fuente. Anécdotas grabadas. Y una pira que señala el rumbo de los muertos. Tragedias arrumbadas junto a maravillas. Es nuestra historia, grande y cotidiana. Es un rejunte de miserias y también de miserables. El cuadro de honor de los traidores. Y los perros de la guerra haciendo de próceres. Los asesinos. Ese tiempo mediocre de estar vivos. Nuestra personal historia. La familia de hijos y también de posguerra. Los miedos embaldosados y ese sentido común que nos ha sido tan esquivo.
Y este ahora concreto en el que la única verdad es la realidad. Es cierto que se puede correr la línea de la cancha, para hacerla más grande y que cada día quepa uno más. Ahora es ahora.
Igual tenemos metido tu nombre para empujar hacia la victoria, con el heroísmo de estos días (tan discreto). De última, siempre tenemos guardada esa bandera que flameará sobre las ruinas.
Un texto maravilloso, ya sabes cómo pienso, sin embargo se siente el latir ...
ResponderEliminarFer
gracias Fer, lo valoro aún más
ResponderEliminarUna maravilla compañero y amigo, pura emoción, puro corazón, pura cabeza. Un abrazo emocionado por este texto enjoyado
ResponderEliminarSin dudas lo más bello que le he leído, compañero. Qué ventura la mía, haber llegado justo
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