
Las razones de la crispación social de los sectores medios canalizada en un odio sin atenuantes contra el matrimonio Kirchner-Fernández y sus gobiernos son varias, y ninguna nos convencerá del todo. Es un fenómeno complejo que tiene antecedentes y que sería torpe analizar solamente por este resultado, es decir, por el producto final.
Es complejo porque los “think tanks” de la derecha vienen trabajando en esto desde que avisoraron la caída de la dictadura. Sabían bien que en algún momento no se podrían controlar todas las variables de la democracia tutelada, y se las tendrían que ver nuevamente con el “populismo”. Ese momento ha llegado.
Tras la crisis del 2000 y el globo del capital financiero que se iba construyendo como contra-utopia de un Estado de Bienestar para Privilegiados, el poder real estaba debilitado. El núcleo del paradigma neoliberal estaba irremediablemente dañado, pero aún no surgía su reemplazo (una auténtica crisis de fin de siglo). El gobierno de Néstor K pivoteó astutamente en medio de las contradicciones de una crisis de hegemonía intraburguesa, con un éxito notable. Lo que el enemigo llama “revanchismo” o “la memoria de un solo lado” es simplemente el plus de la militancia setentista que formó al nuevo elenco gubernamental. Era su oportunidad histórica, en un segundo turno llegada la maduréz que la primavera “camporista” no pudo tener. La alianza de las burguesías se recompuso políticamente y ajustó cuentas con las cédulas hipotecarias a nivel primerplanetario.
No era necesario ya el orden de un peronismo anticrisis que se proponía “redistribuir”. Había que destruir el proyecto atacando su segundo período: el gobierno de Cristina Fernández. Era el plan del poder real, le faltaba la escolta popular del desastre clientelar que ya había probado el menemismo y la imprescindible furia de los sectores medios. El pobrerío escuchaba a los K porque estaban siendo incluídos, pero los otros eran –como desde los cuarentas- presa fácil.
La mal llamada “clase media” padece endémicamente de frustración, furia y miedo, un cóctel que va variando los porcentajes de cada elemento, y en el que el componente básico (“miedo”) siempre es de más del 50%. Temor a la “violencia” política (en otro tiempo), a la “inseguridad” ahora, a la expropiación por parte del Estado al que se visualiza como el gran depredador. ¿Qué les puede “expropiar” el Estado si no son propietarios (de medios de producción)? Les puede escamotear la posibilidad de un futuro ligado a la promesa del capitalismo, de ascenso social indefinido al cual están llamados por las clases superiores (los que se lo prometieron). Los pueden desposeer vía impositiva, por pérdida de una carrera laboral, por bastardeo de la educación, por falta de esperanza material del país tercermundista en el que tuvieron la maldición de nacer.
Se trata, como bien dice el compañero Norbert Elias (“El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas”; FCE; Buenos Aires, 1993), de miedos específicos: “…miedo al despido, miedo a la posibilidad de estar a merced de los poderosos, miedo a padecer hambre y miseria, como sucede con las clases más bajas, miedo a la decadencia, a la disminución de la propiedad y la autonomía, a la pérdida del elevado prestigio de la alta posición, todo lo cual tiene una gran importancia para las clases medias y altas de la sociedad. Precisamente, los miedos de este tipo, los miedos a la pérdida de lo diferenciador (…) son los que han tenido hasta hoy una importancia decisiva en la configuración del código dominante de comportamiento. También se ha comprobado que son estos miedos los más propensos a la interiorización.”
Es “lo diferenciador” el problema. La buena educación –que no la da el Estado, sino que debe ser privada, sin huelgas docentes y con “nivel”-; la seguridad de los que realmente “aportan” y “producen” para el país, los verdaderos interesados en la cosa pública ya que tienen algo material que perder; las buenas maneras, que incluye “lo decente” en oposición a lo lumpen, irresponsable y bizarro; la capacidad del “esfuerzo” y la potencia del “ascenso social”. Repetimos: lo piensen o no, representan a los destinatarios de la promesa capitalista, aquella “elección de los elegidos” de la que nos hablaba Bordieu y que algunos de estos sectores –sobre todo los medios bajos- temen no alcanzar. Digamoslo de una vez: en un proyecto nacional inclusivo, la reincorporación de los “caídos” y la incorporación de los excluídos por el neoliberalismo, plantea a muchos sectores sociales precariamente incorporados una sensación de vulnerabilidad y angustia. Parten de la base de que los poderosos deben ser los que aceptan aquello que va a distribuirse, y fijan también los límites y los mecanismos. Así es que el “progreso” transcurre en paz.
Ante un sistema liberal que repartía de acuerdo a las reglas del mercado y los factores de la producción; o una vetusta concepción de “socialismo” que distribuía la misera; o peor aún, con las múltiples “terceras vías” que contemplaban más la angustia de los intelectuales y el new age político que cuestiones indecorosas como el hambre y la igualdad; el peronismo aparece como una topadora imposible de manejar. “Que la Patria sea grande y el pueblo felíz”; la Comunidad Organizada en la que se equilibran primero los factores de poder a fin de alcanzar el pacto social y, por lo tanto, se intensifica la acción del Estado sobre los trabajadores y sus organizaciones para equipararlos a la potencia de la burguesía, son teorías concretas con puntos de fuga también concretos.
Porque que todos seamos de clase media, sin ricos ni pobres, es un objetivo totalmente posible en un proyecto de desarrollo nacional. Y si encima se enmarca en el desarrollo del cono sur como punta de lanza del continentalismo, ni hablar.
Por derecha y por supuesta izquierda, los comunicadores políticos azuzan los miedos, enconan a las gallinas falsificando los zorros. Hay que evitar que se animen a saltar la valla invisible que los mantiene aterrados en la impotencia, impedir que timidamente con los tres dedos de la pata temblando pisen la línea de tiza y noten que no pasa nada. Que se puede salir del círculo trazado por los dueños de todo. Que es posible abrazarse con los que están afuera y dejando de ser “la gente” se transformen sólo y simplemente en Pueblo. Ni más ni menos.