martes, 4 de abril de 2017

LA BATALLA (CULTURAL)

Pensar que perdimos votos pero no una batalla cultural, es un grave error que llama a cometer errores de análisis mayores. Sí, la perdimos pero no fue ahora, sucedió hace tiempo y siguió sucediendo con alguna que otra interrupción.

La principal batalla cultural perdida fue con Martínez de Hoz en épocas de la Dictadura. Allí el Ministro nos tiraba con la complicidad de una "mayoría silenciosa" que los apoyaba y que apoyaba los cambios que se estaban haciendo y la manera en la que los estaban haciendo. ¿Era verdad?, sí y no, o no tanto. Lo que si ocurrió es que de alguna manera, una cantidad de gente se convenció de que el rol del Estado no era la promoción de la economía y la industria, que eso era un asunto de los "privados". Y también de alguna manera, el Estado pergeñado en la era peronista fue cuestionado en sus fundamentos.

Es decir, se dudó seriamente que intervenir en la dirección de la economía y la marcha de los mercados, que subsidiar a sectores de la industria nacional, que proteger y promover sectores sociales vulnerables (mejor dicho, vulnerados) fueran las tareas que debía contemplar un elenco político que dirigiera al Estado. Que fueran las tareas de una democracia y que su cumplimiento velaba por el funcionamiento equilibrado de la República.

Demás está decir que luego, ya recuperada la democracia, las ideas neoliberales triunfantes en un mundo globalizado (por esas ideas), ingresaron como un cometa en llamas en el cielo argentino de la mano de un peronista. Fue otra modernización conservadora que, amén de desactivar las empresas estatales y organismos de control (que tenían en el ADN un innegable sello peronista), hizo centro en las relaciones del trabajo con el capital en clave de flexibilización laboral. Una apretada para recuperar la tasa de ganancia, algo maltrecha por tanto derecho y tanto "costo laboral argentino".

Y de ahí que el Estado y su déficit fue objeto de burlas y odios. El gasto fue "gasto", más allá de que fuera "inversión" social o productiva, daba lo mismo. Porque el Estado estaba manejado por chorros (es decir, peronistas; aunque los más audaces lo traducen por cualquier político) y los chorros roban. Se la llevan a la casa. Ahora resulta que los peronistas la repartieron por lo general, generando esa ilusión de una vida irreal vivida por gente que irrealmente ascendía socialmente. ¿Qué cosa, no?

El anti peronismo suele ir danzando de la mano de esta igualación de oportunidades, de rescate de gente sumergida, de reconstrucciones incesantes de un país "fundido" (escribimos "saqueado" y entendemos mejor).

La batalla cultural que ganó la derecha, en este caso, va por este lado. Son los "privados", los empresarios los que arriesgan su inversión en fines productivos, los que "dan" trabajo (en lugar de pensar que lo compran o, mejor dicho que lo alquilan), y por eso merecen y les corresponde toda clase de privilegios y beneficios. Cualquier otra cosa sería poner trabas al desarrollo y por qué no, a la libertad. Los demócratas son ellos; a nosotros nos tocó el "populismo".

Esta serie de pavadas no serían graves si no fuera porque una franja importante del pueblo las cree. Como que no dudan, es así y debe haber sido siempre así. El trabajo está muy bien hecho.

¿Y qué pasó entonces en la década de doce años kirchnerista? Mucho de lo bueno, y también se colaron una serie difusa de tendencias, malos hábitos, pre ideas que se vinculan al ideario neoliberal y que no alcanzaron a ser desactivadas a tiempo. Porque todo era un vértigo, porque no se supo, porque era demasiado lo que había que restaurar y mucho lo que se debía inventar e imaginar. Y pese a los momentos trágicos del 2001 -por poner ese punto ahí-, a las desgracias personales de la pérdida de trabajos, parejas, familias, y esas cosas materiales que tanta falta nos hacen siempre, poco parece haber quedado de registro histórico en la cabeza de muchos.

En tanto tiempo vino al mundo otra gente, es cierto. Pasa que el neoliberalismo arrasa para adelante y también para atrás y se pierde la memoria, la conciencia, la sobriedad y la dignidad. Una parte de pueblo sin esas cosas es un animal herido y peligroso, seguramente va a atacar.  

Nuestra comunidad está bajo ataque y se debe a esa batalla cultural perdida. Porque vea... la guita se puede recuperar o hacer de nuevo. Hasta puede pasar que aparezca de nuevo un Néstor y se estire como la masa de domingo la deuda, la corte en pedazos, tire los que se mezclaron con harina mala y va, salen ravioles. Puede volver a pasar. Lo que no tiene solución son las vidas que se están perdiendo en este momento, los laburos que se caen y las oportunidades que no vendrán. Hay un sin remedio en la sin razón. Todos pagamos la derrota, también los que ayudaron a construir el arma.

No podemos contentarnos con eso de que hay dos países como si se los pudiera separar en territorios aislados geográficamente. No va a pasar. Estamos todos adentro de esto. La cosa va a ser así: a veces ganamos nosotros y a veces ganan ellos. ¿Qué mentira, no? Ellos o los más "ellos" -sin la comparsa de los desclasados que se creen adentro- siempre ganaron, siempre mandaron. Ocurre que estos doce años -y aquellos otros nueve que uno recuerda vívidamente y no los vivió- nos hacen pensar que estamos empardados. Y no. A veces ganamos nosotros, y punto.

Tenemos esa batalla cultural en el recorrido, porque nunca se gana y tampoco se la pierde del todo. Lo nuestro es una verdadera sociedad equilibrada -no igualitaria, fíjese- con oportunidades para todos, pero todos de verdad. Con un énfasis mayor en los que no tuvieron una puta oportunidad, para que la tengan. Un Estado que planifica, redistribuye y controla, que interviene un montón en la economía y en la sociedad para que los zorros no se amanceben con un montón de gallinas aparte de lastarse al resto. Nuestra batalla cultural es por la Patria socialmente Justa, Económicamente Libre y Políticamente Soberana. Nada más. Y valores. Solidaridad, compañerismo, justicia, amor por el otro y los más débiles, esas cosas. Y saber -y que se sepa- que esas cosas son gracias al peronismo, porque es de buena gente ser agradecido.


Alguno dirá que son verdades relativas, que nuestra opinión -esa batalla cultural planteada- es tan válida como la contraria. No la vamos con el postmodernismo -al menos, no en el relativismo a ultranza-; creemos que tenemos razón y que lo nuestro es mejor porque tiene efectos prácticos, porque no se puede negar que el país estaba mejor y que la gente andaba mejor. Así como el neoliberalismo tiene también efectos prácticos y prueba de realidad. Es lo que estamos viendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario