Es una buena pregunta, con respuestas tentativas y múltiples (como todos los temas importantes). En la misma formulación ya uno afirma algo que es un punto de partida (ese algo que no va a discutir por principio; o da para otro debate en tal caso): el kirchnerismo es peronismo.
Me suena “levemente” gorila pensar que puede haber muchos peronismos, sobre todo porque da la posibilidad de que cada uno elija el suyo e invalide al resto (y automáticamente, como se hace en todos los casos en que lo identitario está en juego). Porque como decía Marx, “el peronismo es la síntesis de múltiples determinaciones”. Pero dejemos eso ahí.
La multiplicidad de peronismos si me parece aceptable hablando de procesos y momentos históricos, nada más. Y entonces, me parece que el kirchnerismo –sin dejar de parecerse y diferenciarse de todos esos momentos peronistas- es nuevo y único.
En principio (y pese a la coincidencia por simpatía), intuyo que no tiene mucho que ver con el “setentismo”… No están las “pautas programáticas” de Cámpora, sino un difuso “proyecto nacional” (y ya vamos a charlar un rato sobre esto si querés); no se plantea el “socialismo nacional”, seriamente al menos. La verdad es que nos estamos cuidando bastante de considerar que andamos en un camino revolucionario. ¿Y por qué será? Porque antes no había ocurrido la cacería del ’75 ni el genocidio de la dictadura, por decir un algo. Porque también le perdimos el respeto a la Revolución, a fuerza de mas de un desengaño fulero. Otro dirá que peinamos canas y nos aburguesamos… siempre hay un pelotudo q’vaser.
De los setentas este momento tiene la impronta de la defensa de los derechos humanos y el tema de los desaparecidos, de sus hijos. El rescate de la política como la única actividad humana que puede transformar la realidad social y económica. Un dejo de principios –más o menos formulados, pero no declamados al pedo- que nos recuerdan a algunas cosas imborrables de Cacho el Kadri y que, efectivamente, no fueron colgados en la puerta de la Casa Rosada.
Hay si una cuestión generacional y por ese camino, también ideológica. Y no muchas más similitudes. Las “formaciones especiales”, la JTP, el PB, y demás no tienen nada que ver con las agrupaciones de hoy en día, y esto no es un demérito sólo decir que no hay repetición de ese pasado (sin tener en cuenta muchos otros de los ochentas y noventas).
En segundo lugar y por contrapartida, el kirchnerismo coincide poco con el peronismo “ortodoxo”. No es nostálgico, y si lo es tiene un propósito que lo aleja de la efeméride y la cita de relleno. “De Perón y de Eva hay que acordarse cuando se gobierna y no en los discursos”, le escuché decir a Néstor electo y aún no asumido.
El kirchnerismo tiene al PJ como su partido de origen, lo considera imprescindible y no sólo por un cálculo ligado a la gobernabilidad. Quiere al PJ, le tira el escudito y se pone la camiseta. Pero no lo adora y lo puede dejar de lado, zamarrear, ignorar. ¿Circunstancias del liderazgo? Puede ser, pero voy más por una ambigua relación que no se puede resolver. Algo también ligado a los setentas pero con una conciencia mayor de la necesidad del aparato en el que se referencian millones. Ojo al piojo.
Pero igual, el kirchnerismo se caga en los íconos. No tiene nada que ver con las décadas del cuarenta y cincuenta, esos tangazos grabados con un rayador de fondo, los telenovelones radiofónicos, fotos cepia, malvones y madreselvas. No construye con eso y entonces choca inevitablemente con ese peronismo básico (no de “básica”) que requería sólo de una doctrina y veinte verdades. El kirchnerismo no es mejor, pero es un animal más complejo.
Uno estaba tentado a pensar (y lo dije muchas veces) que se parece enormemente –y por lo tanto es continuación directa de- al “primer peronismo”, es decir la experiencia inicial del ’45-’55. ¿Y sabés que no tanto? Ese peronismo de Perón tenía que construir un Estado Popular, relevar y planificar, tener un plan (los Quinquenales), controlar la producción y el comercio exterior (IAPI), nacionalizar sectores de la economía, construir empresas del Estado, y poner –al mismo tiempo- en valor al trabajador para equipararlo a los otros factores de poder. Todo eso.
Néstor se planteó el camino de regreso del infierno. La “reconstrucción nacional” debía hacerse teniendo en cuenta agujeros, zonas y gente que no estaba. La generación del ‘80 había abdicado hacía mucho y sus nietos vivían afuera. No había que convertir a los talleres en pequeñas industrias, sino tratar de que hubieran pequeños talleres, mientras se negociaba con la gran industria. En los cuarentas el monstruo financiero vivía en la City londinense, se calzaba el sombrero de cowboy y sobrevolaba una Europa que se hacía puré. La verdadera “guerra mundial” de estos tiempos fue la globalización, definitiva, imperceptible, sin retorno. Este es otro mundo.
El kircherismo tomó de todos lados. También del neoliberalismo. Aprendió mucho de esa malformación peronista que se conoce como “menemismo”. Y así como no se nos ocurre pensar la vida sin celular ni internet, se comprendió que hay cagadas a las que había que buscarle la vuelta para que fueran a favor. Superávit fiscal hay que tener, no hay discusión. Algo de inflación también, pero no toda la imaginable. Las cuentas son importantes (eso de “pesito a pesito se va haciendo el montoncito”). Y defendieron en los noventas el interés de la provincia (de Santa Cruz). No podían impedir Repsol, pero podían –y debían- cobrar regalías. Y así tantas cosas.
Aprendieron en el menemismo las articulaciones del poder y sus múltiples facetas. Que no se puede descuidar ninguna. Hay algo de pérdida de la inocencia; es justo decir que todos la perdimos. No sería posible pensar este momento si prescindimos de los noventas. Algo así como decir que no le debemos nada a la postmodernidad (y no por eso nos revolcamos con la miseria de los postmodernos).
Sin embargo (a no tentarse), no se trata de un “neoperonismo”. Nada que ver con esa cabizbaja supremacía del peronismo “político” frente al poder sindical, esos temas de la “doble representación” que James le atribuyó al movimiento obrero peronista (el movimiento obrero, bah), y se terminó de hacer mierda con Luder y después la “renovación” inconclusa a lo Cafiero.
El kirchnerismo demostró que arriesga para ganar (y a veces pierde), que no es pusilánime (como el neoperonismo que corrió paralelo a la generosidad trágica y romántica de la Resistencia). Juega siempre, aún cuando parece que se guarda (porque hasta ahora, no se guarda) y redobla la apuesta. En este sentido es leal obcecadamente (así como era Cámpora) porque se remite a cuestiones fundacionales (a la teoría peronista de la que sale la doctrina para la acción). No pretende reemplazar ni prescindir de Perón, sino de repensarlo (ahora que hace mucho que no está).
Inquieto y “moderno”, incorpora cuestiones de la agenda progresista. El tema de la igualdad cultural, sexual (cuando la igualdad no es económica, porque ese es un tema exclusivamente peruca). La diversidad y sus consecuencias. Han hecho una verdadera pirueta que los enaltece, conjugando peronismo doctrinario y relativismo cultural. Aunque alguno me dirá (y coincidiré) que el peronismo contiene ese relativismo a la perfección.
Eso si, tiene un problema original, como un pecado de origen. Huérfano de una tradición que fue masacrada, sin compañeros ni mayores, se tuvo que bastar a si mismo y encontrar las respuestas sin interlocutor externo. Y por lo tanto no pudo confiar en casi nadie. Llegado al “poder”, se paró como Estado. Como un “Estado de todos”, no un Estado clasista. Como el Estado que deseamos y no el que la razón nos obliga a entender. Y desde allí los problemas con la CGT y con los demás “factores de poder”. Muchos compañeros a veces (me incluyo) tememos que la relativa independencia estatal se vaya de rosca. Otros, un poco más pelotudos (que no son compañeros y si muy gorilas), ven soberbia y tendencias “totalitarias”. Tratemos de mantener el nivel de análisis en tal caso.
El kirchnerismo es peronismo explícito. Tuvo partida de nacimiento en un desastre que se corporizó como drama en el 2001. Es tributario de la crisis de representación, de la caída libre de los partidos políticos y las instituciones. Toma nota del descreimiento y también de las ganas de creer. Es la corriente política más activa, eficiente y eficaz que existe en el país.
Y para terminar por ahora, un par de palabras a nivel personal (como que lo demás lo dice montoto). Llegué al peronismo, no estaba, lo he abrazado con la cabeza y el corazón. Uno se hace cargo de toda la historia, no se elije el pedazo que se puede bancar. Y desde ahí, uno llega al kirchnerismo porque coincide tremendamente con el peronismo que supimos tener.
Sinceramiento, explicitación de contradicciones, lo concreto en una situación concreta en base a una línea. Esas cosas que es necesario tener dando vueltas para no volcar (algo tan común en nuestro país).
El kircherismo es el peronismo del siglo XXI. Y si algún compañero tiene otro que lo ponga arriba de la mesa.
Milité en la gloriosa JP de los setenta, también en La Plata como Néstor y Cristina y para mí, el kirchnerismo sigue la línea fiel y coherente de aquel peronismo que también era cuestionado por algunos viejos peronistas del momento. Nos llamaban zurdos.
ResponderEliminarCoincido con vos en que el kirchnerismo es el peronismo del Siglo XXI como el setentismo fue el peronismo de ese momento histórico, donde se mezclaba el mayo francés con la revolución cubana y la epopeya del Che.
Es lo bueno del peronismo, por lo que sigue y seguirá vigente: se recicla
Saludos
soy peronista desde siempre y el kirchnerismo es el unico que representa el verdadero peronismo al que siempre adheri, sufri con la traicion de menem y duhalde y pense que jamas volveria a ser peronista ,pero nestor ,el gran nestor cambio todo ,gracias nestor!!
ResponderEliminar