Y cuando alguna noche me siento en un café, te tengo del otro lado apurando el pucho, llevando los ojos grises quién sabe adónde. Es una bocanada de humo que sale de muy lejos. Al rato viene tu voz, el guiño y la picardía de la media lengua. Tu bendición hacia un comentario que hice y estuvo más o menos bien (y siempre lo agradezco cerrando los ojos apenas).
¿Por qué me creíste bueno, si no coincidíamos mucho? Me sumabas a la fiesta, porque aparte de ser un ateo de futuro, estabas armado de ganas de creer.
Quise escribir la historia, muchas veces. En el fondo la tuya, pero me contaste poco y nada. Me dijiste, la verdad, todo lo que había que decir. Intento una lista de cosas, como quien sale de viaje…
Te gusta reivindicarte como parte de la paleo izquierda –como decía el perro casi todos los domingos-, y eso a pesar de aborrecer los esquemáticos vuelos de gallina de esos fulanos. Calculo que admiración por la disciplina sin la torpe dureza. Justo vos, uno de los más libres y solitarios bichos. Convicción cerrada del mundo bipolar, tu coherencia imposible en medio de la pasión desatada y escondida.
Decían que es mejor tenerte de amigo en esta vida, que ser tu pareja o mujer. Fulano inimputable, con sacras mentiras que si podías perdonar a la legión de ex fulanas que después, parece que sólo les quedaba admirarte entre alguna puteada. Tómelo o déjelo, tómelas y déjelas.
Fue poco tiempo de verte, unos años, para seguir acá en medio de la gente. Y vos… Sos ese hereje que ya no pueden perseguir y mucho menos agarrar. Vos ganaste. Indomesticado, más allá del humo.
Mis hijos recuerdan al tipo que hacía del asado un arte. Escribieron en la pared del cuarto: “la vida es una sucesión de asados”. Y suscribís, claro. Yo veo a un guerrillero. Un sobreviviente que cayo preso en el setentaycinco y llegó entero al ochentaytres. Con marcas, con surcos, con una lágrima atorada que necesitaba vino para seguir de largo.
Extraño las discusiones políticas, las horas pasadas tinto y cigarros mediante, tira y vacío, lentejeadas. Y la madrugada ahí para despabilarnos. Extraño la casona prestada de Defensa, la terraza a cuadra y media de la Bombonera. Extraño la delicadeza de la amistad y la deferencia de los silencios. Extraño la sonrisa abierta y las canas bien tenidas, los anillos y el encendedor siempre a mano. Esos cds de Amalia Rodríguez, los redondos, Ross y la burla por mi populista defensa de Nebbia. Las goriladas que ya no podré disculparle a nadie.
Me dejaste con charla pendiente. Con un libro sin escribir sobre los amigos del monte. Y pude ver la rompiente del glaciar sin poder acercarme más.
Uno podría descubrir la sombra del orgullo en la penumbra de la humildad. Me llevaste a casa de tus viejos, a Llavallol remontando el Roca. La casa obrera de cortinas bordadas, mantel de hule y la enorme cocina en desuso del fondo. Esa que dejaste en buenas manos, como tu jardín que pasó a otra terraza y sigue viaje.
Sabías lo que hacías con nosotros. Pero yo, ¿qué sabía? ¿Era el tiempo de irse, hermano, era el tiempo de irse dormido en el asiento trasero de un auto tucumano? Un viaje al centro de la noche que se come tu aliento metro a metro. La misma noche de una dictadura que nunca termina en algún rincón. Una juventud inconciente que no sabe de agachadas, pero no tiene ningún futuro.
Nunca te van a arruinar la parrilla con un pescado. Como no pudieron arruinarte un principio, correrte una coma, ni hacerte entrar en una ruedita para dar vueltas en una pecera sin agua. Sin embargo siempre te rehusaste a ser nuestro ejemplo, y te estoy viendo sonreír de costado. Como para creerte. Te gustaba el reconocimiento hasta la incomodidad (y todos necesitamos que se diga que valía la pena).
En el alma estábamos de acuerdo, era eso. Una de rockeros, bebedores y zurdos puestos a prueba siempre para testimoniar verdades relativas, verdades sublimes y sublimadas. ¿Cómo saber lo que te comiste? Ir en tu relato no dicho, como un lanchón a la deriva. Te pesqué desprevenido en el asadón de tus cincuenta, cercado de amigos, compañeros de celda. Botella, gimnasia, concentración para que no entren en la cabeza y se hagan el festín. Se podía y pudiste. Te rompieron las latitas, la vajilla inventada, te tiraban todo y el botellero juntaba. Es lo que contó el gordo borracho y te dejaba a la intemperie. Casi te avergüenza y sentí que regalabas la prisión ese día, para quedarte adentro y libre.
Qué tipo difícil de conocer y tan fácil de extrañar. Prendí el último cigarrillo en tu honor y puedo escribir toda la noche sin llegar a ningún lado, que es donde estás ahora. O estás acá sin que te vea. Salud hermano, un último brindis.
Es un limonero en un tonel azul, son plantas que no recuerdo y que hace mucho no veo ni veré ya. Tus árboles, tu jardín en el que paseas de mañana mirando si se levanta viento, si se viene el socialismo, o si tal vez pasa otro gaucho del pago. Es todo lo que me queda.
En memoria de Néstor López, de algo que escribí en 2006 y se me cae ahora de puro recordarlo.
¿Por qué me creíste bueno, si no coincidíamos mucho? Me sumabas a la fiesta, porque aparte de ser un ateo de futuro, estabas armado de ganas de creer.
Quise escribir la historia, muchas veces. En el fondo la tuya, pero me contaste poco y nada. Me dijiste, la verdad, todo lo que había que decir. Intento una lista de cosas, como quien sale de viaje…
Te gusta reivindicarte como parte de la paleo izquierda –como decía el perro casi todos los domingos-, y eso a pesar de aborrecer los esquemáticos vuelos de gallina de esos fulanos. Calculo que admiración por la disciplina sin la torpe dureza. Justo vos, uno de los más libres y solitarios bichos. Convicción cerrada del mundo bipolar, tu coherencia imposible en medio de la pasión desatada y escondida.
Decían que es mejor tenerte de amigo en esta vida, que ser tu pareja o mujer. Fulano inimputable, con sacras mentiras que si podías perdonar a la legión de ex fulanas que después, parece que sólo les quedaba admirarte entre alguna puteada. Tómelo o déjelo, tómelas y déjelas.
Fue poco tiempo de verte, unos años, para seguir acá en medio de la gente. Y vos… Sos ese hereje que ya no pueden perseguir y mucho menos agarrar. Vos ganaste. Indomesticado, más allá del humo.
Mis hijos recuerdan al tipo que hacía del asado un arte. Escribieron en la pared del cuarto: “la vida es una sucesión de asados”. Y suscribís, claro. Yo veo a un guerrillero. Un sobreviviente que cayo preso en el setentaycinco y llegó entero al ochentaytres. Con marcas, con surcos, con una lágrima atorada que necesitaba vino para seguir de largo.
Extraño las discusiones políticas, las horas pasadas tinto y cigarros mediante, tira y vacío, lentejeadas. Y la madrugada ahí para despabilarnos. Extraño la casona prestada de Defensa, la terraza a cuadra y media de la Bombonera. Extraño la delicadeza de la amistad y la deferencia de los silencios. Extraño la sonrisa abierta y las canas bien tenidas, los anillos y el encendedor siempre a mano. Esos cds de Amalia Rodríguez, los redondos, Ross y la burla por mi populista defensa de Nebbia. Las goriladas que ya no podré disculparle a nadie.
Me dejaste con charla pendiente. Con un libro sin escribir sobre los amigos del monte. Y pude ver la rompiente del glaciar sin poder acercarme más.
Uno podría descubrir la sombra del orgullo en la penumbra de la humildad. Me llevaste a casa de tus viejos, a Llavallol remontando el Roca. La casa obrera de cortinas bordadas, mantel de hule y la enorme cocina en desuso del fondo. Esa que dejaste en buenas manos, como tu jardín que pasó a otra terraza y sigue viaje.
Sabías lo que hacías con nosotros. Pero yo, ¿qué sabía? ¿Era el tiempo de irse, hermano, era el tiempo de irse dormido en el asiento trasero de un auto tucumano? Un viaje al centro de la noche que se come tu aliento metro a metro. La misma noche de una dictadura que nunca termina en algún rincón. Una juventud inconciente que no sabe de agachadas, pero no tiene ningún futuro.
Nunca te van a arruinar la parrilla con un pescado. Como no pudieron arruinarte un principio, correrte una coma, ni hacerte entrar en una ruedita para dar vueltas en una pecera sin agua. Sin embargo siempre te rehusaste a ser nuestro ejemplo, y te estoy viendo sonreír de costado. Como para creerte. Te gustaba el reconocimiento hasta la incomodidad (y todos necesitamos que se diga que valía la pena).
En el alma estábamos de acuerdo, era eso. Una de rockeros, bebedores y zurdos puestos a prueba siempre para testimoniar verdades relativas, verdades sublimes y sublimadas. ¿Cómo saber lo que te comiste? Ir en tu relato no dicho, como un lanchón a la deriva. Te pesqué desprevenido en el asadón de tus cincuenta, cercado de amigos, compañeros de celda. Botella, gimnasia, concentración para que no entren en la cabeza y se hagan el festín. Se podía y pudiste. Te rompieron las latitas, la vajilla inventada, te tiraban todo y el botellero juntaba. Es lo que contó el gordo borracho y te dejaba a la intemperie. Casi te avergüenza y sentí que regalabas la prisión ese día, para quedarte adentro y libre.
Qué tipo difícil de conocer y tan fácil de extrañar. Prendí el último cigarrillo en tu honor y puedo escribir toda la noche sin llegar a ningún lado, que es donde estás ahora. O estás acá sin que te vea. Salud hermano, un último brindis.
Es un limonero en un tonel azul, son plantas que no recuerdo y que hace mucho no veo ni veré ya. Tus árboles, tu jardín en el que paseas de mañana mirando si se levanta viento, si se viene el socialismo, o si tal vez pasa otro gaucho del pago. Es todo lo que me queda.
En memoria de Néstor López, de algo que escribí en 2006 y se me cae ahora de puro recordarlo.
me costo saber quien era. muy buena coleecion de cd tenia
ResponderEliminarMe emocioné con su relato.
ResponderEliminarabrazos
Acá y allá le digo: que por suerte está este tipo vivo en su relato, como para que los que no lo conocimos lo vayamos queriendo. Debe sentirse orgulloso de usté, no me cabe duda
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