No pretendo entrar en la discusión de finales del siglo XIX sobre si corresponde que cada pueblo (por “etnia”) deba necesariamente tener un “hogar” Nación con su territorio. Pero si pensar profundamente que un pueblo, unido por la cultura, un pasado en común, un proyecto de futuro y además una larga lucha por la soberanía nacional, tiene derecho a reconocerse en su país y dentro de sus fronteras. Es un derecho que afirma, sin negar al “otro”. Es el caso de Palestina.
El pecado –que se esconde en toda denegación de derechos- se llama colonialismo. Y “coloniaje” viene a ser la justificación culturalista de todos aquellos que ayudan desde lo ideológico a la denegación de ese derecho y resulta ser que no están entre los opresores, sino entre los oprimidos o los débiles (para ser más suaves). Esto también es parte del problema, de no darse cuenta de que en esto que estamos hablando hay una injusticia que se comete contra todo un pueblo.
Los palestinos vienen de rifa en rifa, primero con el Imperio Turco, luego con los “protectores” ingleses, luego las Naciones Unidas, finalmente con Israel y sus aliados, sobre todo los Estados Unidos. Les han dicho y hecho de todo: migraciones forzadas, ataques indiscriminados, expulsión de su propia tierra, masacres, demonizaciones, deshumanización. Han sido parias, “terroristas”… o simplemente un “algo” que no debía existir. Pero los pueblos suelen ser tozudos de toda terquedad, y más cuando tienen razón.
Imaginemos en concreto lo que significa este derecho nacional… “izar la bandera, cantar a la Patria”, ir al mercado, hablar con los vecinos, sentirse parte de, sentirse acá. Una casa, un barrio, ir al colegio, hacer los deberes, tomar la leche, juntarse el domingo. Pasear por la calle, mirar vidrieras, ir al cine, comentar en el bar un montón de boludeces con los amigos. Discutir de política, de deportes, de minas y de fulanos. Sentirse a salvo, ni pensar en eso. Quejarse del gobierno, apoyar al gobierno. Que la vida simplemente fluya y que, un buen día, uno se muera y los que te conocen lloren. Y que los hijos te recuerden, que la vida te respete. Algo que tiene que ver con la Dignidad. Callada, de a diario, como una costumbre. Y sobre todo, que la Patria no corre peligro.
Tener derecho a equivocarse, a arrepentirse de un voto, a tener una burguesía, a sindicalizarse y pelear por lo que se cree justo. A recordar estos días como historia y que las historias personales reemplacen lentamente a los grandes acontecimientos.
Quererse, juntarse, separarse, encularse con alguno. Divertirse. Que los chicos crezcan. Todo eso, pero como palestinos. Todo tipo bien nacido –diría mi abuela- entiende estas cosas. Y si uno se dice peronista, mucho más aún.
En estos días, la Autoridad Palestina (el gobierno) intentará que las Naciones Unidas voten afirmativamente un estatus nacional para su pueblo, es decir, que se reconozca a Palestina como un país con plenos derechos y miembro de la comunidad internacional. El corazón de uno, y el de muchos en todo el mundo, está con ellos.
Y sí, así de simple, así de profundo y de impostergable, es el derecho a la identidad y el reconocimiento de cada pueblo, el derecho a vivir en paz y respeto en la tierra que se habitó ininterrumpidamente desde tiempos ancestrales, con su propia cultura y su obstinada pertenencia, y con el goce de los mismos derechos de cualquier otro pueblo de esta tierra. Espero que las Naciones Unidas contribuyan a la justicia y a la paz reconociendo el derecho de los palestinos a constituir su propio Estado.
ResponderEliminarMe gustó el tratamiento simple que le diste al tema. Desde los derechos más elementales que debe tener cualquier pueblo, como lo entendemos los peronistas, y también los demócratas, y quienes creen en el valor de la convivencia civilizada. Es emotivo, y convincente.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
silv