martes, 22 de febrero de 2011

(sobre) PARAISOS PERDIDOS

Ya de vuelta, va la segunda avalancha sobre la existencia de una “utopía peronista” (para releer o enterarte sobre la primera avalancha, es acá)…

Bien. Si ubicamos lo utópico en las transformaciones realizadas en la “década dorada” de 1943-1945 (el “primer peronismo” que, como toda década famosa, no tiene ni de casualidad diez años), entonces alcanzar el ideal nos devolvería al pasado, un tiempo mítico cuasi perfecto que supone una idealización de los cuarentas y cincuentas. ¿Puede tener el peronismo una utopía reaccionaria, es decir, un horizonte que mira hacia atrás dando la razón a aquello de que todo tiempo pasado fue mejor?

Si estuviéramos todos de acuerdo con que la “revolución”, como la concebía el pensamiento griego antiguo (qué ambiguo) tiene que ver con ese volver a un tiempo de inocencia que fue corrompido por el cambio, entonces si, la utopía podría tener ojos en la nuca sin mayores problemas. Ocurre que, desde la Ilustración y todas esas cosas que en Europa mandaron al cuerno al Antiguo Régimen (la monarquía absoluta), la palabra “revolución” nos lleva a otros destinos. La utopía, para estar bien conceptuada, debe mirar hacia adelante.

Y algo de eso hay. Las masas trabajadoras y los humildes no habían gozado de garantías ni derechos auto sustentables en el tiempo antes de la etapa peronista. ¿Hacia qué pasado brillante iban a mirar? Su presente era el que brillaba desde el ’44 en adelante. Quintuplicación del salario real en algo más de un año, vacaciones reconocidas y pagas, jubilación para todos los trabajadores, derechos de los peones del campo, recreación, asistencia social y sanitaria. Y todo eso que sabemos y damos graciosamente como dado por la realidad como si siempre hubiera estado ahí.

No era una concesión del Estado, se trataba de la concreción de reivindicaciones por las que el movimiento obrero argentino venía luchando desde fines del siglo XIX.

La mística, qué duda cabe, fue obra de Evita. Una antorcha auto combustible que incendió la noche de los humildes para siempre y dotó al naciente peronismo de una lógica y un lenguaje clasista, al menos -y no es poca cosa- respecto de los valores y los enemigos.

Estos son elementos que se retomarán y resignificarán en la etapa de la Resistencia, cuando el peronismo desalojado de la dirección del Estado, deba sobrevivir y a la vez defender las conquistas obtenidas tan recientemente. Los verdaderos reaccionarios querían volver a otra década impar, la Infame (y digamos que fue empate).

Los que se animaron a plantear (y a replantear) la utopía peronista hacia adelante fueron los jóvenes de los sesentas y setentas (otra vez: entre el ’59 de la revolución cubana y el ’74 de la muerte de Perón hay 15 años).

“Trasvasamiento generacional”, como pase de antorcha de viejas guardias de patas húmedas en la fuente a otros con binchas y banderones negros, de banderas argentinas usadas como capas. “Actualización doctrinaria”, hecha por el mismo General desde Puerta de Hierro en el memorable documental que olvidó Solanas. “Socialismo nacional”, indefinido y lleno de definiciones a la vez que recuperaba el programa de La Falda, Huerta Grande, el 1º de mayo de la CGTA, Córdoba y Rosario. Recuperar los resortes básicos de la economía para transformar la sociedad, en base a la participación de los trabajadores como elemento dinámico y el pueblo en general. Entonces, el “primer peronismo” como base indiscutible para arrancar. Primero recuperar eso para avanzar retomando la “revolución inconclusa”. Esa es la utopía.

Y fueron horriblemente castigados por plantear eso, una utopía hacia delante. Los sectores dominantes, que Jauretche llamaba claramente del “coloniaje”, esa podrida oligarquía contra la que vomitaba Evita, esos son los castigadores. Los que habían vigilado para castigar después. Y si, también tuvieron sus personeros en el Movimiento, los verdaderos infiltrados.

Una compañera me decía que los peronistas siempre venían a “arruinar la foto”. Es decir, ocupar los espacios, aparecer aunque sea a los codazos porque los derechos se conquistan y eso exige –al menos hasta que es aceptado- un poco de prepotencia. Ahora voy pensando que de alguna manera en este tren de necesidad-derecho (eso maravilloso que planteó Evita), el peronismo fue reemplazando a los tipos que estaban en la foto y la imagen “arruinada” era ya otra foto. Apropiación de la cultura burguesa (tan negada) y no empecinamiento en una cultura alternativa… ¿es una utopía mediocre, berreta porque no da con los estándares requeridos por la izquierda?

Un buen ejemplo para pensar es esto que vivimos desde el 25 de mayo del 2003. Un tiempo lleno de contradicciones y de avances innegables (sólo los negadores profesionales pueden persistir en la construcción de una calamidad virtual y cotidiana que aparece solamente en matutinos hegemónicos y radios afines).

La mística ahogada y olvidada, el Proyecto Nacional bajo el agua (otra película que olvidó Pino), y encima el gran impulsor de la topadora neoliberal había sido… un peronista, un peronismo. ¿A qué utopía echar mano? cuando éramos dinosaurios invisibles que se habían quedado en el ’45. Ridiculizados y estupidos. La soberbia de la Alianza demostraba paso a paso que otro tipo de representaciones surgía en la Argentina. Hasta que todo voló por el aire.

Y llegaron los grises, las realidades de un país atravesado por el mercado y la lógica religiosa del individuo solo. Desde allí se partió a reconstruir con lo que había, pedazos de duhaldismo, feudalismos cocoliche de aquí y de allá, dirigentes que se habían hechos a las patadas, empresarios que miraban para otro lado si el Estado también lo hacía. Plantear una utopía en el infierno que mirara al Purgatorio.

No quedó más remedio que crecer. Aceptar que hay cosas que tardan mucho en cambiar (y otras que tal vez no cambien). Saber que la tozudez es una virtud que no abunda y que nada tiene que ver con los guardianes de las certezas. Una tozudez de cabezas abiertas (no importa cómo).

La utopía peronista siempre en construcción (y reconstrucción) es antiliberal pero aprendió algo de las leyes del mercado. Hoy sabemos que nadie quiere estar privado del sagrado derecho de ser explotado (es decir, queremos tener trabajo). También estamos concientes de que para plantear otra sociedad, primero hay que estar metidos en esta que es capitalista (es decir, me quiero comprar todo yo también). Todos queremos ser de clase media, por eso no tiene que haber ni ricos ni pobres.

Es fácil, no berreta. La puede entender cualquiera sin haber leído a Althusser. La van tomando un montonazo de pibes que militan o quieren “hacer algo”, muchos no saben un carajo sobre el peronismo pero intuyen que es esto.

Como siempre, la utopía tiene en cada momento sus héroes maravillosos y trágicos. Esta de ahora (al menos este tramo) se extendió juntando mucha historia de utopías pasadas, y tiene que ver con lo personal –que allí van todas las cosas-, con un peronista que dejó la vida en la puerta de la casa de gobierno, pero no las convicciones.

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