Bien, veamos un poco todo esto mate en mano. El peronismo es un movimiento policlasista y eso no es un defecto, sino parte de su fortaleza que lo lleva a sumar sectores –aún de intereses contrapuestos y, en algunos casos históricos, antagónicos-, a representar a la mayor parte del país.
Al decir “movimiento”, ya nos estamos apartando de la teoría liberal de los partidos políticos. No hay “partido de clase” con el peronismo, qué duda cabe… Pero hay “clase”, y ese elemento le aporta el dinamismo. Hasta aquí, nada nuevo, lo han dicho y repetido muchos. Uno podría agregar –y no me meto por acá porque da para otro día- que la clase obrera (nosotros preferimos decir “los trabajadores”, bastardeando una vez más a la academia del marxismo en ese afán de amplitud tan miope que tenemos) construyó junto a otros sectores un movimiento policlasista a su medida entre el ’43 y el ’46, que le permitió ser un actor importante en los asuntos del Estado y hablar con voz propia -o casi enteramente propia- en el mundo de “la política”.
Entonces: ¿realismo a ultranza sin utopía? Rotundamente no. La discusión más rica sobre el tema ocurrió en los setentas: trasvasamiento generacional, socialismo nacional, movimiento o partido de masas, etc etc y etc. Si el período no estuviera teñido de tanto dolor, el debate sería solamente un debate y podríamos retomarlo sin mucha vuelta. Pero la historia suele estar encarnada en subjetividades y entonces nada es lo que parece, como tampoco las palabras quieren decir exactamente lo que está en el diccionario. El debate a retomar es el que sin darnos cuenta se está dando ahora…
El “primer peronismo” -1943 a 1955- fue una etapa de “reparación” histórica, dentro de un tiempo “fundacional” del país que hoy conocemos. Para construir la Comunidad Organizada que diseñaba Perón había que previamente “ascender” a los trabajadores y humildes a la condición de sujetos políticos y económicos y “ciudadanizarlos”. Esto se hizo a travéz de la institucionalización del trabajo y de la actividad sindical. Pero también mediante la acción social del Estado, por medio de la Fundación Eva Perón (que era técnicamente una institución privada o, como algunos prefieren decir, “paraestatal”).
Y aquí vale una pequeña digresión que nos diferencia –nuevamente- de la visión de izquierda y/o progresista… Puse en el párrafo anterior “trabajadores y humildes” y no clase obrera, aunque sí me refería a la conciencia del obrero industrial cuando me refería al asunto del dinamismo en el movimiento peronista. ¿Es una contradicción? ¿es una confusión de conceptos que de ninguna manera pueden ser sinónimos? Nada de eso, cuando desde el peronismo nos referimos a los “trabajadores” abarcamos al obrero industrial y también a todos los sectores asalariados, también los de “cuello blanco” que bien pueden caber en las innumerables capas de los llamados sectores medios. Y por “humildes” se entienden todos los postergados, los excluídos con potencialidad de reingresar al mercado laboral, pero sobre todo los que ya no cuentan con esa posibilidad. En los tiempos de Evita, madres solteras abandonadas, hijos ilegítimos, ancianos sin cobertura de ningún tipo, esos de los que nadie iba a ocuparse porque no redituaban ni económica ni políticamente.
La etapa peronista actual -la de los Kirchner- tiene más bien una impronta de “reconstrucción”. Algo relacionado con el “infierno” y el “purgatorio” con los que solía hacer metáforas Néstor. Recomponer, reconstruir, volver a equilibrar, pero con la conciencia de la destrucción muy a mano. Uno podría decir que hay un período nefasto de agresión al pueblo desde el “rodrigazo” –que sin duda recoge una experiencia de “ajustes” que viene con la Libertadora y sigue sin pausa hasta el ’73-, pasando por la Dictadura, y hace centro en el menemismo como el gran desmontador del aparato estatal diseñado por el primer peronismo. Volver al “fifty-fifty”, pero también recuperar la ciudadanía de los que fueron marginalizados en más de veinticinco años de barbarie neoliberal.
Se podría pensar en el tercer gobierno de Perón como otro momento de reconstrucción. El problema es que no logra cristalizar como tal en el Pacto Social y la muerte del General lo clausuró en sus posibilidades. Queda de esto el “Proyecto Nacional” y el discurso del 12 de junio de 1974.
De una manera u otra, todo lo dicho habla de regenerar, reconstruir, imponer la justicia a un orden malversado, pero no tiende líneas hacia adelante o no lo parece. Prefigura una utopía muy atada a la recuperación del “paraíso perdido”. No acuerdo con esa visión, pero aceptémosla provisoriamente.
La utopía de la izquierda es clara. Socialismo, socialización de los medios de producción, la creación de una sociedad alternativa y contraria a la capitalista, desaparición de la burguesía, hegemonía de los valores del proletariado. De alguna manera algo así. La del progresismo, aunque mucho más difusa, también. Plenas garantías, derechos humanos en acto, relaciones económicas libres de corrupción, democracia plena y participativa. ¿Y la utopía peronista, qué?
Había un después para Evita, cien años de dominio del pueblo sobre los intereses de la oligarquía, para después equilibrar en la Comunidad Organizada. Había una recuperación económica tras la crisis del ’54 que posibilitaba pensar en una institucionalización más tranquila de los logros del primer peronismo. Algo que fue cortado abruptamente por el golpe del ’55. Algo que los peronistas llamamos “la revolución inconclusa”, siguiendo a Cooke.
Y aquí también algo para decir. Durante el período de la Resistencia se fueron forjando los valores de la utopía peronista como desideratum de una sociedad futura que vendría con la vuelta de Perón. Para algunos se trataba simplemente de restaurar el orden vigente hasta 1955. Volver a la Comunidad Organizada que se construyó desde 1943 hasta ese año fatal, adaptando algunos aspectos al devenir político posterior. Para otros –entre los que me incluyo- significa recuperar la Argentina peronista conocida como piso para la profundización de un modelo cada vez más inclusivo, basado en el trabajo y el desarrollo, arraigado a latinoamérica como patria propia, participativo y con la centralidad del Estado popular.
La utopía peronista no está escrita y esta es una gran diferencia. Que la Patria sea grande y el Pueblo felíz la preside pero no están delineadas las etapas, los caminos, los conductores, las modalides, ni nada que se le parezca. Y eso no es improvisación ni pobreza conceptual. Eso sencillamente es un pensamiento vivo encarnado en un movimiento popular que siempre está por dar lo mejor de si. Eso, que para muchos roza una concepción escensialista, un pensamiento mágico o cortedad de miras, es lo que para otros –muchos otros- es actualización doctrinaria continua, atravesada por la historia argentina y los avances o retrocesos que nuestro pueblo se da. Es Peronismo, qué va’ser.
Es esa palabrita la que no les gusta... qué va'ser
ResponderEliminarSimplemente excelente. Muy necesario. En mi caso comparto y coincido con sus contenidos.
ResponderEliminarEvidentemente la elaboraciòn de esta nota revela, además de una muy buena formación, un valioso recorrido que el compañero atravesó como experiencia militante y simultáneamente sentida.
Hay que hacerlo circular como ya vengo haciéndolo yo.
Un abrazo
Eduardo T.
SEA DEBATIENDO -CAFE MEDIANTE-, O SEA A TRAVÉS DE ESTE BLOG, ME SIGO NUTRIENDO CON LAS REFLEXIONES Y PASIONES PERONISTAS DEL MARQUESITO. SU RIQUEZA RESIDE EN SER DERIVACION Y SINTESIS DE UN IMPRESCINDIBLE EJERCICIO DE PRAXIS POLÍTICA: LECTURA, REFLEXION TEORICA PERMANTENTE, ORIENTANDO Y RETROALIMENTANDOSE CON LA EXPERIENCIA DE LA ACCION POLITICA CONCRETA.
ResponderEliminarSIGA CON SUS ENTREGAS, QUE AYUDAN AL DEBATE Y A LA COMPRENSION DEL PERONISMO, DEL MOMENTO HISTORICO QUE ESTAMOS VIVIENDO, Y DE LAS POSIBILIDADES DE CONSTRUCCION DE UN FUTURO SUPERADOR.
SALUDO CUMPA!
SILVIA M.