domingo, 17 de octubre de 2010

AMOR DE DIECISIETE


Era un viejo modelo sindical y ellos eran sus dirigentes. No se caracterizaban por ser aventureros ni excesivamente contestatarios. Quedaban todavía algunos que podían contar pasadas glorias de aquel “sindicalismo revolucionario” de la Unión Sindical Argentina. Otros, aún fieles -pero nunca demasiado- al socialismo partidario, se sentían dueños de la sigla madre. Todos, sin dudas, tenían para mostrar blasones proletarios. Viejos sindicatos de transportes, ese nudo estratégico del modelo agroexportador que ya no era; los gremios de oficios que se extinguían junto con el recuerdo libertario de aquellos magníficos gringos anarquistas; el auxilio y sangre nueva de potentes sindicatos por rama de la industria organizados y tironeados por comunistas…Una babel obrera que se entendía por señas, por amores y desamores profundos, por historia.

Se estaba por partir.

Las bases ya no se podían contener; sólo esperaban a sus dirigentes a la cabeza pero… ¿cuánto más? Se sucedían las marchas espontáneas, los casi paros, las preguntas, porque si el coronel está preso ¿qué carajo nos puede esperar a nosotros? Sólo la sonrisa sobradora del patrón, de los de personal, del capatáz que anuncia la vuelta a los infiernos y el ya vas a ver, ya vas a ver.

Y eso que el movimiento obrero argentino ya no quería hacer la revolución social. Fuerte. Quería movilidad social, derecho laboral, protección, reconocimiento. Poder pasear el orgullo de ser trabajador, y ni aún soñaban que era posible algo así.

Mientras transcurrían las horas del confederal la gente salía de las casas. Una turba silenciosa de hormigas con un destino impensado. Vamos todos. Arriba de camiones, en los techos de los tranvías, de a pie cruzando ríos y barro. Y esas mujeres amenazantes “sin corpiño y sin calzón, somos todas de”. Es de mañana y se va dando vueltas mirando hacia arriba los edificios, parece otro país dicen que francia y esa es la casa rosada mirá la catedral y el cabildo como en los libros de la escuela y esos cafes deben ser de los bacanes y mira allá dónde está el obelisco eso que baja es el subterráneo ni loco me meto en ese agujero mira allá… Mirá allá.

Están acá, por todos lados. Con sus delegados a la cabeza, con sus dirigentes aunque no todos. Y están los otros que vienen de las barriadas. Los humildes, esa nueva categoría sociológica tan imprecisa. Saben muy bien lo que quieren señor, no son las masas “disponibles” en espera del líder demagógico (pobre germani y sus gorilas). Hay que escuchar lo que dicen…

“Queremos a Perón”.

Sencillo, a ver ¿qué es lo que no se entiende? Los clinudos dicen que quieren al coronel ese de la Secretaría, el de los aumentos de salario, los convenios de trabajo, las vacaciones pagas, la jubilación, la protección en el trabajo, la seguridad industrial, ese que habla de que sólo se puede admitir el capital si tiene una función social. Entienden muy bien. Y como están cansados, metieron las patas en la fuente. Y allí estarán hasta que se entienda.

“Queremos a Perón”.

Pasará la noche y no se moverán. Entre todos se asombran de ser tantos, de estar donde están. Uno se busca en las fotos también como si pudiera ser posible estar. Estamos todos, aún los que no habíamos nacido. Porque se estaba cocinando en una plaza la representación política de los trabajadores y los humildes, esto estaba pasando. La de mis tías obreras del vidrio, las tías costureras y mi abuela planchadora, aún la de aquellos que no la reconocían. Muy simple, como todo lo extraordinario.

La revolución en Argentina se llamó Justicia Social. Ya era muy de noche cuando ocurrió. Salió al balcón y todos lo veían, estaban al lado de él. Y habló, levantando los brazos. Le quemaron las retinas los rostros morenos de una Argentina sin redención, le inundó los oídos la música más maravillosa que pudo escuchar jamás. El dejó dobladas prolijamente las palmas a las que aspira todo soldado y se desabrochó la camisa.

No nos fuimos nunca más de esa Plaza.

1 comentario:

  1. Así es, compañero mío. No nos fuimos. No nos iremos. Esto es de lo más bello que he leído ¡Viva Perón, carajo!

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