viernes, 16 de marzo de 2018

DESCUBRIR LA DERECHA



El descubrimiento de la Derecha puede ser traumático. Depende de la edad... Si ocurre tempranamente, seguramente irá acompañado de un proceso de politización que ayuda bastante, ya que hablamos de una toma de conciencia en sentido contrario (no “más” a la derecha). Entonces el párvulo político obtiene algún consuelo. Si al mismo tiempo se llega a la conclusión de la necesidad de emprender caminos en conjunto, ni hablar. Puede ocurrir que uno se tope con la Derecha ya crecidito y entonces, el desconcierto llega a ser grande. Darse cuenta, por ejemplo, que uno recibió durante años una basura como Clarín en su mismo domicilio... Que uno se creía honesto, positivo y progresista con argumentos liberales del siglo XIX, republicanos, sencillos y de sentido común. Horror, uno pudo ser un pelotudo (tanto tiempo).

Párrafo aparte merece tal descubrimiento a una edad avanzada, porque en ese caso, opera como salvación. Conozco una señora mayor que nunca dudó de que el peronismo estaba mal y, tras el advenimiento de Cristina FK y la famosa "década ganada" (Néstor incluido, claro está), terminó poniéndose feliz de que sus conocidas - con claras muestras de disgusto- le cambiaran a ella los billetes con la imagen de Evita por los de Roca. Porque descubrió que Evita (que de joven no le gustaba porque le resultaba muy mandona y atrevida) había sido una gran mujer. Reconoció que en algo se había equivocado, o no había sabido ver, quién sabe. Se sintió bien (sé perfectamente que fue así, porque esa digna dama es mi madre). 

No es fácil darse cuenta de que la Derecha existe, aunque a usté le parezca mentira. Sáquese de encima la mueca de sabiondo, o de militante de siempre y fíjese en los pobres mortales que nos rodean (vea que me coloco a su lado, sólo así vale la observación). La Derecha basa su poder -al igual que Drácula- en que pocos saben de su existencia o, mejor aún, que la mayoría niega su existencia. Frases como "la izquierda y la derecha son cosas del pasado", "a mí la política no me interesa para nada", o el consabido "no entiendo de política", son signos evidentes del ocultamiento cultural de la Derecha.

¿Se fijó que nadie admite ser de derecha? Como si fuera algo malo, sucio. Y en verdad lo es. Pero no es por eso que se la niega, sino porque suele considerarse que es una etiqueta que generaliza y divide. Como la política.  Otros, que se creen "más cultos" la equiparan a ser un fascista o algo así. Si alguien les dijera que nuestra Constitución es de derecha, lo mirarían espantados primero y ofendidos después de un segundo. A menos que la Constitución les chupe también un huevo. 

Los hay que salvarían el pensamiento liberal como no exactamente de derecha, por ejemplo haciendo una alusión semántica a la "libertad", porque como todos sabemos lo que tiene que ver con ser libre no puede ser malo. Lo problematizamos un tanto si hablamos de la libertad de empresa, o la libertad de mercado. Rápidamente y confundidos en la discusión, nos argumentarán que no están de acuerdo con las corporaciones o las trampas que desvirtúan una libertad comprendida en una sana competencia entre iguales. Adam Smith frunciría la nariz y soltaría un "¡pero qué pelotudo!".

Lo que hay que decir es que la Derecha existe y camina entre los hombres y mujeres, como el demonio según Juan Pablo II. Claro que ahora es más fácil que entre la cosa en la cabeza, porque se ha consagrado con el voto (el voto es sagrado, porque “vox populi vox Dei”) a un gobierno de derecha. Mansamente y creyendo que se cambiaba (siempre es bueno cambiar). Esto lo dice uno, lo comparte usté que lee esto, pero no todo el mundo. 

Repasemos...
El Estado debe tener la menor injerencia posible en las cuestiones de los privados, sobre todo en la economía.  El Estado no debe regular, ya que eso sería poner trabas al desarrollo de la iniciativa y la competencia. El Estado sólo debería vigilar que nadie se pase de la raya, y por supuesto brindar seguridad. Y también buena educación y salud, y también todo eso que uno no es capaz de conseguir y lo reclama a los de arriba. Si al otro le va mal, será porque no quiere trabajar, es un descuidado, un drogón, un delincuente, un dejado, un perdedor. Si a uno le va mal, seguramente es porque lo están cagando. Y que otro puede hacer eso sino el Estado cuando es permisivo. Bien, ver al Estado así es tener una visión de derecha. 

Nosotros... (en mi caso el plural remite al peronismo y al marxista vencido que obra de ancestro) Nosotros somos estatistas. Creemos que el Estado cumple una función social equilibradora en el capitalismo. Debe establecer el balance entre el Capital (los que la tienen y la juntan con pala) y el Trabajo (los que tienen su capacidad de laburar y punto). En tiempos de neoliberalismo (etapa superior del liberalismo) el Estado cuando es popular, debe cumplir una función social reparadora y justiciera. Algo como lo que decía Evita sobre inclinar la balanza hacia acá. Lo llamamos "humanización del capital", es decir persuadir, convencer y de última obligar a comprender que el Capital tiene una función social que cumplir y que, caso contrario, la acumulación de riquezas es un robo, una degradación moral que se debe impedir. La función social del Capital es la reinversión de parte de la ganancia en bienes para la sociedad, que nada tiene que ver con Fundaciones (tan afectas a la Derecha) para lavar dinero con la caridad o la "ayuda", ni con cualquier forma que tenga que ver con la sola voluntad e intención de los privados (a menos claro, que esa Fundación sea como la Fundación de “Ayuda Social Eva Perón”, pero eso da para otra nota.

El Estado, una primera cuestión. Los derechos de todos, la otra. La gente es sujeto de derechos, y cuando se transforma en "pueblo", los exige… Muchos conceptos, mucha cosa. Paremos acá, y volvamos al principio.

La cuestión es que mucha gente no sabe que es de derecha (los que lo saben y con convencimiento, se apresuran a ocultarlo a los otros)... Piensan que el “sentido común” es el parámetro de las cosas importantes en la vida. Jamás sospecharon que el tan mentado sentido común pueda ser también un compendio de frases hechas y recetas aptas para casi todo, con estrecha vinculación a viejos preceptos del liberalismo decimonónico formador de la Nación. “La gente decente nada tiene que temer de la justicia ni de la policía”; “el campo es el dinamizador de la economía” (y el apoyo sutil que se brinda ante flor de tormenta cuando se afirma “es bueno para el campo”, inundaciones al margen); “lo más importante es la educación”; “este es un pueblo con una gran cultura política”; “la competencia es buena para la economía”; “el Estado no debe intervenir en la vida de los ciudadanos”; “no sólo hay que ser bueno, también hay que parecerlo”. Son algunos ejemplos; el refranero popular está lleno de estas cosas. Y uno podría terminar con un “al que madruga, Dios lo ayuda” y su alegre contrapartida: “al pedo, pero temprano”, que es lo que uno contestaría.

De allí que la palabra impresa (el diario) conlleva una carga de verdad implícita; si salió en la tele aparte de ser importante es real. Hay cosas que están pre aprobadas por un consenso cultural, macerado durante generaciones y cocinado en mitos fundacionales, que no siempre –o casi nunca- son ciertos. Una historia oficial y también una manera correcta de ser ciudadano, vecino, amigo, persona. ¿Caben todos en los moldes?, claro que no. Lo distinto –vaya novedad- es como que no encaja, es una anomalía cuando no una aberración. Y se lo rechaza. Rechazar, excluir, alimenta el ideario que cohesiona e incluye a los incluidos, sobre todo si esos incluidos están siempre con la sospecha que pueden ser desheredados y caer en la desgracia de la exclusión. A veces es real, y las más una fantasía obsesiva (y malsana).

La Derecha enferma a la gente, saca lo peor de uno, te prepara para una jungla inventada en la que hay que matar o morir. Los que saben cómo se maneja el mundo (porque lo manejan) crean submundos de pesadilla para sus internos, que siempre han de quedar con hambre. Como perro malo.

El descubrimiento de la Derecha puede ser traumático, pero absolutamente necesario.

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