lunes, 21 de noviembre de 2016

Y SOBERANA



Soberanía es que…

...un pueblo decida su futuro en una comunidad organizada, en la que el gobierno que se dieron hace lo que ese pueblo quiere.

...tengamos como sistema político una democracia popular, y no una república aristocrática en la que los derechos políticos son ejercidos en plenitud por los que tienen poder, dinero e influencia.

...un país que se sustenta en la producción y se relaciona con el mundo a partir de una mirada propia.

...ser federal en serio: con provincias que son estados como polos de desarrollo dinámicos y con iniciativa e independencia, y que confluyen en un Estado Nacional que tiene la misión de representarlos ante el extranjero y garantizar un equitativo reparto de lo producido por todos. 

...que estés orgulloso de ser argentino siempre.

...seamos todos de clase media, ni muy ricos ni, desde ya, pobres.

...la cultura popular se resignifique e incorpore en sus términos la cultura de las élites.

...haya una sola clase de hombres, los que trabajan.

...exista una Patria Grande y un Pueblo felíz.
 
Porque alguna vez, la soberanía no existía… Y entonces hubo que inventarla.

Unos fulanos dejaron la siesta colonial y salieron a sacar al Virrey. Y lo sacaron. Pero antes se habían reconocido expulsando con lo que tenían al mejor ejército del mundo, el inglés. Se bancaron la guerra contra el Imperio Español, una guerra civil entre americanos, y la guerra interna de un espacio nacional que todavía no estaba muy definido. 

Hubo muchos proyectos, y como dice un conocido periodista (Gustavo Campana) son dos, uno sólo es un  Proyecto Nacional porque el otro es un proyecto de Colonia. Uno dice, no son dos, sino muchos y múltiples modalidades de verlo generación tras generación, pero es cierto que tiran todos para un lado o para el otro. El pueblo argentino viene a ser el producto de ese tironeo.

El primer partido de masas que tuvimos dio un curioso presidente carismático de pocos discursos. Creía que la sociedad debía conformarse por consenso buscando la armonía social, pero tenía ante si a un país muy desigual. Trató, amplió derechos y participación y en otras cosas le torcieron el brazo. Le llamaban el Peludo, don Hipólito Yrigoyen.

Y hubo otro presidente que dejó las palmas de general a las que aspira todo militar para tomar el abrazo del pueblo un 17 de octubre. Era Perón. Era el pueblo que ocupó la plaza, las ciudades, los lugares sagrados de la antipatria y no se fueron jamás. Todavía estan(mos), a veces dando vueltas por ahí medio perdidos, pero siempre para volver a casa.

Un buen día, hace mucho, un brigadier general de cara seria, poder tremendo y ojos azulados, dio la orden de defender las cosas bárbaras de este país en veremos y le puso cadenas a la prepotencia de las potencias. Las cadenas fueron rotas y los barcos pasaron, pero la resistencia fue de tal manera que los gringos se volvieron. Fue una primera vez, atolondrada, valiente, a pura patria. Un general viejo y casi pasando al bronce, desde las Uropas en las que se exiló, tomó su sable como se dice "fundido en la Independencia" y se lo envió al brigadier de las Pampas. San Martín nunca se equivocó de enemigo, nunca la pifió con sus soldados.

Así fue, así es, una historia argentina de la Soberanía que vamos ganando y perdiendo todo el tiempo y que tratamos -algunos- de llevar puesta en cada gesto y cruzando cada pensamiento. Porque la soberanía es esa extaña posibilidad de hacer finalmente la justa y libre.

Nosotros al fin, y el mundo que queda más allá de la ventana.


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