lunes, 15 de junio de 2015

QUE VES DEL CIELO



En los aviones decía “Cristo Vence”. Pero Cristo fue vencido ese día. 

Hace sesenta años aves de rapiña piloteando aviones de la Marina, aviones de combate del Estado Argentino, se abalanzaban desde las nubes sobre la Casa Rosada buscando el pecho de Perón para abrirlo con la metralla y hacer estallar el corazón del pueblo.

Aviadores militares, algunos conspicuos dirigentes cobardes del radicalismo también. Traidores a la Patria, infames traidores a la Patria bombardearon la Plaza de Mayo e iniciaron una Danza de la Muerte con un acto de terrorismo contra su propia gente. 

Pero claro, no era su gente, eran Argentinos. Eran esa mujer en la foto que mira casi impasible la pierna destrozada que le falta. Era ese hombre con sobretodo tumbado cerca de unos hierros retorcidos. Eran pedazos de pies, brazos; era sangre huérfana de cuerpo manchando la vereda, barriendo la vergüenza que iba a enseñorarse de la historia. 

Hoy es un día de infamia. No sabemos cuántos murieron, algunos dicen cuatrocientos, otros hablan de casi mil heridos. Y otros no dicen nada, como en ese día no dijeron nada.

Fueron tres interminables pasadas de la mañana hasta la tarde. Y un micro con pibes de provincia iba dando la vuelta para visitar la Casa de Gobierno, el Cabildo, el Centro que no conocían y no conocieron porque los reventó una bomba.

Hace sesenta años murió la Justicia, pero menos mal que una hija menor (en esa época) sobrevivió y arrastrándose entre el humo y los gritos, se paró contra un muro del Ministerio de Hacienda y resistió. Era apenas una niña la Justicia Social, pero entre todos los que llegaron en camiones a defender a Perón con lo que tenían, la subieron y la cobijaron. Llegaría el tiempo en que la guardarían de casa en casa, junto a la foto de Eva con una vela, para que reapareciera en las manifestaciones del pueblo una y otra vez, hasta la victoria de estos días (esa victoria que supimos conseguir). 

Pasó el tiempo. Muchos nacimos, otros de aquellas plazas de Perón se fueron. Quedan, tras muchas remodelaciones, huellas en los mármoles del ala ministerial sobre Av. Alem y el monumento que recuerda los nombres que sabemos, en donde ahora se planta el museo del Bicentenario justo a la entrada de la Aduana Taylor. 

Las huellas que no se ven duraron mucho, mucho más que los miserables dragones que vomitaron su fuego y su porquería sobre la gente. Las huellas no se van y se agolparon junto a treinta mil más recientes, con miles y miles sin esperanza más recientes. Ocultas, invisibles a la historia de historiadores funcionales y funcionarios. Porque nadie debía recordar el día en que el cielo fue peligroso.

Nada hay que pueda devolver la paz del día anterior al 16 de junio. Sólo se puede asumir un legado que divide siempre entre patria y antipatria, por más que a algunos argentinos les parezca terrible definir en antítesis las cosas. Pero así es. 

Yo soy un bombardeado en Plaza de Mayo, se debería decir para estar a tono. ¿O no?
Y con toda seguridad, los asesinos vencieron a Cristo un día. Ese día, el 16 de junio de 1955.

Viva Perón.

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