sábado, 10 de marzo de 2012

A REZONGAR MI AMOR

¿Qué pasa cuándo la épica pasa, se acaba, se transforma en otra cosa? Hay épocas que parecen hechas para las grandes cosas, esas importantes que van a transformar todo lo que conocemos. Queremos vivir en esas épocas, porque si nos la tienen que contar es otra cuestión. La nostalgia es un sentimiento rengo.

Algo de esto está pasando. Estar en permanente cambio lo cambia todo. Llena el alma (y el tiempo libre), da la sensación de que lo urgente y lo necesario son la misma cosa. Y pasa. Siempre todo pasa.

Uno nace después de Perón, ni chiquito era cuando estaba el General. Uno nace bajo la Libertadora. ¿Qué te toca? Perder la fe que nunca se tuvo en la democracia; caricaturizar a los partidos políticos como esos comités que tienen la molestia de tener que gobernar entre dos elecciones internas por ahí, como se dijo alguna vez cuando la noche y la sinceridad se tomaban un whisky. Tampoco elegís dónde, en qué familia, en cuál barrio. Si las coordenadas se hubieran dado no te habrías perdido casi nada, ni siquiera la muerte a mediados de los setentas.

Los que vienen después ya no conocen a Perón. Leyeron (algunos) toda la historieta de los setentas porque su infancia transcurría en los ochentas. De Alfonsín poco y nada y si, mucho de Menem que también duró mucho. Son los que fueron grandes cuando llegó Néstor. Tiene mucho que ver el momento en que comienza la historia personal para comprender la Historia. Los teóricos suelen pasar de largo este detalle vivencial y entonces parece que cada generación comienza todo de nuevo. Y la verdad es que es así.

Las certezas y los convencimientos son históricos y encima, son tercamente vivenciales.

Hay un algo flotando entre nosotros como que ya está. Ya salimos del infierno; el país del dosmiluno y aún el de Menem está en algún lugar de la galaxia, pero no acá. Ese país “normal” y “serio” que prometió el primer kirchnerismo opera en el inconsciente colectivo como punto de partida de una nueva era (un pensamiento grandilocuente). Y no es así, pero andá a convencer a alguien en su fuero íntimo de semejante cosa. Es el momento que parecés un pesado o un justificador de inconsistencias del presente. O peor, un manipulador.

Ocurre también que la “épica” de este momento (y le robo un par de buenas ideas a Brienza) parece haber concluído. La “profundización del modelo” que encarnó Cristina en su primer mandato, la guerra del campo, la muerte de Néstor, la elección de octubre pasado. Todo ha pasado. Una normalidad inquietante se ha apoderado de nosotros.

No todo es como lo deseamos y no todo puede contentar a todos. De los que siempre se han opuesto ni hablar. Me refiero a los que apoyan, sobre todo a los que se plegaron en la “épica”. Cristina aparece y es sólida, no lee papelitos cuando habla y ahora habla más de tres horas. Toca todos los temas, los desmenuza, opina y también decide. Bien. Pero también se le deslizan un par de boludeces como lo de los tres meses de vacaciones y las cuatro horas de trabajo de los docentes. Apárece en el discurso un apoyo irrestricto a la minería en cualesquiera de sus formas, o parece. Como la cuestión de los transportes. Estas dos últimas no son de la categoría de la primera, pueden también ser convicciones.

¿Y qué? ¿Necesitamos mirarnos en Cristina como un espejo identitario?. Si no, ¿no sirve? ¿Hace falta hacer continuamente un detalle minucioso de lo ganado para revalorizar el presente? Yo creo que no, pero parece que hace falta. La diversidad de grises es algo poco tolerable, todo tiene que cerrar, todo tiene que encuadrar. Anhelos y realidad deben ser una misma cosa porque si no aparece la sospecha, la traición, la mentira, el escándalo, el todossonlomismo. La desilusión. Hay algo infantil y caprichoso en nuestra naturaleza. A mi me parece que hay que comenzar a admitirlo despacito.

Algunos se quejaban de la confrontación, del cambio continuo y otros de que no cambie más, del achanchamiento y la falta de asombro. La gata Flora ha hecho escuela. Y no estoy vanalizando problemas. Pero como dijo Ricardo, alguien lo tiene que decir. Lo mejor que tenemos es el pueblo, pero hay que bancarnos todos los días.

Y todo empezó con la tarjeta Sube. O con el 54,11. Existe un miedo oculto a estar de acuerdo y, a la vez, aceptar la diversidad, el desacuerdo puntual, los tiempos de cada cosa. Está el remanido tema de no tirar el agua sucia con el chico adentro, pero lo que hay que ver es que el pendejo se aferra a la palangana como un san puta.

El chico (que es el proyecto, pero también somos nosotros) tiene que querer crecer. Es el otro lado de la crítica, la queja y el saludable desacuerdo.

1 comentario:

  1. yo empece a creer en la politica cuando llego nestor al gobierno, fue lo mas grande que yo conoci como gobernante, un lider realmente

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