
por devolverme la fe. Nos vemos cumpa
Se estaba por partir.
Las bases ya no se podían contener; sólo esperaban a sus dirigentes a la cabeza pero… ¿cuánto más? Se sucedían las marchas espontáneas, los casi paros, las preguntas, porque si el coronel está preso ¿qué carajo nos puede esperar a nosotros? Sólo la sonrisa sobradora del patrón, de los de personal, del capatáz que anuncia la vuelta a los infiernos y el ya vas a ver, ya vas a ver.
Y eso que el movimiento obrero argentino ya no quería hacer la revolución social. Fuerte. Quería movilidad social, derecho laboral, protección, reconocimiento. Poder pasear el orgullo de ser trabajador, y ni aún soñaban que era posible algo así.
Mientras transcurrían las horas del confederal la gente salía de las casas. Una turba silenciosa de hormigas con un destino impensado. Vamos todos. Arriba de camiones, en los techos de los tranvías, de a pie cruzando ríos y barro. Y esas mujeres amenazantes “sin corpiño y sin calzón, somos todas de”. Es de mañana y se va dando vueltas mirando hacia arriba los edificios, parece otro país dicen que francia y esa es la casa rosada mirá la catedral y el cabildo como en los libros de la escuela y esos cafes deben ser de los bacanes y mira allá dónde está el obelisco eso que baja es el subterráneo ni loco me meto en ese agujero mira allá… Mirá allá.
Están acá, por todos lados. Con sus delegados a la cabeza, con sus dirigentes aunque no todos. Y están los otros que vienen de las barriadas. Los humildes, esa nueva categoría sociológica tan imprecisa. Saben muy bien lo que quieren señor, no son las masas “disponibles” en espera del líder demagógico (pobre germani y sus gorilas). Hay que escuchar lo que dicen…
“Queremos a Perón”.
Sencillo, a ver ¿qué es lo que no se entiende? Los clinudos dicen que quieren al coronel ese de la Secretaría, el de los aumentos de salario, los convenios de trabajo, las vacaciones pagas, la jubilación, la protección en el trabajo, la seguridad industrial, ese que habla de que sólo se puede admitir el capital si tiene una función social. Entienden muy bien. Y como están cansados, metieron las patas en la fuente. Y allí estarán hasta que se entienda.
“Queremos a Perón”.
Pasará la noche y no se moverán. Entre todos se asombran de ser tantos, de estar donde están. Uno se busca en las fotos también como si pudiera ser posible estar. Estamos todos, aún los que no habíamos nacido. Porque se estaba cocinando en una plaza la representación política de los trabajadores y los humildes, esto estaba pasando. La de mis tías obreras del vidrio, las tías costureras y mi abuela planchadora, aún la de aquellos que no la reconocían. Muy simple, como todo lo extraordinario.
La revolución en Argentina se llamó Justicia Social. Ya era muy de noche cuando ocurrió. Salió al balcón y todos lo veían, estaban al lado de él. Y habló, levantando los brazos. Le quemaron las retinas los rostros morenos de una Argentina sin redención, le inundó los oídos la música más maravillosa que pudo escuchar jamás. El dejó dobladas prolijamente las palmas a las que aspira todo soldado y se desabrochó la camisa.
No nos fuimos nunca más de esa Plaza.
Para qué hablar de los detalles técnicos ni poner acá lo que se leyó, escuchó y vio en todos lados, como si un blog fuera una especie de periódico-testimonio único que debe registrar lo que ocurre para lectores que llegaron recién de otro planeta. Nada de eso.
Entonces, vamos a lo nuestro… Vi surgir del fondo de la tierra a unos fulanos con casco y linterna, ropa de laburo, porque claro son trabajadores. Y eso es lo principal. Yo no sé cuan lejos estará ya la clase obrera chilena de aquel Recabarren y sus historias heroicas, pero si se pudo apreciar lo claro, alto y presente que están valores como la solidaridad, la unidad y el compañerismo. Los salvaron esas cosas y la disciplina que da el trabajo.
Los hundió en la roca el incumplimiento y/o inexistencia de leyes de protección al trabajador, la ausencia y/o inexistencia de un Estado en el control de la actividad privada en general y la minera en particular. Es decir, algo que pueden compartir los chilenos con todos sus hermanos de latinoamérica por empezar y el resto del mundo para concluir.
Llegará la hora (porque todo llega) de discutir leyes laborales, seguridad industrial, códigos mineros (y no solamente minería “a cielo abierto” si o no), y demás en el marco del MERCOSUR y de la UNASUR. Como bloques también deberemos tender a legislaciones comunes, sobre todo en aspectos tan esenciales como el trabajo y los derechos de los trabajadores. Y todo esto sin salirse un milímetro del capitalismo, para que a nadie le de palpitaciones. Solo así se cumplirá lo que el “jefe de turno” (el nº 33) le dijo a Piñera: “Presidente, que nunca más ocurra esto.”
Un parrafito para la derecha (juro que es una tentación). Que me digan que no pensaron la suerte que tenemos de este lado de la cordillera de tener una derecha tan pusilánime e inútil. Como no comparar con el Presidente Piñera que, más allá de la utilización política y todo lo que se quiera decir, hizo lo que tenía que hacer y lo hizo bien. Los mineros sobrevivieron, salieron sanos y salvos y no fueron abandonados (como se ha hecho tantas veces en todos los rincones del planeta, bajo el capitalismo, el socialismo real o bajo el sistema que sea).
Un pequeño país tercermundista realizó una hazaña que siguieron por televisión mil millones de personas. No es poca cosa, es un montón. Mesurados, eficientes, profesionales, así fueron los encargados del operativo de rescate y todos los involucrados.
De todas maneras me quedo con lo anterior, el alma del asunto. Ese sentimiento del minero, orgulloso de su condición, sin lamentarse de ser quién es, enormemente nacionalista y familiero. Pueblo, esa es la palabra (en los shopingns no se consiguen).
Se prometían fiestas, comidas, bailes como para celebrar. No grandes cosas. Y a cada uno que iba saliendo, esa cosa tan linda… ¡Chi-chi-chi le-le-le, Los Mineros de Chile!