Seis millones de personas visitaron el Paseo del Bicentenario entre el 21 y el 25; más de 250 mil personas degustaron comidas regionales en 72 puestos gastronómicos de las provincias; seis mil personas por día visitaron cada uno de los 45 stands provinciales e internacionales, lo que hace un total de 270 mil personas diarias; en el stand bonaerense se vendió un promedio de 2 toneladas diarias de dulce de leche; en el stand de Salta, mil empanadas y 100 mil litros de locro; en el de emprendimientos de Desarrollo Social, 1200 litros de aceite de oliva y 800 docenas de pastelitos; a los festejos se acreditaron más de dos mil periodistas argentinos y cien medios internacionales; participaron 15 mil personas en los desfiles, contando 4500 en el desfile de la Integración, dos mil en el Federal, cinco mil en de las Fuerzas Armadas y de seguridad, y 3500 artistas en el del Bicentenario.
Son algunos de los números que tira Página 12 (Página 12, 26-5-10, “Los números de la fiesta”), pero podría ser también Clarín que decía más o menos lo mismo. Así de contundente e indiscutible. La fiesta completa.
La consigna repetida –entre muchas otras- de “Festejemos Juntos” fue tal vez la que mejor reflejó el sentido profundo y compartido. Interpretar que allí hay 6 millones de votos sería una estupidez, pensar que los que fueron son oficialistas, medio-oficialistas, estánenvíasdeseroficialistas también. Estuvieron todos los que quisieron estar, y eso incluye a los argentinos que no quieren al Gobierno. Es cierto, como también sería otra estupidez peor aún argumentar todo lo contrario. Pensemos un rato juntos, compañero…
No se trató de una fiesta K, pero sin dudas es el Gobierno de Cristina (de la Señora y Compañera) el que mejor puede capitalizar los festejos del Bicentenario, por la organización, la participación popular avasallante, la propuesta, la calidad, el espectáculo, el cuidado y los valores desplegados. El patriotismo lo pusimos todos, eso si. El Gobierno sale fortalecido y sigue revirtiendo la imagen negativa que nos dejara el conflicto de la 125. Lento, pero a paso firme.
Ahora bien, ¿qué le pasó a nuestra gente por la cabeza y el corazón en estos días? Muchas cosas y muchas contradictorias. Un sentimiento nunca desmentido de Patria, de amor profundo por la Patria que no se veía en el día a día. Unas ganas tremendas de festejar y tratarnos bien. Una necesidad de ver mejor al país y a nosotros mismos. Porque está mejor. No bien, sino MEJOR. Y también una inquebrantable –aunque callada- voluntad de reconocernos en la diferencia y a pesar de las diferencias. No todos pensamos lo mismo, ni visualizamos las cosas de una sola manera. Pero la mayoría –y es la inmensa mayoría- no apuesta al fracaso ni cree vivir en un “país de mierda”. Casi nadie quiere que nos vaya mal para amortiguar la propia falta de autoestima. Es cierto que nadie se realiza en una sociedad que no se realiza, como también que el intento de ser felíz colectivamente supera enormemente la satisfacción personal del éxito (y el que no lo siente, no lo siente y lo lamento mucho).
Ambigüedades de sentirse quebrantado (ese soy yo) ante el desfile militar y la marcha de la Armada, tanto milico suelto y quémimportaqueseanlosquenacieronendemocracia, respirar hondo mirando a los miles que aplauden, cantan, se miran en esos uniformados que algún día terminarán de honrar el uniforme de San Martín y Belgrano… Cómo no reconocer que el “Febo asoma” en miles y miles de gargantas al paso del sufrido Ejército de los Andes no arrancaba una lágrima secreta.
Los pibes cantando en los recitales, los pibes trepados a todo para mirar de más arriba –como es su destino, mirar el país de más arriba que nosotros-, los pibes balbuceando la historia y pasándoselas entre el mate, el abrazo, la salsa. Y serios en el himno del 24 a las 24 cuando la Sole paró de cantar. La Patria era una cosa seria y se los pudimos transmitir, no es una boludéz compañeros.
En la Patria se nos va la vida y nos viene. La alegría es la Patria, no sólo el dolor. Por eso la democracia de hoy terminaba con la carroza que invitaba a invadir la calle y bailar todos con todos.
El Bicentenario nos devolvió por un rato la mística a la gran mayoría, porque esto es un asunto de mayorías o no es nada. Ahora tenemos que decir una y otra vez y otra vez y otra vez que este proyecto de país popular, latinoamericano, con base en el trabajo y la producción, inclusivo, diverso, es el que conviene continuar y profundizar.
La consigna repetida –entre muchas otras- de “Festejemos Juntos” fue tal vez la que mejor reflejó el sentido profundo y compartido. Interpretar que allí hay 6 millones de votos sería una estupidez, pensar que los que fueron son oficialistas, medio-oficialistas, estánenvíasdeseroficialistas también. Estuvieron todos los que quisieron estar, y eso incluye a los argentinos que no quieren al Gobierno. Es cierto, como también sería otra estupidez peor aún argumentar todo lo contrario. Pensemos un rato juntos, compañero…
No se trató de una fiesta K, pero sin dudas es el Gobierno de Cristina (de la Señora y Compañera) el que mejor puede capitalizar los festejos del Bicentenario, por la organización, la participación popular avasallante, la propuesta, la calidad, el espectáculo, el cuidado y los valores desplegados. El patriotismo lo pusimos todos, eso si. El Gobierno sale fortalecido y sigue revirtiendo la imagen negativa que nos dejara el conflicto de la 125. Lento, pero a paso firme.
Ahora bien, ¿qué le pasó a nuestra gente por la cabeza y el corazón en estos días? Muchas cosas y muchas contradictorias. Un sentimiento nunca desmentido de Patria, de amor profundo por la Patria que no se veía en el día a día. Unas ganas tremendas de festejar y tratarnos bien. Una necesidad de ver mejor al país y a nosotros mismos. Porque está mejor. No bien, sino MEJOR. Y también una inquebrantable –aunque callada- voluntad de reconocernos en la diferencia y a pesar de las diferencias. No todos pensamos lo mismo, ni visualizamos las cosas de una sola manera. Pero la mayoría –y es la inmensa mayoría- no apuesta al fracaso ni cree vivir en un “país de mierda”. Casi nadie quiere que nos vaya mal para amortiguar la propia falta de autoestima. Es cierto que nadie se realiza en una sociedad que no se realiza, como también que el intento de ser felíz colectivamente supera enormemente la satisfacción personal del éxito (y el que no lo siente, no lo siente y lo lamento mucho).
Ambigüedades de sentirse quebrantado (ese soy yo) ante el desfile militar y la marcha de la Armada, tanto milico suelto y quémimportaqueseanlosquenacieronendemocracia, respirar hondo mirando a los miles que aplauden, cantan, se miran en esos uniformados que algún día terminarán de honrar el uniforme de San Martín y Belgrano… Cómo no reconocer que el “Febo asoma” en miles y miles de gargantas al paso del sufrido Ejército de los Andes no arrancaba una lágrima secreta.
Los pibes cantando en los recitales, los pibes trepados a todo para mirar de más arriba –como es su destino, mirar el país de más arriba que nosotros-, los pibes balbuceando la historia y pasándoselas entre el mate, el abrazo, la salsa. Y serios en el himno del 24 a las 24 cuando la Sole paró de cantar. La Patria era una cosa seria y se los pudimos transmitir, no es una boludéz compañeros.
En la Patria se nos va la vida y nos viene. La alegría es la Patria, no sólo el dolor. Por eso la democracia de hoy terminaba con la carroza que invitaba a invadir la calle y bailar todos con todos.
El Bicentenario nos devolvió por un rato la mística a la gran mayoría, porque esto es un asunto de mayorías o no es nada. Ahora tenemos que decir una y otra vez y otra vez y otra vez que este proyecto de país popular, latinoamericano, con base en el trabajo y la producción, inclusivo, diverso, es el que conviene continuar y profundizar.
MARAVILLOSO, querido amigo. Lo estaba esperando... FD
ResponderEliminarMuy bueno. La verdad que para gente como yo, poder vivir la política con una esperanza casi espiritual es una experiencia inédita, y que está bárrrbara.
ResponderEliminarUn abrazo
Román, el amigo de tu hijo.