De las contiendas bélicas más terribles, la peor a la larga
es la guerra de las palabras. Las que se lanzan como consignas de lucha, las
que dan vueltas y vueltas en el aire, las que cambian de contenido, las
resignificadas y las banalizadas. Las que entran por la puerta que no
corresponde y engañan, las tremendamente efectivas que lanzan a muchos por el
pasillo del corral cuando debieran haberlos guiado a encontrar la salida del
matadero.
“Cambio” es una de esas palabras. Es la bandera que blande
la oposición política (y económica) para cercar al Frente para la Victoria en
estas cruciales elecciones de 2015. ¿En qué momento y cómo “cambio” va en
nuestra contra? Consideremos que, en doce años, lo establecido venimos a ser
nosotros y nuestros gobiernos.
Hablamos de “conservar” lo logrado, lo mucho que se ha logrado
en estos años difíciles en lucha constante con enormes poderes que no siempre
muestran su rostro o que, peor aún, mutan continuamente de máscara. Pero nos
quedamos con la palabra “continuidad”. Con lo que se vincula como contrario a
todo cambio.
En nuestra historia nacional, se verifican solamente dos
grandes cambios revolucionarios. Una es la revolución de Mayo y la guerra por
la Independencia que la acompañó (en una región mucho más vasta que las
fronteras del Estado-nación llamado Argentina, en una gran Patria que se
extiende desde el área Caribe hasta el sur sur patagónico). La otra, la revolución
Justicialista que lideró Perón. Las demás mal llamadas “revoluciones” fueron
golpes de Estado cívico-militares. Si vamos a hablar de grandes cambios,
tenemos esos nomás.
Entonces, hablar de “cambio” es una cuestión de real
importancia como para regalársela a un adversario y mucho menos a verdaderos
traidores a la Patria, que alimentan a ese adversario político. No hablo de
votantes, sino de formaciones políticas (los votantes como colectivo no son
antipatriotas, jamás). En el pasado, dejamos o no pudimos evitar que la derecha
más recalcitrante se quedara con grandes palabras como “Nación”, “celeste y
blanca”, “Fuerzas Armadas de la Nación”, “nacionalismo”, y otras por el estilo.
Ahora resulta que “cambio” significa: basta de planes y de
vagos, basta de corrupción, basta de soberbia, basta de impuestos, basta de
cepo, basta de inflación, basta de inseguridad, basta de narcotráfico. Y eso
que suscita los “basta” vienen a ser las características de nuestros gobiernos.
Mucha gente lo cree, la verdad es que casi la mitad de la gente lo cree. Me
pregunto qué grado de parentesco tienen los “basta” con “estilo de vida
occidental y cristiano”, “matrimonios contra natura”, “libertad de empresa”, “mercado
libre”, “Estado mínimo”, “mano dura” y por qué no “subversión”. Seguramente a
la mayoría de los votantes que no nos votan, les parecería absurdo ser metidos
en esta segunda bolsa junto a estas tremendas palabras. Pero hay filiación
entre una cosa y la otra.
La palabra “cambio” en boca de Cambiemos es el nombre del
pasado. De una Argentina dilapidada a la que le habían cortado las piernas. Es
imposible volver al 2001, no asustemos más con eso que la historia no va para
atrás ni se repite. El futuro puede ser peor que la evocación de las corridas
bancarias, el corralito, los piquetes, los desocupados, la clase media haciendo
velas y tortas para cambiarlas en el club del trueque. Puede ser peor. Si
queremos argumentar pesado, vayamos con eso porque el Cuco existe y salió de abajo
de la cama.
No tenemos ninguna contradicción con otro trabajador, con un
vecino, con un familiar, con un amigo que votó a otros. Nuestra pelea es con
gente de mucho más cuidado.
Nosotros no podemos entregar el “cambio”. Nosotros somos ese
cambio, somos el contenido de la palabra. No sólo por procedencia histórica
(que la tenemos), casi ni es necesario remontarse a los gobiernos de Perón ni a
la Resistencia. Hay que irse a doce años para acá.
“Concluye en la Argentina una forma de hacer política y un modo de
cuestionar al Estado. Colapsó el ciclo de anuncios grandilocuentes, grandes
planes seguidos de la frustración por la ausencia de resultados y sus
consecuencias: la desilusión constante, la desesperanza permanente.”
“En esta nueva lógica, que no sólo es funcional sino también
conceptual, la gestión se construye día a día en el trabajo diario, en la
acción cotidiana que nos permitirá ir mensurando los niveles de avance. Un
gobierno no debe distinguirse por los discursos de sus funcionarios, sino por
las acciones de sus equipos.”
“Deben encararse los cambios con decisión y coraje, avanzando sin
pausas pero sin depositar la confianza en jugadas mágicas o salvadoras ni en
genialidades aisladas. Se trata de cambiar, no de destruir; se trata de sumar
cambios, no de dividir. Cambiar importa aprovechar las diversidades sin
anularlas.”
“Se necesitará mucho trabajo y esfuerzo plural, diverso y transversal a
los alineamientos partidarios. Hay que reconciliar a la política, a las
instituciones y al Gobierno con la sociedad.”
“Por eso, nadie piense que las cosas cambiarán de un día para el otro
sólo porque se declamen. Un cambio que pueda consolidarse necesitará de la
sumatoria de hechos cotidianos que en su persistencia derroten cualquier
inmovilismo y un compromiso activo de la sociedad en ese cambio.”
“Ningún dirigente, ningún gobernante, por más capaz que sea, puede
cambiar las cosas si no hay una ciudadanía dispuesta a participar activamente
de ese cambio…”
Lo dijo Néstor Kirchner en su largo discurso de asunción de
mando el 25 de mayo de 2003. Cuando nos habló de un país normal con toda la
gente adentro.
Porque… “Cambio es el nombre del futuro”.
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