Era un general, no, era un
coronel. Y la verdá es que el milicaje caía simpático a los oligarcas, al
pueblo no, así que imagine... El pueblo era una cosa desconocida (salvo para el
pueblo), la gente de bien no tenía idea. Veían sirvientas, vendedores
ambulantes, a los de la feria, obreros que volvían de la fábrica (porque cuando
iban era tremendamente temprano y estaba oscuro). Y no los veían mucho porque
eran oscuros. El pueblo estaba en sepia y la gente era a color, algo así.
Pero volviendo a los militares.
Tenían prosapia, tenían monumentos y mil guerras en su haber, por ejemplo… la
de la Triple Alianza cuando se hizo bosta al Paraguay; la de la campaña al
Desierto cuando se agregaron tierras riquísimas al patrimonio nacional porque
en un desierto no hay nada ni nadie (y de paso se acabó con el malón, ¿vió?); y
también la guerra de… bueno no es una guerra, es el orden necesario para tratar
la cuestión “social”, la cuestión “obrera” que además le dicen. Vienen a ser
varias masacres, si uno le pone la oreja a los disconformes de siempre. Una
parte de la población criolla siempre tuvo un secreto amor y devoción por los
uniformes, y la otra parte los sufrió.
Y bien militar, así, de chiquito.
Criado en cuarteles que fueron familia, amigos, sociedad. Fueron todos juntos
al desfile del 6 de setiembre de 1930, que era en realidad un golpe de Estado. Jugaba
fuerte la época. El capitalismo se tambaleaba cada tanto, el comunismo se hacía
continente, las potencias y sus repartos territoriales, sus fábricas, sus
mercados, sus leyes. Nosotros y en nosotros, un grupete de milicos que ponía
mala cara. No les gustaba cómo iba la cosa. Que se haga fraude “patriótico”,
que la oligarquía no tenga la menor decencia, patriotismo, ni cabeza. Que todo
se pueda ir al mismísimo carajo si estallaba otra gran guerra. Qué Argentina
era un país débil. Injusto y débil. Que ya no se podía confiar en todos los
camaradas de armas.
Un quiebre en las fuerzas
armadas, ideológico, doctrinario, vivencial. Decisivo. Pero con eso, ¿qué
hacemos? Faltaba que uno se asomara por la balaustrada del Círculo Militar, que
saliera al aire y viera lo que pasaba más allá de un cuartel, y de esa bella
plaza San Martín. Usté sígame en su cabeza, que no da para hacer toda la
historieta, porque quiero hablarle otra vez del pueblo.
Ya le decía, invisible. Nadies,
así mirando el montón. Pero, achinando los ojos contra el sol, se van perfilando
las cosas. Ve uno, por ejemplo a la clase obrera… Tremendo espectáculo de
fulanos (y fulanas, según el rubro) entrando a las fábricas, a multitud de
talleres, con vidas a cuestas y a cargo. Muchos, sindicalizados. ¿Sabe lo que
costó eso?... mucha vida costó. Ahí estaban los gremios con anarquistas,
socialistas, comunistas, con “sindicalistas” (los pragmáticos “sindicalistas
revolucionarios”), también con tipos que se metían de puro coraje y no adherían
a ninguno pero hablaban con todos. Eso era. Locales sindicales, bibliotecas
populares, mitines y asambleas, banderas, carné, periódico, volante, festejos,
pic-nics, entierros. Eso era. Hubo un poco de entusiasmo con el Peludo Yrigoyen
que los recibía seguido y, a veces, acordaba. Y, a veces, cumplía. Alguno que
otro se hizo radical, la mayoría no. Había cosas que lamentar también y ya se
sabe, las últimas masacres, la policía brava, los delatores. Y la malaria. Los
convenios que no obligaban a los patrones y las leyes que no obligaban a los
patrones.
Pueblo también son los
desgarrados, los mutilados por la desgracia, los arrojados de vida y placeres,
tullidos, madres solteras, los tontos, las viudas. Agregue a todo eso “pobres”,
que le da dimensión exacta a la tragedia. Y el Estado con sus hospitalitos, su
asistencia corta, su beneficencia. Y la Iglesia con sus rifas, sus campañas, su
desprecio sin amor, su mirada severa y su infinita “caridad”. Lo que se dice,
estaban “listos”.
Ocurre que los trabajadores y los
humildes estuvieron listos, justo cuando ese coronel se asomó y los vio. Fue
hacia ellos tranquilo, calculando quizá, quién sabe lo que se mueve en el alma
de un cristiano. Pero fue a los que estaban organizados y esperaban. Ya vendría
Esa que fue hacia los rotos corriendo y los abrazaría para siempre y tan fuerte
para fundirse en ellos y perderse… Quedarse; pero eso vendría después y es lo más
bello de esta historia.
Los organizados vieron al coronel,
su uniforme verdeoliva, las insignias, la gorra. No les gustó una mierda. Pero
fueron, qué perdían, habían hablado con el diablo y pactado con cada hijo de
puta. Pasó que de la “Secretaría” no se fueron más. Ellos saben por qué, y si
usté no lo sabe es que tal vez nunca se dio una vuelta por el sindicato.
En un momento, fue el Presidente.
Gobernó y gobernó mucho, como dos planes quinquenales, como un país que no
existía y de repente comenzó a existir. Para muchos fue el principio de una
historia, para otros, una pesadilla que como esa historia, aún perdura. Mire,
lo han definido de muchas maneras, pero me gusta sin dudas la del gordo Cooke
con eso de la “maldición del país burgués”. “La mugre” y la “rabia”, que son
valores negativos empleados como un escudo de virtud, fíjese, y como ese algo
que por más que se quiera quitar vuelve, reaparece. Y así fue. Golpe, exilios,
fusilamientos, resistencia, prohibición. El odio desatado y su absoluta
inconformidad.
Uno estuvo en la primavera
setentista sin haber sacado entrada, de puro pendejo que curiosea. Nos tocó un
viejo General, el famosos león hervíboro, que volvía y en su larga muerte nos
llenó de intemperie. Y bueno.
Así se formó uno, en un país de
la mitad de acá y a su sombra. Que después de tantas cosas que han pasado, como
que se lo entiende bien, aún en esas cuestiones tácticas que se lleva la vida y
te devuelve la práctica. Muchas charlas contra el aire imitándole la voz,
tratando de leer un cachito más y poner su dicho justo en el lugar justo. Amar
el país convertido en Patria, amar a un pueblo que iba en su rescate y al mismo
tiempo lo siguió. Qué mas hace falta.
El tiempo va deshaciendo hasta la
organización, es cierto. Pero sepa que hasta ahora no pudo con esos tipos
con las patas en la fuente.
Eso, mi General.
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