Un bancario que conocía la city
como a su barrio de chico y que alguna vez que otra vendía en el mostrador
cemento, cal y arena. Delirios de ser su patrón y tener un negocio, veleidades
que viejos inmigrantes le habían susurrado en la patria adoptada y pródiga...
Un hombre flaco y largo que ponía
para atrás las palancas enormes o para adelante. Mil palancas que hacían ruido
cuando caían los cambios en las vías. Y me sonreía.
Mujeres que volvían de la fábrica
de enfrente, obreras del vidrio y la casa adornada con bochas verdebotella y enanitos. Mujeres
sencillas que luego de la jornada larga se calzaban un delantal.
Una señora que conocí con canas,
de lentes redondos y lustros planchando para afuera, el hierro caliente y el
carbón. Un brasero que quedará afuera en la noche del invierno. Otra más,
con anteojos más bravos y ojos acostumbrados
a la máquina de coser y dele quetedele
en el pedal. Y esa lámpara de cuello flexible que nunca se apaga.
Un jóven alto y rubión que va y
vuelve del puerto mirando y anotando en la planilla la descarga de la yerba
mate; sube al jeep de doble cabina y sale para la oficina.
El Chinito con el gorro blanco y
el delantal en la carnicería de la feria y el paquete bajo el brazo con un buen
corte para la casa, caminando siempre por la vereda de la sombra.
El albañil que construye
chalecitos y su casa cuadrada a la italiana, que habla enrevesado y suspira en
el azul profundo de los ojos gringos.
Un ama de casa diplomada, educada
por las monjas para ser la mejor y es la mejor. Crea en las ollas, recrea
milagros para que cada día salgan de la casa al trabajo y vuelvan del trabajo a
la casa.
La maestra que se las tiene que
ver con los chicos croatas de la guerra balbuceando mal el español. Y un día se
casa y atiende su casa, e irá diseñando en los años un jardín fabuloso que no tiene
fin.
Un chico en bicicleta que entrega
la ropa planchada en las casas bien, y que algún día será el bancario.
Champurreo de domingo en el que
se mezclan palabras en italiano y el hablar de todos los días. Conventillos de origen,
casa alquiladas, casas propias. Historias mansas de laburo y ascenso social...
quién diría.
Así fue. Parientes. Los cercanos
que nos fueron enseñando sin mucha palabra de dónde venimos y lo que hacemos.
Trabajadores. Nada más.
No me dijeron si faltaba la plata
ni cuánto les costaba cada cosa que nunca faltó. Imagino algunas noches malas, imagino desazón que no
declamaron. Imagino un mundo con el diario de la tarde y la radio a lo lejos. La
ropa cuidada y la manía con la higiene, los remiendos, los batones, los tejidos
y tantos mates con bizcochitos de grasa
en una tarde eterna de domingo.
Y todo eso... quería hablar del
trabajo y me salió la familia.
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