lunes, 17 de octubre de 2016

SETENTA Y UN DIECISIETES



¿Qué se desató ese 17 de octubre?... si es posible ponerle una fecha a los procesos. Pero resulta que en este caso si hay una fecha y es esa. Claro que todo había comenzado en setiembre del ’43 cuando el Coronel se hizo cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión; o había continuado si uno mira bien el largo viaje de la clase obrera argentina.

Se puede decir con toda seguridad y sin eufemismos que millones de argentinos sacaron el documento de identidad social y política, porque habían “nacido” a una vida muchas veces fantaseada pero nunca pensada como realidad, ni aún en las inflamadas utopías de la izquierda desde los veinte. Y ese documento que ahora acariciaban en sus manos no tenía el escudo nacional -como con el proceso “civilizatorio” del Ochenta- sino el escudo peronista.

Eran esos millones de argentinos bautizados en las aguas barrosas del Plata, del Paraná y otros ríos más interiores, y caminaban con la inseguridad y la fabulosa novedad de los recién llegados a un país que habían construido pero que no estaba pensado para ellos. Pero llegados por fin. No tenían esa miserable fe de los conversos que ensaya cada tanto el sector resentido de la “clase media” que se vuelve neoliberal ni bien la sacuden un poco y le ponen frente a sí la paridad cambiaria o el primer mundo de Miami. La fe de estos bautizados era de clase nueva que, como los extranjeros sindicalizados y luchadores que los precedieron, tenían la costumbre de la solidaridad y el don de buena gente (nuestra gente).

No entendían nada o muy poco del internacionalismo proletario, no sabían de la conciencia “en sí” y “para sí”, y lucían orgullosos en el pecho una enorme bandera argentina. Porque no eran ni yanquis ni marxistas, iban a ser peronistas. Aprendieron los palotes de la decencia trabajadora en las fábricas y talleres y sus hijos en las escuelas cuadradas con tejitas que Perón construyó en todos lados; estaban llamados progresar a manos llenas y rápido en el vendaval de Evita; se encolumnaban en la CGT que sería oficial y única; muchos se afiliarían a un Partido Laborista que se volvería Justicialista, él único que podían mirar con confianza. 

Pero también habían luchado y mucho para llegar hasta allí; y más lucharían. Aún con su propio gobierno -aunque no lo pensaban así- para que se cumpliera el primer Plan Quinquenal, es decir, para que Perón cumpla (era natural y sabido que Evita dignifica) y le haga cumplir a los patrones. 

No se trataba del difícil galimatías planteado por la izquierda institucional consistente en imponer un programa popular, que en la visión de esa izquierda sólo aparecían las limitaciones burguesas del peronismo y las veleidades personalistas del Líder (un antecedente del reaccionario concepto “populismo”). No eran los obreros europeos ni los rusos, ni tampoco un montón inocente de tarados. Veían que Perón estaba rodeado de enemigos, que la oligarquía estaba en retirada pero no muerta y que, entonces, su fuerza movilizada le permitía al mismo Perón cumplir y avanzar. No había contradicción. Esa es la famosa “década” peronista, ganada para siempre aunque se perdiera más de una vez.

¿Cómo habían llegado a ese punto? Con prepotencia, organización monolítica, audacia y una insoslayable “mala educación” porque los trabajadores no eran políticamente correctos. La humillación de las décadas anteriores pesaba una enormidad y les daba esas manos grandes abiertas para el compañero, pero también la mirada torva y de a ratos ladina; la picardía, como una clase de inteligencia primigenia que habría que desarrollar. 

Sería bueno pensar que los pueblos hacen la historia. En todo caso si no la hacen consciente y permanentemente, cuando participan –en las ocasiones que esto ocurre- con toda seguridad la cambian. Así se hizo el 17 de octubre cuando muchos se pusieron a llenar calles que nunca habían recorrido, ocupar una Plaza que había sido ajena. Encontrarse.

Y los fanáticos del pizarrón los ningunearon, los insultaron, los despreciaron. “Aluvión zoológico”, “turba de delincuentes y lúmpenes”, elija que hay de sobra tanto desde la derecha como desde la izquierda. Qué no se ha dicho del peronismo desde aquel día…

Puede dar para la efeméride, como si fuera una pequeña solicitada en Clarín. Puede dar para hurguetear en el sentido de la “lealtad” (ya que es el día) y andar buscando no leales sino traidores… y hay épocas más propicias que otras para tales búsquedas. O, para curarse en salud, se puede tomar el 17 de octubre para recuperar ese asombro, la maravilla de ocupar los lugares vedados, conquistar los derechos casi sin darse cuenta. 

Ponerse a caminar y construir el peronismo, que es hacerle un enorme favor a la Patria. Como el primer día.

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