Tengo que arrancarme los abrojos del odio para
escribir esto. Despabilarme la resaca imbécil de los desprevenidos; tomarme de
los cielos y descubrir como un chico la nochebuena… Y hablar entonces de un
amor hondo y esperado, que tuvo una segunda oportunidad. Contar… como si vos no
supieras.
Hablarte de una plaza extraña, que no es la de
costumbre; parado entre muy pocos frente a un par de parlantes solitarios
imaginando la entrada hasta el recinto. Deletrear las palabras del milagro para
uno, pero en su voz que se alza y se afina cuando uno sospechaba el vozarrón, la
voz que se le iba y los ojos le daban ánimo a palabras firmes cuando nos
habíamos acostumbrado al vocabulario sin sentido. Era de una patria devastada y
triste que muchos han olvidado, porque triunfamos.
Años de plaza extraña frente al palacio alto y
ajeno, que no es rosado sino blanco gris piedra serio, con el carro triunfal
sobre la frente sin triunfos. Años celebrando una democracia en la que gente
como yo creyó sólo de grande.
Hasta me acuerdo de una vez en que fuimos poco
más de doscientos derretidos en el sol, y los bomberos nos manguereaban desde
arriba del autobomba… y nosotros vivando y aplaudiendo. Pero, si los bomberos
son canas, si nos están echando agua… pero esa vez era para refresco y no para
tirarnos y cazarnos como antes. Agua para un pueblo de pocos, de locos que se
escuchan los discursos del desgarbado loco del sur y de la abogada que habla, y
habla y habla y habla hasta que el pecho te revienta de locura. Te acordás
Flaco? Pero que bien que habla y vos, todo sentimiento como la marchita
desafinando. Flaco, el Presidente desafinado de corazones que se habían cansado
del dolor.
Ocho, que son doce. Ultimo. Porque nos va la
vida. Congreso, clase de democracia a los animalitos de Perón y los que no.
Viste cuántos? Atentos los negros, firmes, peinados, chori en mano y alta la V.
Señora… la vemos de clarito otra vez. Al fin, después de tanto luto que se echó
encima para que nosotros dejemos de llorar. Nos viene de blanco, de celeste, se
ha vestido de nosotros.
Habla, habla, habla. Y mientras habla tenemos
voz. Y que mierda de que no hay fulanos providenciales en la historia, es
porque no los conocían a estos dos.
Otra oportunidad, me dijo el compañero.
Aprovechada. Aprovechada compañero.
Banderas, colores de banderas, remeras que
dicen cosas y se dicen cosas de uno a otro, de remera a remera en una conversa
de pueblo que va y viene uniendo la extraña plaza con la otra, la que guarda la
cenizas de las Viejas, la que tiene clavada la colonia, la guerra, la
independencia y el balcón de Perón.
Clase de política, consejos de militante. El
papel sólo para el reojo de la memoria y sus números porque sabe de sobra, arma
de sobra lo que nos tiene que decir y lo que les quiere decir. Y que lo tengan
bien claro. Que los gobiernos deben hacer lo que el Pueblo quiere. La
Conducción es precisamente esa que sabe de antemano lo que el pueblo iba a
querer. El pueblo de la justa, libre y soberana aún sin que lo sepa, tras tanto
desocupado y tanta vida rota. Porque el pueblo no es un lugar, es un movimiento
que a veces va cuerpo a tierra y a veces desfila como en carnaval. Y no somos
todos en tal caso, los que tienen la suerte de poder vivir la alegría, amores
agradecidos y ese el que fue con sus dirigentes a la cabeza y aún busca la
cabeza de algún dirigente, del traidor que rehúye la mirada aunque lo mire una
cámara. Ay, todo eso está en la plaza extraña que se viene a otra plaza como te
decía. Un truco de magia que no tiene explicación, porque es de verdad.
Otra vez. Qué hable, que el corazón no se calle
nunca más. Aunque nunca vuelva a ser lo mismo cuando ya se hayan ido. Cómo hará
otro para oficiar la ceremonia de los primerodemarzo… cómo hará.
Te quería contar un discurso, pero me salió
esto. Total, estabas ahí.
* Esto fue escrito unos días después del 1° de marzo de 2015 para la apertura de sesiones ordinarias del Congreso. Se quedó sin publicar traspapelado (sin papel). Era el comienzo de la larga despedida de Cristina como Presidenta y de doce años de aguantar paradito ahí en la plaza de los dos Congresos como una cita de honor y de amor. Por eso es así, desbordado.
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