Son
gente rara los héroes; ellos no saben que lo son. Pueden imaginarlo en
ocasiones desastrosas en las que nada sale, todo está en contra y el objetivo
es una de esas cosas que nadie diría que va a terminar bien. Seguramente, así
le pasó a don Manuel muchas veces.
Porque
don Manuel es un prócer que hizo las cosas al revés, fíjese si no en la
bandera… la que a él se le ocurrió y la
que izó al borde del Paraná tenía una franja celeste al medio de dos blancas.
Será que las cosas cambian, ¿no? Tanto, que cuando yo era chico el general
Belgrano era Nacho Quiróz y ahora parece que es Pablo Rago. La historia cambia.
Un
abogado jamás podría ser un héroe, menos aún un prócer. Por eso creo que no
hacía carrera para darle nombre a colegios, calles de pueblo, avenidas,
parques, radios. No, de eso ni hablar. Pintaba para burócrata imperial en la
colonia Buenos Aires, dedicado a los delicados asuntos de la Hacienda Real,
hipotecas, certificados de propiedad, lindes, tierras, esas cosas. Ninguna
pavada, si se me permite, derechito a los derechos de propiedad de los que
comenzaban a ser dueños de grandes propiedades aún no consumadas por tanta
ganadería y tanta estancia.
Así
nos lo quisieron legar, con voladitos y el rulito en la frente medio aputosado,
medio rosado, ajeno, neutral, humanista, rodeado de papeles y plumas. Y un día,
seguro, buscando el secante se miró el dedo manchado de tinta y dijo para
adentro “la patria es un borrón”. Un borrón como una mancha de tinta en un
documento que no debía estar, un error, una distracción.
Para
qué problematizar las cosas. Para un fisiócrata soñador (y lo era) no había
límites en tanta pampa. Agricultura sistematizada, progreso, educar a la gente
para los trabajos y los oficios. Prosperar la colonia… prosperar. Enseguida le
vienen los petates y oropeles de los enviados borbónicos que se dan dique y no
conocen a un solo Borbón, a los petimetres de fiesta y baile, señoritas,
salones, moños. Españoles, o mejor, Peninsulares, porque españoles somos todos.
El abogado se aleja del escritorio donde se despatarran los papeles y va a la
ventana. Es de noche, pasa el sereno, la calle hecha un barrial por la lluvia
se pierde hacia el río. Se asoma y aspira el olor de su río, se llena los
pulmones y queda así pensando hasta que tocan las doce. Dormirá, soñará
Belgrano con nosotros, que no existimos.
Otra
noche lo invitan a la casa de un fulano importante. Están unos cuantos que
conoce bien y deciden seguirla en otro lado, en otras noches, mejor ahí en la
jabonería que en la casa que es muy conocida. Noches vehementes de tabaco,
licor o caña, una comida como para disimular el estómago. Son cosas serias
estas, las que pueden costarte la posición, la fortuna y la cabeza. Escribe don
Manuel. Quema los papeles, pero no puede dejar de escribirlos.
Una
noche le presentan al militar. Es importante, altivo, plateado, como una
estatua. Confiar, se necesitan. Don Manuel es un buen puente para que todos
puedan pasar sin empujarse. Igual, se recelan. Mariano recela, don Manuel lo
entiende y no lo dice porque esto se hace todos juntos, o no se hace.
Se
hace. Casi como golpe de estado, casi con escaramuza armada, casi con vecinos
políticos. Que viva el Rey (y que se vaya el Virrey). El vocal Belgrano va al
Paraguay como comandante de una expedición militar para contrarrestar a las
fuerzas realistas locales. Pero… no es militar, es abogado. Arrastrará ese
problema bibliografía tras bibliografía y generación tras generación. Desde
aquello que escribiera el General (manco) Paz en sus memorias sobre que el susodicho
como militar era un gran abogado, o un gran patriota no recuerdo ahora pero da
lo mismo. Avalado por semejante personaje, un militar de carrera y tal vez uno
de los tres que había en estos pagos (San Martín era uno y Alvear el otro), al
pobre general (en minúscula) se le negaron las dotes marciales para toda la
posteridad. Y en Paraguay pierde. Te dicen… fundó pueblos y escuelas, Curuzú
Cuatiá y otros. O también que interpretó el sentir de los asunceños contra la
dominación española y azuzó los espíritus hacia la revolución. Pero los
paraguayos hicieron la propia y después, que tampoco era cuestión de salir de
la corte de Madrid y entrar de polizón en la mucho más pobretona de Buenos
Aires. Justo Asunción, madre de ciudades y faro de la América del Sud sin
exagerar.
Belgrano
dejó la provincia del Paraguay que creciendo la sombra del Dr Francia, la
independencia y el progreso popularmente concebido. Algo tuvo que ver, lástima
que no ganó una batalla lo que para una historia liberal castrense es un pecado.
Belgrano
como militar, un fiasco. Rumbo al Norte, entonces… ¿Qué era el Norte? Una
frontera inexistente, salvo en nuestras ideas avaladas por los diarios de los
lunes. Esto es de antes de marcar la línea que divide países. Lo envían ahí
para evitar la cuña realista (maturranga, diría el General San Martín)
penetrando con furia hasta alcanzar Córdoba y estrangular la capital virreinal.
Lo que no le dicen es cómo lograr todo eso. Lo nombran general (con minúscula)
de un ejército descompuesto y en descomposición. Arréglese, Belgrano (y no siga
pidiendo plata ni recursos).
Y se
arregló. Tanto se arregló que a sabiendas que no los podía parar ensayó la
guerra de “tierra arrasada” por primera vez. Les quemó todo, les inutilizó
todo, las casas, los pastos, las cosechas, la tierra, el agua, el aire (porque
se lo llevaron para respirarlo en otro lado). Un milico hace eso, arrasar. Lo
que es más complicado es que la gente –cuyo terruño arrasarás- te lo permita,
participe, lo tome como propio y se vaya con vos. Sin que la obligues o con esa
obligación que te marca una dentellada en la conciencia. Belgrano muerde,
infecta el miedo y te sale como un desprecio por haber dudado. Belgrano te saca
patriota, mientras te saca todo. Y te vas con él, caminando o en carro o a caballo
o en burro atrás de su uniforme destrazado, polvoriento. Con los ojos llorosos
por el humo de las quemas y por el corazón desgarrado por Jujuy. Exodo. Pueblo.
Belgrano.
Lo
vivan cuando pasa, los changos corren tras el caballo común que lo lleva porque
nunca habían visto a un general tan de cerca, sólo deslumbrantes charreteras
godas del Perú. ¿Qué saben? Las cosas de la casa, de la madre y un padre que de
tanto en tanto pasa. Saben trabajar para otros y lo seguirán sabiendo. No le
han leído al brillante caballerito de Salamanca y Valladolid sus escritos de
economía política o educación, nada de nada saben ni sabrán sobre la
fisiocracia ni filosofía de la Ilustración, un carajo de Rousseau, Montesquieu
ni Voltaire… No saben leer. Pero escribirán con sus sangre más temprano que
tarde la historia con minúscula (como su general) de un capitulo inolvidable
que empieza “libres o muertos, jamás esclavos…” Nunca hablarán con Belgrano,
pero uno de estos soldaditos una noche entre las tiendas le alcanzará el mate y
de sobrevivir, lo contará de viejo bajo la enrramada a quién quiera escucharlo
como un tesoro. Porque lo que si sabrán seguramente, es por qué lo han seguido
hasta perderle el rastro.
Uno
de ellos, ya soldado, redoblará el repiqueteo de tambor, mientras otro ya
soldado irá tirando de la cuerda lentamente, muy lentamente, la vista al cielo,
el corazón en la boca, viéndola subir. Subir a otro cielo donde todos eran
buenos, donde todos eran libres, donde todos sabían por fin quiénes debían ser.
Blanca, celeste, blanca. Belgranera del Paraná, el barrilete de la Patria al
viento. Ilegal, perjura. Solo ella, como sólo él izándola y su general (con
minúscula) al lado.
A
juicio Belgrano, condenado Belgrano y un Coronel casi andaluz que llega y putea
descubriendo cagones y los primeros traidores. Dice que un gobierno no es bueno
si pone preso a Belgrano. El gobierno se va (huyendo por la av. Rivadavia).
Vamos
a conocer al correntino, se dice Manuel, y debería estar felíz de dejar este
ejército que no tiene disciplina, ni sabe de estrategias militares, ni
garantiza ya nada. El sabrá, dicen que es militar, dicen que combatió contra
Napoleón. Ahora va a tener que luchar contra Fernando. ¿Se podrá confiar…?
Mirará por encima del hombro, humillará con su figura, criticará con lengua
filosa sin palabras en punta, pero. Y este dolor de estómago que no pasa. Y la
fiebre que va y que viene. Algo de tos… si siempre ando comiendo mierda. Como
todos los hombres que comando. Que sanmartín tenga algo de Santo, la patria se
nos cae de fatiga. Cómo será San Martín. Viene el abrazo del cuadro, lo habrán
visto.
San
Martín está loco, me admira y no sé lo que he hecho para tanto elogio. Unos
días y somos amigos, unos días y lo conozco de siempre. Unos días y me voy al
Puerto brutal que va a tragarse todo. Y lo sé. Dejo a Usted esta patria de
soldados, su hambre, sus amores y sus deseos, vida, hacienda, nada. No le dejo
nada, salvo esta gente. No los abandone, mi General.
Escribe
Belgrano, no descansa. La noche lo alcanza siempre.
Ha
malgastado todo. Fortuna, que ya no tiene. Sueldos que ha donado. Casas que
tiene y no tiene. Hijos. Mujeres. Fama. Todo se le escapa. Lo mandan afuera de
embajador, a cortes de la Europa. Le sienta, pensar que así podría haber sido.
Esos jardines, esa francia. Esa inglaterra. Buena vida, paseando como tantos
que antes o después, diciendo lo que se debe decir y lo que otros quieren
escuchar, andar por ahí sin sobresalto y con bajo perfil. Es fácil. Pero es
Belgrano…
Por
fin, Tucumán. Otra vez, Tucumán. Ahí se le ocurre decir lo de la monarquía inca
y a la mierda con todo. Los porteños lo putean, algunos ya lo ven muerto,
políticamente muerto. Quién escucha a Belgrano. Lo escucha y lo lee San Martín.
Lo miran los que serán Caudillos.
Es
un peligro, siempre lo fue. Y un idealista, el loco de la revolución (y no será
el único). El que mantuvo vivo al partido de Moreno. Un conspirador. Belgrano
pintaba para niño que llevaba la manzana a la maestra y terminó como el peor
del grado; cagadas que hace una Revolución trastocando las cosas, volviendo
locos a los hombres como una caña subida sobre las buenas caderas de una mujer.
Está loco de Revolución, loco de amor.
No
le da el cuerpo. No le basta el aire. Su médico, un amigo, se lo dice. Se toma
lo que sea, pero tiene que estar despierto porque la patria se duerme.
Desespera por las noches. Sueña con los ojos afiebradamente abiertos. Lo
cuidan, pero no se puede cuidar a Belgrano.
No
es su cama, no es su casa. Le queda el reloj y los papeles. Un escritorio
revuelto. Las sábanas sudadas. Buenos Aires es una cagada de escarcha y desvelo.
Su General anda por el Perú y Bolívar, el orgulloso Bolívar salta y golpea.
Juntos, que vayan juntos…
Me
muero. Lo sé. No hay nadie. No es de noche ni de día. Una mariposa de noche
baila con el pabilo encendido y una tonada sube por la barranca. Belgrano canta
sin mover los labios que le queman. Es el minué sobre los tablones de una salón
al que ya no lo invitan, pero danza con la soldadera en un campamento que no
quiso pero como quiso. Ay.
Si
hasta el crucero que se acercó a Malvinas le hundieron… Y él seguirá siempre
ahí, mirando a la Rosada con el dedo en alto y la bandera enredada en el
viento, arengando a gobernantes con la esperanza secreta de que alguno cada
tanto le responda. Es el único habitante, el guardián de la Plaza. El que cuidó
a las Madres. Le deben responder a él… a quién más, sino a Belgrano. Ay.
En
la noche final Buenos Aires duerme. Los asesinos asesinan. Los niños lloran y
la madre los tranquiliza. Los amantes se hunden mojados, sudados, se abrazan.
El cura cierra el misal. Los perros retoman la calle bajando al río. El río
manso de plata negra se estira, toca la Banda Oriental donde de a ratos duerme
Artigas. Lo que pasa, pasa. La vecina se pregunta si respira bien el general
(con minúscula). A esas horas nadie piensa. El día se resigna y va
desvistiéndose. Alguna calma viene a la boca de los que la habían perdido.
Afuera cae el gobierno. En la noche las sombras se mueven. La colonia se mueve
rápido con la libertad contrariada. Todo es muy veloz para Belgrano.
Yo
no soy el padre de esa patria, mi amigo. Cuando traté de salvarla era porque él
ya la había hecho, señor. No se confunda. Es él. Y yo con tanto honor y gloria
no puedo evitar que una muerte tan puta… San Martín está acá mientras pienso
esto y se tapa los ojos. Está viejo como en esos billetes de cuando todos
éramos chicos y el país no nos pertenecía (de nuevo), cuando no nos habíamos
enterado de las desgracias y pegábamos la figurita en el cuaderno en las fechas
esas.
Entonces,
la vela… El Despertador Teofilantrópico lo publicará mañana. Una noticia entre tantas
otras. Un solo diario. Nada.
No
llega a la mañana. Alza los brazos, busca algo en el aire. Busca algo. Ay,
Patria mía. Ay, Patria mía.
Belgrano
busca algo.
Cada
tanto le encontramos la Patria, ojalá sea eso.
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