miércoles, 6 de septiembre de 2017

ESTADO DE DERECHA

La democracia política se ha instalado como idea central desde aquel entusiasmo alfonsinista de 1983. Es una realidad que a muchos de nosotros -venidos de épocas verdeoliva y de otro planeta tecnológico, casi mecánico- tardamos en reconocer. Pero está y es un valor que sólo una minoría insignificante puede discutir. Se trató en estos años de ver qué tipo de democracia se acomodaba mejor al pueblo argentino. Y se probó... para qué hacer el raconto, debería ser cosa sabida.

La gran novedad es que la derecha ha conseguido llegar al gobierno por medio de elecciones, ganando con votos (y no botas). Para los enamorados de la alternancia y ese tipo de cambios, debería ser una prueba de la vitalidad del sistema y, a la vez, una garantía de futuro. Para otros, cabe la oscura duda sobre si la derecha  es capaz de minar las bases del acuerdo que permitió que la democracia política llegara a ser ese valor tan deseado y tan escamoteado a la vez por tanto tiempo.

En la mitad del período presidencial se verifican los cambios operados que nos ubican más cercanos al "mundo", claramente como periferia. Lejos quedó  aquel crecimiento del 2,5 exhibido por este gobierno para anunciarse como demandante del crédito internacional en los primeros días de su mandato, y que claramente legitimaba el repunte que el anterior gobierno "populista" del peronismo había logrado. Era para afuera (y ratificaba lo que los de afuera ya sabían), porque puertas adentro el panorama relatado era devastador. La derecha iba a reconstruir el país y ponerlo en su lugar, solamente "haciendo lo que hay que hacer".

Ese "deber ser y deber hacer" se tradujo en limpieza de los empleos estatales primero, en un magistral boleo en el orto de todo aquello que se calificó como  "basura militante" (kirchnerista) y que, en realidad, era el personal de todos los programas y políticas que el elenco de Cambiemos consideraba que el Estado no debía seguir llevando a cabo. Básicamente, cuestiones asistenciales y de promoción social, cuando no instrumentación práctica de derechos reconocidos y adquiridos por sectores vulnerados (y no vulnerables) de la población. En paralelo, se provocó una devaluación jugando con el precio del dólar y se desarticuló el mercado interno. Las víctimas fueron la pequeñas y medianas industrias, y el dato del desempleo privado aumentó. Se pusieron a los pies del "mercado" cuestiones básicas. Si antes los pobres seguían siendo pobres, pero comían, se vestían y soñaban con algún escalón en el ascenso social, las políticas del gobierno les sacaron violentamente  el piso y cayeron. La pobreza aumentó y sus lacras también.

Los sectores medios -en su amplia, dinámica y enloquecedora diversidad de situación- se agarraron al colchón generado en los años pérfidos en que gobernaba la "cretina" y aguantaron mejor que los otros; aún aguantan. Esta crisis generada desde arriba (¿habrá algún otro tipo de  crisis?) no los agarró como en el 2001, sino un tanto más rellenitos, más viajados y más  cómodos, más allá de toda representación  imaginaria en contrario que se venda por ahí. Y los acomodados de siempre, que antes ganaron mucho, ahora ganaron sin trabas y jugando con reglas propias, es decir sin reglas.

El desconsuelo de algunos, póngale desengaño, dígale arrepentimiento, o llámale H, no llegó a expresarse en el voto de medio término, no al menos en las recientes PASO. La apuesta por la promesa liberal (tan conserva) continúa y continuará. Así y todo, no pudo ser doblegada la fuerza política más importante de oposición ni su candidata, tan vituperadas, puteadas, estigmatizadas, basureadas, insultadas, piscopateadas, ambas dos. Conserva el tercio de hierro y altivo, si  bien estamos lejos de aquel casi 55% milagroso. Bien, hasta aquí solamente alternativas cotidianas de la política.

El componente inquietante apareció con los cambios en el manejo de las fuerzas de seguridad, con más maniobras represivas que consensuales, con más ferretería antidisturbios comprada en un lejano país especializado en la política antimotín interna y exhibida aún en cuotas homeopáticas. El gas pimienta como arma ofensiva, la manguereada de los hidrantes y la carga de infantería contra manifestantes de cualquier cosa se hizo cotidiana. Y se agrega peligrosamente la inocultable desaparición forzada de un manifestante, Santiago Maldonado.

Maldonado. Un tipo alto, flaco, jipón, que sale en defensa de la causa mapuche en legendaria disputa  contra Benetton. Insospechable de activista  político partidario, y menos un K. A muchos nos gustaría tragarnos la saliva y las palabras, y que Santiago apareciera perdido por ahí y vivo. Diríamos  "exceso de celo" por cuidar la democracia y la vida de las personas. Lo que sea, pero estaría  vivo y seguiría con su vida de la manera que el eligiera, porque podría elegir. Pero las miradas, de acá y de afuera, se dirigen a Gendarmería sin que el gobierno  haga otra cosas que inventar pistas falsas, encubrir y mostrar su profundo desprecio por  cualquier tipo de militancia que no se avenga con el (su) sistema. Y para coronar, tras la multitudinaria y familiera marcha que exigía la aparición con vida de Maldonado, el gobierno monta un espectáculo grotesco y canalla de distubio y antidisturbio, con los mismos actores de reparto.

Nos habíamos mal acostumbrados a  las puestas en escena de funcionarios (con presidente incluido) saludando a la nada y tomados por cámaras más que amigas, recorridas por barrios con mucha utilería y casuales encuentros guionados con vecinos-actores. Era inquietante, pero lo último fue peligroso.
Si se agrega el manejo desprolijo -que raya lo fraudulento- de las elecciones Primarias, cargando en el Correo datos a conveniencia del gobierno, falseando actas de mesas en las que la principal oposición aparecía con cero votos,  bueno... Creo que para dos años es un poco como demasiado.

La derecha no entiende la democracia, salvo que sea la vanalidad del esfuerzo individual  con visos manualisticos de auto-ayuda. No entiende el concepto de  partido político y  lo confunde con una organización no gubernamental, o una fundación cuyos fondos no se registran ni se supervisan. Tenemos una derecha torpe, una derecha bruta.

La locura contra Cristina Kirchner comenzó cuando se avanzó con los juicios al Terrorismo de Estado, cuando se avanzó con esos "no uniformados" que participaron en la planificación, el diseño y la ejecución del Proceso de Reorganización Nacional. La dictadura es Cívico-Militar y estaban dispuestos a entregar militares (Videla murió en el baño de su celda común), pero no quieren permitir que se juzgue ni se cuestione a los civiles. Muchos eran muy jóvenes y aún actúan, muchos nutren a este gobierno que está legitimado por el voto ciudadano.

Pese a todo, uno tiene esa confianza inexplicable sobre las reservas democráticas del pueblo, aún por las de muchos que han votado a derecha. Porque, como se decía al principio, la democracia política es un valor compartido que ha llegado para quedarse.

Ninguno de nosotros quiere enarbolar banderas sobre las ruinas de la Patria. La amamos mucho.

Demasiado. Porque de verdad creemos que la Patria es el otro. 

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