Los medios repiten (y mucha gente multiplica, como era de
prever) que las cosas no van bien, no cómo deberían ir, y hay que pensar que
tomó casi un año “desactivar las bombas” que dejó el gobierno anterior. “Recibieron
un país en llamas”, y listo. Así de sencillo y fácil de creer, será por eso que
se cree fácil. Como habían hecho ya en la Ciudad de BA, la culpa de todo la
tenía el gobierno anterior (el de Ibarra, que tiraron por la ventana montándose
sobre los cadáveres de Cromagnon); ahora el sistema se amplifica a todo el
país.
No hay dato cierto (ni mentiroso, es decir de sus propias
usinas) que verifique tal caótica situación, más bien todo lo contrario a
juzgar por los porcentajes que manejaron ante organismos internacionales para
demostrar la bonanza real del país. Eso, el estúpido medio no lo registra a
pesar de que se lo hacen en la cara. Y mucho menos, para decir como dicen sin vergüenza,
que evitaron una catástrofe. Es genial: especulan, manipulan hasta la locura,
te crean una crisis con la que ganan fortunas, te echan la culpa y encima te
cuentan que lograron evitar que estuvieras mal (como estás).
La verdad es que recibieron un país en orden, con los
números arriba y una envidiable situación social si pasamos revista a las
generales de la ley en Argentina (que son las actuales) y a pesar de una crisis
externa y de crecimiento interno que nadie negaba. Pese a todos los
contratiempos –y van errores propios en la cuenta- la inflación estaba cediendo
y había una recuperación económica notable en casi todos los niveles. Los
problemas iban siempre por el mismo lado, cuando hablamos de un país que aún no
se desarrolla como debiera y es dependiente de macroeconomías lideradas por el
neoliberalismo.
No había una catástrofe en puerta, más bien una salida si se
comenzaban a tomar medidas en defensa del consumo, el mercado interno, la
industria nacional y la diversificación de mercados internacionales. Es decir,
si se votaba a Scioli. Opciones políticas (y hasta ideológicas) había muchas –más
allá de su desempeño en votos posibles- pero rumbos había solamente dos.
Vamos a cumplir el año de aquella crucial elección y tenemos
los primeros resultados no achacables a la pretendida pesada herencia. La
economía está para atrás, el mercado interno se derrumbó, la inflación es
sensiblemente superior a la que tanto molestaba antes, importamos alimentos en
lugar de exportarlos, la deuda externa crece a paso redoblado… y más. No hay
estallido porque el gobierno anterior dejó un país que estaba bien y hay con
qué resistir un rato más. Salvo los que estaban contenidos pero afuera de la
economía formal, pobres pobres que les dicen, a esos no les sobra acolchado y
por eso les van arrimando la Gendarmería.
Hay una minoría que se beneficia con el país delineado por
el liberalismo. Son los que necesitan manejos monopólicos y/o hegemónicos en
los mercados; ciudadanos del mundo que pese a haber nacido acá no reconocen
patria y hacen negocios en cualquier lado en que la maximización de la ganancia
pinta mejor; gente a la que la producción le chupa un huevo y sólo es un
vehículo para juntarla en pala como cualquier otro; los que hablan del “costo
argentino” para referirse al laburante. Y le viene fantástico a esa otra clase
de fulanos que lobean para multinacionales, gestionan exenciones, privilegios
fiscales o eximiciones de prisión y/o proceso electoral. Al grueso de los
eventuales votantes el cambio es que no esté la “yegua” y su casta de
seguidores, que se acabe el igualitarismo infartante que desdibuja el logro propio
(si lo hubiere y si no, peor aún), que de una vez por todas se dejen de romper
la pelotas con la demagogia de los derechos. Justo es decir que había otra
minoría –uno quiere creer que son minoría- que simplemente obraban de piolín
del globo.
Los segundos y los terceros son los que quieren creer (y
dejaron de creernos o nunca lo hicieron) y bancarán un rato más todavía, aunque
el cielo de pueble de nubarrones. A qué subsuelo de la patria llegaremos lo
dirá la pujanza de la estupidez y, en juego de contrarios, la integridad de los
que no se comen estas cosas y van poniendo los límites al saqueo.
El año que viene es “año electoral”, el famoso de medio
término, en que se definen cosas que van más allá de cargos y pajaronadas para
adornar el libro de cívica que el boludaje tiene en el marote. Será el tiempo
de la pincelada gruesa, esa que no admite detalle porque tiene que cubrir toda
la superficie. Es decir, no va la mirada aguda del enojadito que la va de puro,
como tampoco la lógica ladri del que todos los bondis lo dejan. Construir
mayorías atrás de más o menos un proyecto político no es para cualquiera.
La memoria está bien, a veces hay que entender la nostalgia,
pero lo que sigue tiene los contornos de otro tiempo al que la fabulosa plaza
del 9 de diciembre aquel le queda un poco lejos (aunque sea un recuerdo
imprescindible) y que necesita, imperiosamente, ir armando los números de
mayorías que aún no están construidas, aunque tengamos todos los materiales
desparramados por el terreno.
Algo así.
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