El 27 de junio de 1975 una multitud de más de cien mil
trabajadores ocuparon nuevamente la Plaza de Mayo pero esta vez, para desafiar
a su propio gobierno. Isabel Perón, con sus ministros de Economía, Celestino
Rodrigo, y de Bienestar Social, José López Rega, habían desconocido las
paritarias recientes y se inclinaban por mantener el severo plan de ajuste
implementado. Tras la crisis los dos ministros se fueron. La presidenta lo
haría menos de un año después pero por el golpe militar (con participación civil)
más cruento y vendepatria de la historia argentina. El movimiento obrero
organizado se eclipsó y sus instituciones y hombres fueron brutalmente
perseguidos y aniquilados. El fuego cayó para casi todos, para la mayoría de
ellos.
Así y todo, los trabajadores lucharon a horas de producida
la asonada militar. Con los principales sindicatos intervenidos y la actividad
gremial suspendida hasta más ver, la conducción de hecho pasó a manos de
dirigentes de gremios no intervenidos. La unidad sindical, que venía jaqueada
desde aquellas jornadas del ’75, se deshizo y la CGT pasó a ser una sigla y un
fantasma.
De esos gremios no intervenidos (en su mayoría) nació en
marzo de 1977 lo que se conoció como “Comisión Nacional de los 25”. Su primera
mesa de conducción se integró con representantes de Aguas Gaseosas,
Alimentación. Estatales, Telegrafistas, Conductores Navales, Camioneros,
Telepostales, Papeleros, Ferroviarios, Gastronómicos, sectores de Luz y Fuerza,
Mecánicos, Telefónicos y Viajantes. Era una formación heterogénea, y algunos de
sus miembros fundadores –como Roberto García y Roberto Digón- la veían como los
herederos de la Resistencia y la CGT de los Argentinos.
Por otro lado, setenta y un organizaciones agrupadas en la
Comisión Nacional del Trabajo planteaban la necesidad de negociar con los
militares para recuperar los gremios intervenidos y ser un canal ordenado para
las demandas crecientes. Contaban con algunos pesos pesados como Luz y Fuerza (que
tenía a su secretario Oscar Smith desaparecido), Ferroviarios y la Unión Obrera
Metalúrgica (que no respondía casi a un Lorenzo Miguel preso). Los encabezaba
el dirigente del Plástico, Jorge Triacca. Muchos gremios, entre ellos La
Fraternidad, no se nucleaban con ninguno de estos y acompañaban o no cada
postura de acuerdo con las circunstancias del momento.
Los 25 creyeron llegado el momento de la acción y lanzaron
la Jornada Nacional de Protesta del 27 de abril de 1979; días antes casi todos
sus promotores cayeron detenidos. La Jornada fue despareja pero políticamente
el desafío al Régimen estaba planteado claramente. Se convocaba por diez puntos
entre los que figuraban la restitución del poder adquisitivo del salario; la
plena vigencia de la ley de Convenciones Colectivas de Trabajo; la
normalización sindical y de las obras sociales; la expresa oposición a una
futura ley de Asociaciones Profesionales y de Obras Sociales; las
modificaciones de los aportes previsionales; la prescripción de la Ley de
Prescindibilidad; la libertad de los detenidos y el esclarecimiento de la
situación de sindicalistas desaparecidos; la defensa de la industria nacional y
la corrección de la política arancelaria.
La difícil coyuntura económica de los ’80, tras el derrumbre
del Plan Martínez de Hoz que generó una profunda crisis económica y el más
brutal endeudamiento externo (hasta este momento…), convenció a los dirigentes de
que era el momento de institucionalizar un poder opositor y que ese poder
surgía de los sindicatos. Lorenzo Miguel, que fue liberado e inmovilizado en su
casa de la calle Murguiondo, comenzó a mover las 62 Organizaciones en
consonancia con el grupo “combativo” (una alianza que se dio muchas veces en el
movimiento obrero).
Hacia fines de 1980 aumentaron los conflictos laborales y, por
insistencia y constancia militante se potenció el avance de la lucha de los
organismos de Derechos Humanos. Varias fábricas fueron tomadas (Deutz, La
Catábrica, Sevel, Merex), y pudieron coordinarse comunidades y trabajadores
como en el caso de Tafí Viejo, el ingenio Ñuñorco, por citar alguno.
Finalmente, el 12 de diciembre de 1980, volvió la CGT con
Saúl Ubaldini (Cerveceros) como Secretario General y Fernando Donaires
(Papeleros) como el Adjunto. Van algunos nombres… Lesio Romero (Carne)
secretario de Hacienda; Alberto Cladera (Carga y Descarga) subsecretario de
Hacienda; José Rodríguez (SMATA) secretario de Gremiales e Interior; Osvaldo
Borda (Caucho) subsecretario de Gremiales e Interior; Ricardo Pérez
(Camioneros) secretario de Prensa; Manuel Diz Rey (Viajantes) secretario de
Acción Social; Roberto Digón (Tabaco) secretario de Relaciones Internacionales.
Además, las vocalías: Luis Pécora (construcción); Pablo Monardes
(Alimentación); Marcos Alvaresz (SUPE); Roberto García (Taxistas); César Loza
(Portuarios), entre otros.
Los había combativos, los había más negociadores, alguno
encontrará también burócratas, pero todos tenían en claro que había que
terminar con la Dictadura y volver al Estado de Derecho.
La nueva CGT en el llano se instaló en un viejo edificio
alquilado de la calle Brasil (n° 1482; y de ahí el nombre con que se la
conoció), que era usado por agrupaciones sindicales peronistas. Todo se
improvisó allí, bajo la amenazante mirada de los Servicios apostados
ostensiblemente en sus Falcon verdes parados en las esquinas. Así y pese a
todo, se pudieron recrear las Regionales del Interior, haciendo punta en
Córdoba que tenía historia propia y se plegó inmediatamente.
A la CGT Brasil le faltaba casi todo: legalidad, fondos, un
país en libertad para cumplir con el objetivo de una central sindical normal.
No había un país normal, era un país ocupado por su propio Ejército y una
camarilla de fulanos que representaban los intereses del capital financiero en
su expresión más salvaje, la única que tiene. En esos días difíciles la CGT fue
un lugar de lucha, pero también de refugio donde sentirse acompañado. Remitía a
la Resistencia aún sin serlo; era una CGT en desgracia cuyo valor más
importante era dotarnos de mística.Fue la primera central obrera que vio la luz
sin la figura presente de Perón.
Le faltaba todo y entonces, se dedicó a representar.
Representar fue su verdadero poder.
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