...un pueblo decida su futuro en una comunidad organizada,
en la que el gobierno que se dieron hace lo que ese pueblo quiere.
...tengamos como sistema político una democracia popular, y
no una república aristocrática en la que los derechos políticos son ejercidos
en plenitud por los que tienen poder, dinero e influencia.
...un país que se sustenta en la producción y se relaciona
con el mundo a partir de una mirada propia.
...ser federal en serio: con provincias que son estados como
polos de desarrollo dinámicos y con iniciativa e independencia, y que confluyen
en un Estado Nacional que tiene la misión de representarlos ante el extranjero
y garantizar un equitativo reparto de lo producido por todos.
...que estés orgulloso de ser argentino siempre.
...seamos todos de clase media, ni muy ricos ni, desde ya,
pobres.
...la cultura popular se resignifique e incorpore en sus
términos la cultura de las élites.
...haya una sola clase de hombres, los que trabajan.
...exista una Patria Grande y un Pueblo felíz.
Porque alguna vez, la soberanía no existía… Y entonces hubo
que inventarla.
Unos fulanos dejaron la siesta colonial y salieron a sacar
al Virrey. Y lo sacaron. Pero antes se habían reconocido expulsando con lo que
tenían al mejor ejército del mundo, el inglés. Se bancaron la guerra contra el
Imperio Español, una guerra civil entre americanos, y la guerra interna de un
espacio nacional que todavía no estaba muy definido.
Hubo muchos proyectos, y como dice un conocido periodista (Gustavo
Campana) son dos, uno sólo es un
Proyecto Nacional porque el otro es un proyecto de Colonia. Uno dice, no
son dos, sino muchos y múltiples modalidades de verlo generación tras
generación, pero es cierto que tiran todos para un lado o para el otro. El
pueblo argentino viene a ser el producto de ese tironeo.
El primer partido de masas que tuvimos dio un curioso
presidente carismático de pocos discursos. Creía que la sociedad debía
conformarse por consenso buscando la armonía social, pero tenía ante si a un
país muy desigual. Trató, amplió derechos y participación y en otras cosas le
torcieron el brazo. Le llamaban el Peludo, don Hipólito Yrigoyen.
Y hubo otro presidente que dejó las palmas de general a las
que aspira todo militar para tomar el abrazo del pueblo un 17 de octubre. Era
Perón. Era el pueblo que ocupó la plaza, las ciudades, los lugares sagrados de
la antipatria y no se fueron jamás. Todavía estan(mos), a veces dando vueltas
por ahí medio perdidos, pero siempre para volver a casa.
Un buen día, hace mucho, un brigadier general de cara seria,
poder tremendo y ojos azulados, dio la orden de defender las cosas bárbaras de
este país en veremos y le puso cadenas a la prepotencia de las potencias. Las
cadenas fueron rotas y los barcos pasaron, pero la resistencia fue de tal
manera que los gringos se volvieron. Fue una primera vez, atolondrada,
valiente, a pura patria. Un general viejo y casi pasando al bronce, desde las
Uropas en las que se exiló, tomó su sable como se dice "fundido en la
Independencia" y se lo envió al brigadier de las Pampas. San Martín nunca
se equivocó de enemigo, nunca la pifió con sus soldados.
Así fue, así es, una historia argentina de la Soberanía que
vamos ganando y perdiendo todo el tiempo y que tratamos -algunos- de llevar
puesta en cada gesto y cruzando cada pensamiento. Porque la soberanía es esa
extaña posibilidad de hacer finalmente la justa y libre.
Nosotros al fin, y el mundo que queda más allá de la
ventana.
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