Siempre ha sido difícil lo del
héroe. A un código de moral, al arrojo, a la absoluta minimización de lo
conveniente, a las decisiones en solitario, a momentos de dudas que ni podemos
imaginar... se suma la tragedia, esa manera acostumbrada de irse joven, como si
un montón de cosas quedaran para algún día que nunca ha de llegar. Y así lo que
quedamos, podemos constatar una ráfaga de acciones que nos han cambiado la
vida. Quedamos en deuda eterna, impagable, sólo nos quedan los homenajes. A Eva
nos la arrebató el cáncer fraguado por el odio intenso de la oligarquía moral
de pobres canallas; el Che fue acribillado en una escuela perdida por sicarios
uniformados y la CIA; a Néstor lo desgarró una noche de tanto desoír los
consejos de parar la mano para sacar del infierno a un país. Por decir tres,
que nos tocaron. Cuánto hubiéramos necesitado que no ocurriera, que se quedaran
y terminaran lo que habían comenzado, pero claro, nosotros siempre necesitamos
algo. Será por eso que los héroes son algunos nomás.
Se me ocurre que mucho más
difícil ha de ser quedarse mucho, estar mucho, y seguir siendo héroe. Fidel, en este caso.
El tiempo atenta contra los
héroes. Los humaniza, se notan los
errores (y fíjese que si un error le ha costado la vida, se alimenta el mito),
se achaca el personaje, o se opaca y los personeros del olvido le van bailando
alrededor. Generalmente el tiempo hace bolsa cualquier cosa, desde la belleza
hasta la maldad.
Usté podrá compartir si digo que
no se de qué manera, pero Fidel ha podido con el tiempo. Pudo haber muerto en
combate, ocasión no le ha faltado; o víctima de los más de cuatrocientos
atentados que le fraguaron tantísimos gusanos, los servicios del águila. Y no,
hasta se dio el lujo docente de alejarse cuando la cosa no dio y vivir aún diez
años más recibiendo gente, escribiendo en el Gramna, saliendo de tanto en tanto,
aceptando ser viejo. De tantas veces que se anunció su seguro y chequeado
deceso, vino a ser un escueto comunicado de Raúl que no como hermano, sino como
subordinado combatiente a su Comandante, nos dice que es verdad esta vez.
Hemos vivido con Fidel, con él
crecimos. Lo miramos, admiramos, leímos, seguimos, alguno hasta lo vio. Uno
personalmente tuvo la sensación extraña de haber estado en Cuba y saber que
Fidel estaba allí en algún lado, levantándose, desayunando, leyendo,
escribiendo, saliendo a dar una vuelta. Uno personalmente pudo ver el mito y
conocer a los propagadores del mito, los cubanos. Que lo habían visto, que vive
acá, que a unos kilómetros, que en una base, que muy cuidado, que aparece como
siempre en cualquier lado en cualquier
momento. Uno personalmente ha charlado brevemente con un ex coronel a
cargo ahora de la sala dedicada Wifredo Lam, sólido,
cálido, duro, amable, incombustible, custodio de Fidel. Uno personalmente ha
visto la picardía de Benito parloteando cubanamente sobre su plantación de
tabaco y lo conveniente de tener como comprador al Estado cubano; ha conocido
personalmente a Javier y Katia saludar todos los días con un "seguimos
combatiendo" en su casa de alquiler para el turismo en Santa Clara.
Personalmente, con el maestro enojado en
una charla paseada por el Malecón que terminaba con un "estoy con
la Revolución, pero quiero más oportunidades". Personalmente, a la madre
de Magalí en Cienfuegos, antigua sirvienta, ponerse de pie en sus enormes años
y con la vista en la noche pronunciar su nombre entero Comandante Castro Ruz,
ordene. Personalmente escuchando una noche al sereno de Casa Blanca en la
Habana con los ojos como el mar dar la mejor definición la Revolución " a
mi me va la vida".
Fidel era un ensueño de cuando
muchos pensábamos que se podía todo, hasta el Socialismo. Y después, cuando nos
dimos cuenta de que se podía algo, Fidel también estaba para que no nos fuéramos
al carajo.
Es extraño este día en que ya no
está; será que estamos grandes. Una confirmación de que estuvo bien, todo
estuvo bien cuando la cosa es hasta la victoria siempre, aún cuando la victoria
sea una novia esquiva y el siempre la posibilidad que desvela.
Una foto decolorada por el tiempo
en el calor abrasador en la Habana que sigue pegada por alguno en una pared a
la que le falta el revoque. El Comandante sonríe y la bandera abajo flamea.
Martí había hecho la promesa, así había empezado esa cosa. Y Fidel se la
cumplió.
Como a todos nosotros.
Hasta siempre.
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