El plan era que los trabajadores se concentraran a las 9 de
la mañana del sábado 7 de noviembre de 1981 frente al estadio Vélez Sarsfield,
para marchar las siete cuadras que lo separaban del templo de San Cayetano. La
policía ordenaría a las personas que acudieran en filas por las avenidas J.B.
Justo o Reservistas Argentinos, por separado de la que harían los fieles
habituales. A las 11 y por pedido de la CGT se oficiaría una misa en el gran
patio de la Iglesia.
La verdad es que el movimiento obrero –organizado institucionalmente
o no- luchó desde las primeras horas del golpe de estado de marzo de 1976. La
historia barata que distribuye opiniones en lugar de hechos, operaciones en lugar
de análisis, ha intentado siempre invisibilizar este hecho incontrovertible y,
aún más, que fueron el movimiento obrero y el movimiento por los derechos
humanos los que terminaron con la dictadura cívico militar más sanguinaria y
entreguista de la historia argentina. No fue el coronel Jeremy Moore –comandante
de las fuerzas inglesas en Malvinas- el que alumbró la democracia.
Recién a finales de 1980 se había podido reconstruir la CGT,
y era una parte del movimiento obrero porque había otros dirigentes que
arrinconaban a sus gremios en un armado rayano en la colaboración con el
régimen de facto (eran los “prudentes” de la Confederación Nacional del Trabajo
que lideraba Jorge Triaca). Una trabajosa conjunción de dirigentes enrolados en
los “25” –ala “combativa” que enfrentaba a la Dictadura- y las “62
Organizaciones” comandadas por un recién liberado Lorenzo Miguel, recuperaron
la sigla mítica con el activo de más de ochenta gremios y en condiciones de
clandestinidad. Era una central obrera pobre, sin fondos ni recursos, más que
el brindado por las agrupaciones sindicales fundamentalmente peronistas; hasta
en edificio en el que funcionaban en Brasil al 1400 (de allí el nombre) era
prestado. Y además, estaban permanentemente vigilados por un régimen que no los
prohibía lisa y llanamente porque no podían agregar otro escándalo
internacional y encima en la OIT.
Venían de un paro exitoso que había marcado la dirección en
el enfrentamiento abierto con la Dictadura, ahora había que profundizar el
carácter de la movilización, aunque limitado aún a los cuadros orgánicos y las
agrupaciones. Sabían que no podían hacerle frente a una represión abierta ni
tampoco resguardar a los compañeros si eso ocurría. El movimiento obrero había
recibido golpes demoledores con el secuestro y la desaparición, la tortura y el
asesinato, la proscripción de dirigentes, una ilegítima e ilegal legislación
laboral profundamente reaccionaria, y la contracción económica que profundizaba
la dependencia a la par que reducía puestos laborales.
Era muy importante ganar la calle. Así lo entendió también
el gobierno… Temprano, el general Juan B. Sasiaiñ –jefe de la Policía Federal-
hizo dos cuadras a pie por Reservistas Argentinos mientras daba instrucciones a
los efectivos de un operativo desproporcionado que buscaba asustar y ocupar el
espacio en disputa. Ya en la misa cayó el general Horacio T. Liendo –ministro de
Trabajo- a hacer acto de presencia e intimidación.
A las 9,50 hizo su entrada la columna principal encabezada
por Saúl Ubaldini –secretario general de la CGT- acompañado por todo el
Secretariado. El patio de San Cayetano, con capacidad para unas seis mil
personas, estaba absolutamente desbordado. La mayoría de los participantes
lucía con orgullo en la solapa una oblea de papel con la escarapela y la
inscripción “Paz, pan y trabajo-CGT”. La cifra de los concurrentes oscila según
las fuentes entre los cinco y diez mil. La realidad se ubicó un poco más allá
de este último número.
Como lucía la escarapela, la marcha a San Cayetano se
convocó por “Paz, pan y trabajo”, a lo que los manifestantes agregaron “la
dictadura abajo” y corearon repetidas veces y con fervor el “se va a acabar, se
va acabar, la dictadura militar”. Hacia el final y ya cuando la
desconcentración estaba en marcha, pintó la represión como para que no quedara
así la cosa, la última palabra en boca de los trabajadores.
Fue la primera convocatoria dirigida a todo el movimiento
obrero a movilizarse por las calles en abierto desafía a la Dictadura, y la
primera convocada por una central obrera desde las jornadas de 1975. Habían
existido otras (y muchas) pero las habían protagonizado gremios en soledad y
por reivindicaciones más particulares.
Esta marcha fue flanqueda por un sector importante de la
Iglesia Católica. No se había convocado en lo formal a una marcha sindical o
política, sino a una celebración religiosa relacionada con el patrono del
Trabajo, haciendo incapié en la desocupación que preocupaba a todos los
trabajadores.
La cifra de la concurrencia también es elocuente. Se trataba
en su mayoría de trabajadores militantes de agrupaciones sindicales, políticas,
y/o parte de los sindicatos desde el delegado de base acompañado por sus
compañeros más activos, hasta dirigentes sindicales de primer orden. Además,
esta CGT peronista supo ser convocante de muchísima militancia sindical, aún la
no identificada con el peronismo. Sumemos a esto que la marcha se hizo un día
sábado y lejos del centro de la ciudad. El movimiento repercutió en todo el país, con movilizaciones
y concentraciones similares, en una clara demostración que la idea de
reorganizar las Regionales de CGT era un camino acertado.
Con tantas idas y vueltas, división más división menos, poco
queda de aquella CGT Brasil que fue organización madre y educadora de
generaciones de militantes sindicales. Quizás hasta no se sepa muy bien quién
era Saúl Ubaldini, salvo para recordar los paros contra Alfonsión.
Así como los anarquistas inmigrantes, los muchos
organizadores sindicales de asociaciones de resistencia obrera, y toda la
enorme historia que vino después y aún después con el peronismo, la CGT Brasil
y la marcha a San Cayetano tienen un lugar en la historia heroica del
movimiento obrero.
Y en el corazón de uno, con la escarapela de papel que aún
llevamos puesta.
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