Escribe el sociólogo y politólogo brasileño Emir Sader
“Pero, cómo recordaba siempre Marx, el capital no está hecho para producir,
sino para acumular. Libre de trabas, se transfirió, en proporciones
gigantescas, hacia el sector financiero y todas las modalidades especulativas.
Las economías no han vuelto a crecer, pero se han dado una monstruosa
transferencia de renta hacia el sector financiero, que se ha vuelto hegemónico
en el neoliberalismo.”
Es lo que vivimos en la era signada por Reagan y Thatcher y
la llamada “revolución conservadora”, el “consenso de Washington” y sus
consecuencias privatizadoras del patrimonio nacional, es el embate más
furibundo contra la soberanía de los Estados independientes (aunque sea en la
formalidad) bajo la cortina y la excusa de la globalización ultracapitalista.
Eso que Jauretche –tomandonos una delantera asombrosa- llamó “coloniaje”,
haciendo centro en la cultura hegemónica de una burguesía extranjerizante que
dictaba la moda y modo de pensar a los sectores medios y, si podía, a los más
subalternizados. Qué no decir de eso que vivimos no hace tantos años… y parece
que no. El 2001 –que aún permanece en la memoria colectiva como un borroso
recuerdo- fue la consecuencia catastrófica de estos procesos.
El neoliberalismo es liberalismo. Eso se hace concreto en la
concepción del Estado. Seguimos a Sader: “El Estado mínimo es el corolario de
esa centralidad del mercado. La derecha intensificó sus diagnósticos en contra
del Estado, de su capacidad reguladora de la economía, de contrapeso del
mercado, pero también de todas sus otras funciones.”
“El Estado sería por esencia ineficiente, despilfarrador de
recursos, recaudador de demasiados impuestos que devolvería poco a la sociedad,
sería la raíz fundamental de la corrupción, que cierra el mercado interno de
los saludables ingresos de capitales externos y de innovaciones tecnológicas,
generador de una burocracia inmensa, desincentivador de las inversiones. Además
de fuente de totalitarismos políticos –tema privilegiado del liberalismo-. Es
el problema al que hay que atacar todo el tiempo.”
El autor brasuca se ha hecho una panzada con nuestra
historia reciente, aunque dudo que lo haya hecho a propósito. Vamos por partes…
Despilfarro en planes sociales (para mantener vagos que hagan de comparsa en
las cadenas televisivas y abundantes actos que protagonizaba la ex mandataria);
demasiados impuestos como el de Ganancias que esquilmaban a pobres trabajadores
cuyos ingresos estaban en el top five de la crema laburante, o aquel otro de
Retensiones a la soja que destruyó al campo, como todos sabemos, y hoy queda un
triste páramo plagado de propietarios en la inanición. Capitales externos dice,
o sea arreglar con los “bonistas” que es como ahora se denominan los otrora
“fondos buitres”, y pasar a tener el sacrosanto derecho de volver a ser
esquilmados con comisiones, tercerizaciones y demás requisitos indispensables
que conlleva contraer una deuda externa como Dios manda. Y también, lo de la
dictadura que vivimos en donde nadie podía pensar ni expresarse sin ser
bárbaramente reprimido, ¿no? Como todos los caceroleros, marchones en silencio
y demás que fueron izados por esbirros del pasado gobierno en camiones directo
al penal de Tierra del Fuego, especialmente rehabilitado a tal efecto. Época
terrible la que hemos vivido, sobornados por mejoras incesantes de sueldo en
paritarias y toda esa demagogia que nos llevó a comprar plasmas, autos y aires
acondicionados para tapar la angustia. Y vacaciones… un espanto.
Alguna vez, ese conspicuo y preclaro representante del
conservadurismo populista, el Senador (MC) Eduardo Duhalde, había sugerido
“para los pobres el Estado y para los ricos el mercado”. Un colmo de la
originalidad y la capacidad de síntesis que, en estos tiempos de Cambiemos,
también está anacrónico. Sería más bien “el Estado para el mercado” sin pobres
ni ricos, furiosa utopía incumplida. El Estado para subsidiar al mercado, para
contener sus fallas y para permitir que la premisa básica de acumulación de
capital en manos de los que debe estar (es decir, su cúpula
financiera/especulativa) esté garantizada. Para eso debemos trabajar todos, aún
los que no tienen empleo.
Planteado el objetivo, esta gente (que no viene de la
política sino de una ONG que hace política) se encuentra con un Estado
totalmente sobredimensionado al que le sobra gente a rolete… Claro, si el
Estado no debe cumplir todas las funciones sociales y de promoción económica
que el peronismo (el original, el de Perón, el mismo en el que abrevaron los
Kirchner) considera que debe ser, por eso de la soberanía política, la
independencia económica y la justicia social. Entonces, andan sobrando
oficinas, programas y gente. La gente es “ñoqui”, que viene a ser sinónimo de
trabajador estatal. Ningún sindicato estatal está dispuesto a defender a
fulanos que cobran y no trabajan, pero primero hay que demostrar que eso es
así. Caso contrario, el funcionario que echa gente no lo hace con la razón en
la mano sino porque lo animan sentimientos turros (y puede que también algo
peor si lo hace para achicar las funciones del Estado como se decía antes).
Final de cita: “Pero algunas funciones del Estado le interesan a la
derecha. La primera, esencial, es la represión, porque políticas con esos
rasgos, intensifican la crisis social y requieren represión. Requieren también
el control judicial, para poder legitimar gobiernos autoritarios. Requieren
Bancos Centrales que garanticen la liberalización de la economía.
Es un odio selectivo a las funciones de regulación económica
del Estado, de garantía de los derechos sociales, de protección del mercado
interno. Y como mal pueden hacer al elogiar abiertamente al mercado
–responsable central por la crisis económica internacional empezada en 2008 y
sin plazo para terminar-, atacan, con odio, al Estado, que es la forma de
promover la centralidad del mercado.”
Qué más agregar don Emir. Naá.
Las citas provienen de
“El odio al Estado” por Emir Sader, Página 12 del 19-01-2016, pág. 12.
Leido, compañero.
ResponderEliminarYo odio a los que odian al Estado.
Un abrazo
Eduardo T.