Llegamos a la plaza de siempre. Pudimos haber viajado en
columna pero no, como muchos preferimos ir con nosotros mismos a cuestas.
Muchos días amargos tras el 25 de octubre, mucha discusión, algún que otro mal
gesto, cosas de cuando se ve claramente que se acerca un día. Ese día.
Pero ¿qué hacer? Qué hacer cuando la palabra “derrota” que
está tan cargada de tragedia, no es trágica. Cuando “por poco” comprobamos y
comprueban que el país si está partido casi al medio. Eso es una circunstancia,
los números, pero lo partido tiene toda una historia, que es nuestra historia,
la argentina. Y uno sabe por experiencia y porque se va aprendiendo que nunca
quedan de un lado todos los buenos y del otro todos los malos, ni todos los
leales contra todos los traidores. La cosa suele ser más tozudamente compleja,
como la vida, como los amores y las miserias.
¿Era tarde, vinimos a horario? Había una convocatoria medio
así pero no estaba clara la hora de llegar, simplemente fuimos viniendo y
llenando todos los claros, ubicándonos como el agua lenta pero inexorablemente
y sin contención posible.
Había un último acto adentro. Inesperadamente, la imagen de
un amigo. Uno que se acercó para bancar el momento, hacerle la segunda,
decirnos con el gesto lo mucho que vale el respeto, tal vez de puro agradecido
se quedó mirando fijamente a quién sonreía levemente ahora en el mármol. Entre
los dos corrieron la bandera que lo cubría, lentamente. Nunca vamos a olvidar a
Evo, nuestro hermano y querido Evo. El Fulano apareció con la mirada clara y
también difícil, como cuando entonces. Grande, blanco, con la banda,
fantástico. Don Héctor lo miraba también desde su mármol y el sinfín de caminos
por los que hizo aquel triste desfile con la lealtad.
Era entonces. Otros tiempos que corrieron con el General que
vivía y atronaba, protegía, destemplaba; era cuando nuestra juventud no sabía
que era tan pero tan joven. Ay, lástima. Y aquí estábamos llegando como siempre,
porque doce años parece como siempre. Y no es así.
Nuestra costumbre es una rareza en la Argentina atroz, esa
que no quisimos ver, la que negamos, la que sin embargo aparece una y otra vez
porque no está sanada. Estábamos y fuimos porque somos lo que somos y no
podemos ya ser otra cosa. Al menos no todos, sabemos siempre que algunos
siempre irán corriendo tras bastidores acomodándose para agradar y recibir.
Pero no fue Daniel uno de esos. Y la plaza al fin, por fin,
lo reconoció. Tuvo que vestir la mortaja apretada de la derrota apretada para
merecer el elogio de que “siempre acompañó”. Y un minuto… Daniel no nos
traicionó, pasa que es un poco más educadito y de barrio que muchos, que será
un bienaprendido que sabe que lo cortés no quita lo caliente (ay, guardémonos de
los que gritan y declaman…). Va a ser importante preservarlo porque el futuro
requiere también de fulanos como Daniel.
La Señora salió finalmente al único espacio que no
traiciona, al único aire que puede respirar tranquila. Era una despedida, la
más fastuosa y espectacular porque estaba llena de gente que se pasó el plan y
el chori bien por el orto y enarboló las convicciones que Néstor no dejó en la
puerta. Y la puta que me hubiera gustado que hubiera dejado al menos alguna
colgada con tal de tenerlo vivo y putearlo por algo y no en ese mármol y la
puta madre que lo parió al dolor que te chumba y te tarasconea desde adentro,
con espuma de rabia y sin consuelo posible. Acá se quedó tirado lo mejor.
Néstor es nuestro caído por un país que quizás no lo merecía.
Salió y habló fuerte y claro. A los ojos, directo a la boca,
hermano. Como siempre. Nos tiró todo el discurso, el despliegue maravilloso de
la gran oradora, la que ya no tendremos, la de la Conductora que acertó y se
equivocó en partes iguales, al menos intensamente iguales. Y qué si es la
mariscala de la derrota, beso la derrota por esa mujer, carajo.
Cristina, nuestra Cristina. La que se va escoltada por una
Plaza, pareja del Otro que también se fue escoltado por una Plaza. Del Partido
fundado por un milico que dejó las palmas de general por la descamisada manera
del pueblo peronista y se llevó todas las plazas.
Vendrán otros y si, amigos, enemigos, enemigos, aterrizarán
en la plaza los aviones de la marina que volvieron del Uruguay. Lo que quieras,
pero nosotros siempre vamos a estar porque este es nuestro país, aunque empiece
a no parecerlo.
Necesitamos un poco de calma, che. Un poco de sentarse y
tomar mate, un poco de silencio. No es necesario desensillar del todo porque
aclara cada vez más rápido. Y tal vez poco importe si esto se trata solo de la
sucesión interminable de destrucciónrreconstrucción. Pobrecita nuestra historia
que cada tanto empieza de nuevo como si nada pudiera aprenderse. Pero si,
imperceptiblemente un ladrillo se pone arriba del otro y así… Es desesperante
como el pueblo elige hacer la historia, el tiempo tremendo que se toma(mos).
Y así. A los ojos. Nos mira derecho a los ojos porque puede.
Y no es que todo estuvo bien, vos sabés que no.
Tengo el orgullo de haber ayudado a criar pibes que muchas
veces no acuerdan conmigo y ser a sus ojos más conservador de lo que me gusta
aceptar, pero el orgullo de que cuando las papas quemaban y hacía falta estar
de un lado claramente, allí estaban. Se llaman hijos. Los nuestros, los que nos
cuestionan como nosotros cuestionamos antes.
Ellos tienen a Cristina para pelearse y también para
reconciliarse, porque Perón les queda lejísimos. Mirá si les hubiéramos dejado
solamente al Carlos, hubiera sido como para que el enojo les durara para
siempre. Pero tuvieron a Néstor y a Cristina y por suerte, la dialéctica volvió
a salvarse.
Puedo mirarla a los ojos en el silencio de la noche, cuando
la Plaza se desarma casi dos horas después de que se fue. Si Dios lo permite,
quiero ser como ese viejo peruca que consolaba a Lara (que lloraba para ella
nomás)
diciéndole “nosotros siempre volvimos, y ahora también vamos a volver”. Quiero ser ese, algún día.
Alguna vez éramos la rabia de Perón porque como decían que
muerto el perro se acabó la… Y nos abofetearon con que eran la vida. Y nos la
bancamos. Todavía estoy como un pelotudo esperando los cómputos de la Provincia
que no llegaron jamás en el ochenta y tres. Ahora tampoco, porque el único que
tiene la vaca atada es milka.
Vamos a sufrir el paseo de los globos y las burlas o el
silencio, como si jamás hubiéramos existido. Hay tantas formas de decretar el
4161, cuando no se podía nombrar al quetejedi. Era mi niñez y por suerte no la
de todos estos pibes que se iban llorando. Pero vivos.
Algo hicimos. No mucho, pero si algo como generación
política, con todos los charcos que tenemos y no llegan a lago y mucho menos a
mar. No sé, tantas cosas se podrían decir, pero esto no es un análisis de nada
sino una sobria borrachera.
Algún día mi nieto (que ya existe) puede que me pregunte
cómo era Néstor y Cristina. Le puedo decir que los vi, les di la mano, les di
un beso y los mire a los ojos. Y lo que había en sus ojos cuando miraban.
Y hoy… bueno, que estamos empezando a volver pero todavía no
se nota.
Todo tiene que ver con poder mirarnos a los ojos. Así.
(viva Perón)
Por más que destruyan nosotros siempre estaremos, somos la esencia de esta comunidad llamada Argentina. Le sugiero no desensillar, apenas dele un refresco al matungo. ¡Ya estamos volviendo!
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