A primera vista –tras el cierre
de lista de las PASO y, por qué no, de varios cierres de lista anteriores- la
tentación está en constatar la vigencia porfiada del bipartidismo. Es lo que
sugieren muchos casualmente (aunque no exclusivamente), muchos nostálgicos de
esa “clase” política corporativa y autocomplaciente. Pero… ¿es así? Aquí se va
a sostener que de ninguna manera, pero más interesante que la refutación es la tentación
–tan rehuida- de pensar y debatir el sistema político-partidario que figura en
la constitución, reformada en los años de la siesta neoliberal.
De un lado del charco, en el pan-radicalismo,
se escucha que desde hace un tiempo el país viene siendo obligado a participar
en una interna abierta del peronismo. Eso sería así porque el peronismo gana y
no para de ganar y encima tiene la mala costumbre de gobernar. Porque aclaremos (con sinceridad): Menem gobernaba y fuerte (vivando al capital) y los Kirchner
gobernaron y gobiernan fuerte (repartiendo el capital). Y más, si quieren: hasta
el interinato senatorial de Duhalde le hizo frente a un descomunal desbole, con
sus menos, pero le hizo frente.
Entonces, primer problema: el peronismo gana y
gobierna. Un segundo inconveniente: la gente (esa gente que va y vota) opta por
una u otra opción peronista porque se piensa que “de poder esos saben”. Algunos
dirán que porque “roban pero hacen”, porque “lo tienen en su ADN”, blablá. A
nadie se le ocurriría por ahora votar otra cosa. Como me dijo un fulano (en
este caso, hijo mío): “en las elecciones se trata de elegir qué clase de
peronismo queremos que nos gobierne”. Si uno es peronista, la cosa cae
simpática (me cae muy simpática), pero si no es así imagino la depresión (y hay
depresiones que llevan al resentimiento, y de allí al odio sin más).
Los radicales son la “única
opción no peronista” como dicen ellos mismos, haciendo gala de una sabiduría
acumulada por más de cien años. Pero no da, al menos no cuando la compulsa
trata sobre cargos ejecutivos (en las legislativas les va un poco mejor, no
mucho). Ocurre que en el 2001 la uceérre estalló como piñata en cumpleaños (o
velorio, dada la ocasión).
En el peronismo pasa otro tanto
(hay que reír y reírse, o llorar y llorarse). No es tan cierto que por un lado
se vaya la “derecha” y por el otro la “izquierda”, que esas cosas tan uropeas
no son tan claras en pagos perucas. Tal vez su fortaleza envidiable se deba a
tal capacidad para la diversidad. Triste que donde uno ve diversidad, otros
vean sólo impurezas.
La cuestión es que el peronismo
viene dividido en dos y en tres casi siempre. Uno dirá que tales o cuales no
son peronistas ya… cosas del peronómetro que logró agriar mi adolescencia. Mal
haría en hacer esos análisis de sangre este peronista (desde fines de los ‘80
para acá) con historia y formación en la izquierda. ¿Se puede decir que Menem
no es peronista? Como decir, se puede decir todo. Pero es innegable la
tradición peronista de muchos que militan junto a la derecha liberal y sus
parientes conservadores. Otros, francamente, con su afectada declamatoria pro
peronistas (y sus acciones pro empresarias pero sin capital en función social),
me hacen pensar que yo, al lado de ellos, soy uno de los que participó el 17 de
octubre. Se ponen la careta de Perón para decir y hacer cosas tan viejas como
Roca, Pellegrini o Alsogaray.
Lo que se llamó la “izquierda”
peronista hoy mayoritariamente camina en las filas del peronismo kirchnerista,
eso es verdad y habla del kirchnerismo como un buen cover del peronismo
original. Sin embargo, a todos nos caló los huesos la lluvia ácida de los ‘90s,
por más enteros que nos creamos. Algo de postmodernismo se cuela por ahí. Al
kirchnerismo también (¿y?).
En el “pan peronismo” hay más de
dos proyectos y están en pugna. El kirchnerismo hoy es el hegemónico, el que
logró la proeza de diez años de gobierno de reconstrucción y un alguito más, el
que seguramente nos dará doce años de continuidad (y queremos que un alguito
más). Casi casi un proyecto político, por la durabilidad y por una macro
realidad de mejoría popular y mayor soberanía nacional, que se me ocurre de muy
porfiado negar.
Entonces, nada de bipartidismo.
Eso volcó hace mucho, y se hizo visible para todos en el 2001. Los partidos no
se recompusieron más, que es muy distinto a decir que van desapareciendo. Las
formas partidarias institucionales tienen una vigencia impresionante (espantosa,
diría). Han perdido efectividad en cuanto a la formación y promoción de
cuadros, aunque no como maquinarias electorales. Han perdido como canales de
participación popular, enormemente.
¿Se habrá dicho la última
palabra? Seguramente no. Es posible que los partidos se refundan y refunden.
Que exista un trasvasamiento generacional (pienso que sólo en el peronismo,
disentirán muchos conmigo) es muy posible. No parecen estar agonizando, ni
prestos a ser reemplazados por otras formaciones. Si creo que agrupaciones sin
partido, organizaciones político-sociales, son experiencias que han venido para
quedarse y desarrollarse.
Veremos, como todo. Como
siempre.
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