Crecí demasiado como para andar
festejando muertes, por más que el homenajeado lo merezca y remerezca. Se muere
Menéndez, el mandamás de Córdoba y aledaños, un señor de la guerra y la muerte,
al que dicen no le caía mal que lo conocieran como "la hiena". Que
ejecutó personalmente a más de un prisionero inerme. Uno de esos tipos que
arruinaron la vida.
Miles de personas podrán alegar
sus destrozos, mostrarnos sufrimientos indecibles, testimoniar los años del
horror y la vergüenza nacional. Conocemos a esta altura, después de tanta labor
pedagógica, de tanta lucha de Madres, Abuelas y organismos de Derechos Humanos,
conocemos... y ojalá fuéramos todos.
Uno puede ser un poco original si
trae otras cosas de las que se habla poco, eso de que la vida de todos los días
de golpe y por un golpe no fue lo que se esperaba. A muchos sólo nos robaron la
juventud, aunque nos dejaron la vida, cierto. Sólo nos impidieron seguir
tocando la guitarra con amigos en una plaza, o ir a otra plaza de noche a
conocer un poco como sería eso del sexo. Nunca más salir sin documentos, ni al
baño; arrancamos los números de teléfono (se usaba anotarlos) de la agenda,
escribir medio en clave en la agenda, dejar de tener una agenda, no poner ni el
nombre de uno en la primera página. Pensar si otra vez nos harían bajar del
bondi en Puente Saavedra (por nombrar un límite de la Capital, como otros de
otras ciudades) y poner las manos en alto contra el lateral para que nos
palparan de armas, para que hurgaran en nuestra cosas. Eso, ir caminando a la
noche y que te encandile un foco y a los gritos te interroguen qué mierda estás
haciendo. Y si decís, como fue el caso, que volvés de la facultad, un coso en
uniforme revisando los apuntes y haciendo que le expliques lo que dice, y
pensando que se trata de un mensaje cifrado y no que él es un primate que no
caza nada de filosofía, por ejemplo.
Puede haber montones de anécdotas
desde otro lado distinto al heroísmo. Y allí está presente lo que es una
Dictadura. Como animales peligrosos sueltos a las órdenes de fulanos como
Menéndez. Buscándote. Encontrándote.
Y ¿sabés? es mentira que al que
no estaba metido en algo, no le pasaba nada. Le pasaba la terrible disciplina
del miedo; le pasaba... pensar que había un orden que respetar, una forma de
vivir y también de pensar, reglas que no pueden ni deben desobedecerse. Porque
si no, te matan. Y listo. Nos enseñaron a todos, a quedar medio autoritarios
como queda uno aturdido tras un accidente del que salió increíblemente ileso. A
pensar en enemigo-amigo, porque ellos eran el enemigo en persona y respirando.
Mandoneando. En otoño del '76 se llenó de hojas verde oliva toda la vereda y quedaron
pudriéndose durante años. Esa Dictadura le enfermó el alma a este pueblo, a los
que se asustaron, a los que se escondieron, a los que no tenían nada que ver, y
también a los que pelearon, a los que salieron a la calle a decir "se va a
acabar...". A todos. Y más o menos contaminados, llegamos a eso que los
libros dicen era la democracia.
Claro, todo esto no es muy
impactante, no suena a teoría de los dos demonios, como tampoco a la saga de
los valientes. No pretende. Al lado de daños irreparables, de los muertos, de
los secuestrados, de bebes robados, de bienes saqueados, de un país malversado
y entregado, todo esto es como caerse de la bici y pegarse un raspón. Pero
estaba infectado, y eso uno no lo sabía.
La cura -para algunos, entre los
que me cuento- vino mucho después. Es cierto, este pueblo o gran parte de
nuestro pueblo luchó y mucho. Allí está si no el testimonio de tantos
trabajadores, delegados sindicales desaparecidos, junto con otros claro, junto
con los otros (que también son los nuestros). Vino la democracia y todo eso,
pasamos el momento. Los Derechos Humanos eran la enorme bandera que se hizo
toldo para aguantar el solazo y la lluvia ácida debajo. Y la insistencia terca,
casi demencial, por Justicia. Esa que finalmente -digo finalmente, porque cosas
importantes ocurrieron antes- tomó cuerpo con un extraño Presidente que llamó a
los salvajes como Menéndez "infames traidores a la Patria" pidiendo
perdón en nombre de un Estado que no era el de él, pero, los compañeros sabemos
que Néstor se hacía cargo de todo. Nos abrió las puertas de la ESMA, y entramos
todos, algunos solamente para mirar en un silencio tremendo a viejos
prisioneros abrazándose con el corazón desbordado en el patio de armas y
llorar, llorar todos como nunca se había llorado. Eso fue.
Pero no me refería a esa cura.
Uno dice cura, pero es qué se yo, reparación. Para mi fue la cerrada mirada a
considerar cualquier otra cosa que no sea la democracia, como un valor
permanente, y mirá que parece una boludéz sobre todo para gente que no se crió
precisamente pensando que la democracia servía para algo. Esa cerrada mirada la
vi en mis hijos, que no piensan como yo exactamente porque han sabido tener
otro lugar para estar del mismo lado. Ganamos, me dije entonces, ganaron me
digo. Y Menéndez perdió, perdió para siempre igual que el prócer de los
miserables que murió cagando en la cárcel común Marcos Paz (porque "lo
peor vino con los Kirchner").
Y Menéndez perdió mucho más que
su vida a los noventa años. Mucho más que nuestras puteadas, maldiciones, que
no le llegan. Más que su uniforme de mentira que San Martín le estará
arrancando lleno de indignación. Más que todos los gobiernos, que pasarán, más
que nuestra historia, que también pasará. Nos deja un país envenenado y un
montón de curanderos que tendremos que volver a organizar, pero que ahí están.
Me doy cuenta de que no soy tan
grande, ni tan sabio. Por eso, salud, brindo por nuestra salud, porque el mundo
por un ratito es un poco mejor.
Y esta vez, ¡viva la Patria!
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