Comenzó en las canchas, como casi
siempre con estas cosas. San Lorenzo, River, Huracán, Lanús, Rosario Central,
Independiente y Chacarita, hasta ahora. Pero también en el subte y en un vuelo
low cost que no arrancaba. Al principio apareció como reprobación futbolera a
fallos discutibles en las alternativas del partido, en los dos últimos casos ya
no. Pasa porque pasa. Y no da para que el primer mandatario se ponga contento
porque cada vez más gente se acuerda de su madre. Más bien, cosas como estas
preocupan al gabinete, sobre todo al jefe de gabinete y tal vez, solo tal vez,
al homenajeado.
¿Qué pasa? ¿Los arrepentidos del
voto manifiestan su furia? ¿Es el principio del fin? ¿Irá en aumento hasta la
rebelión social? Nada de eso, y algo de eso, pero no eso.
Uno recuerda que desde el
principio –ese momento de fines de 2015 en que dejamos de ser felices- tuvieron
lugar episodios de mal llamados “escraches” a la figura presidencial y/o alguno
de sus ministros y gerentes. No eran masivos, a veces no pasaban de una decena
de irritados vecinos y compañeros; otras veces eran más los protagonistas pero
no prendía en la gente la consigna o el insulto.
Eran explicitaciones de la “mitad
vencida”, que se expresaban de esa manera abrupta y también organizadamente en
las calles o en los lugares de trabajo. Pero ahí, el resto del “país” en otra
cosa.
Sin embargo, todo parece haber
cambiado desde diciembre. Apenas alcanzado el triunfo electoral de octubre, el
gobierno entró a operar más a fondo su autodeseado programa “gradual” para
reconvertir el país del populismo en una semicolonia neoliberal. Los votos eran
el aval, como ocurre en las democracias. Ajuste, poca perspectiva de
crecimiento, sequía en lugar de lluvia de inversiones (extranjeras), lo del ARA
San Juan y, de postre, lo que la mayoría interpretó justamente como un ataque a
los jubilados (la reforma previsional y la represión que rodeó al Congreso).
Mucho, demasiado, a pesar de que todos los días se degrada el país conseguido
hasta el 201,5 un poco más.
De golpe se registró la realidad,
pese a la amorosa cobertura mediática que invisibiliza “mostrando” ediciones
que son editoriales. Pero algo, algo pasó a los aires que se respira y se hizo
colectivo. ¿Se puede hablar de un cambio de humor social? Parece prematuro, pero
marca una tendencia que podría consolidarse o no (como ocurrió en el caso del
no, con los aumentos del gas y los incipientes cacerolazos del 2016).
Acá lo crucial es que la alianza
gobernante ganó las elecciones de medio término, no por una aplastante mayoría,
pero si confirmando que se trata de una realidad de carácter nacional que atrae
votos y puede construir mayorías (o primeras minorías, como le guste). Y que
pudo ganarle (otra vez) al peronismo, el dato por el que las derechas han
suspirado desde 1946. Y de esa victoria, se ha volatilizado un porcentaje nada
desdeñable. No hablamos de votos (porque no lo sabemos, ni lo podemos
imaginar), sino de legitimidad. Ese precioso y preciado poder que los pueblos
obsequian a veces a sus gobernantes, lo merezcan o no (y mucho más si no). Y
eso es lo que parece estar corroyéndose…
Uno piensa escenarios que derivan
naturalmente en el 2019, no antes. Y no por ser un demócrata atemporal, sino
porque en las hecatombes las víctimas siempre vienen del mismo lado y ese lado
es el nuestro. Cuanto peor, peor.
Pero piense que ese individuo,
individuos, que se va poniendo impaciente, nervioso ante tanta promesa que “te
la debo”, no deja de pensar que nosotros somos unos chorros. Que estaban peor
aunque pudieran hacer cosas que ahora ni sueñan. Que temen que volvamos, que
temen que multipliquemos los planeros (y no sean ellos, subsidios y más). Por
ahora, esto pasa, batalla cultural perdida mediante. Ahora, ¿sabe usté cuántas
batallas hay en una guerra cultural? Y si quiere pensamos en otros términos
para no ser tan castrenses.
Hay 2019, como dice
incansablemente el Alberto.
Por ahora, ocurre esto que corea
cada vez más gente en las canchas y otros lados. Una moda, lo que se quiera,
pero muchos se prenden. Y antes no se les ocurría, ni les caía simpático.
En tal caso, y en lugar de
ponerle una etiqueta a cada manifestación social, dejemos simplemente que el
pueblo cante…
No hay comentarios:
Publicar un comentario