Cuarenta y cincos días exactos
después del 25 de mayo, se declaró la independencia de España y de toda otra
metrópoli extranjera. Un futuro promisorio para un país absolutamente
consolidado desde el vamos bajo el sistema republicano federal. En el presente
párrafo hay siete errores, al menos cinco... descúbralos (insisto en los
siete).
La verdad es que la disputa por
la independencia fue un tema de españoles, sean peninsulares o criollos, pero
españoles. Y que también se emparenta con otra gran disputa -como la nuestra,
irresuelta- entre liberales y absolutistas en el Reino de España. De allí nos
caerá San Martín, vea usté. En definitiva, nada que ver con la argentinidad,
una construcción muy posterior.
Es uno de los temas, el de las
construcciones sociales y políticas que son, siempre, históricas. Es decir que,
como las opiniones, tienen un antes y un antes del antes. Somos un mar de citas
elaboradas y hemos olvidado ya los autores (va también la propia, eso en la
elaboración seguro). Bien, al tema...
Argentina es una identidad
construida largamente, porque a los doscientos años agréguele casi trescientos
de colonia. A que se le había olvidado. En los colegios no se suele ver la
Colonia como parte de la nacionalidad o de la historia nacional, total si no se
mira es como que no existe. Como no se miraron ni por casualidad los indios,
aunque ahora un poco más. ¿Sabemos acaso el nombre de caciques, de luchas, de
formaciones económicas, y demás? No. Con los aztecas, los incas y los onas como
que va alcanzando. La nacional es una historia blanca, y eso sin contar que
algunos dicen que los argentinos descendemos de los barcos. Pero no, vea que el
famoso adn argentino registra algo más de la mitad de componente aborígen, o
indígena o puebloriginario, como le guste.
Dicen que Belgrano propuso una
monarquía y dicen bien. Una monarquía constitucional con un descendiente de los
incas como monarca. Vea que los incas andaban por acá más solos que videla en
el día del amigo y de capa bien caída y raída. Si habláramos del Perú era otra
cosa. Es decir, el abogado general Belgrano proponía una democracia popular con
un jefe de Estado natural de América por linaje (una reivindicación, al menos
de la antigua hegemonía suramericana) con tal autoridad que fuera complicado
someter estas tierras nuevamente a las Uropas. La propuesta competía con
proyectos de entregar la corona inventada a la casa imperial portuguesa; cuando
no una restauración borbónica vía familiar de la repuesta casa española (porque
Napoleón hacía un año que había sido derrotado, casi ayer). No era una pavada entonces
la de don Manuel.
Por ahí andaba San Martín
piloteándola desde 1812, primero con el golpe de estado civico militar (todos
lo son) que volteó al Triunvirato; en guerra abierta contra los godos y planeando
locuras para terminar con el poder español en plazas fuertes como la Capitanía
General de Chile y el virreinato del Perú. Un demente, claro está. Y tal era el
apuro, que requería casi ya descortésmente que se declarase de una buena vez la
independencia. Alguna vez diría el General que la Patria era un ejército
errante que combatía al enemigo extranjero sin gobierno ni país, en bolas como
sus hermanos los indios.
Pero también estaba Buenos Aires.
Y Rivadavia, y los muchachos del Puerto. Por eso es que hay otra historia,
porque la que conocimos la escribieron los que ganaron. En Tucumán Buenos Aires
declaró su independencia y le tomó solamente cuatro años más hacer bosta los
proyectos de país federal. El de Artigas, por decir, el de San Martín y Belgrano,
por otro decir, el de los jefes federales. Es eso que vulgarmente se llama
Anarquía del año veinte, si serán atorrantes estos historiadores liberales.
Autonomías provinciales que se reconocieron en una Patria más grande que era
Suramérica, de eso se trataba. Pero bueno, al menos la independencia.
Y en el trajín pasó de todo. La
revolución altoperuana de Juana; la guerra gaucha de nuestro comandante General
Güemes. No hubo solución, usté lo sabe, y de ahí que todo vino a terminar en
Rosas, porque alguien le tenía que poner el cascabel al gato y cadenas al río.
De noche por San Miguel en la
Casa Histórica -porque allá no dicen la casa de Tucumán- para ver el
espectáculo de luz y sonido un nueve de julio de hace mucho. En familia, los
ojos asombrados de uno que era chico tocando la puerta y las columnatas que
tantas veces habíamos dibujado en el cuaderno de tapas tela de araña azul. Las
dos ventanas coloniales al frente, tal cual como lo decía Billiken que esta vez
no mintió. El frío, las bufandas de lana de llama recién estrenadas. La
maravilla del patio gigante de piso de ladrillo. Algo de magia.
Nosotros, visitantes, caminando
como en visita guiada. Los chicos somos chicos y nos salimos del sendero
trazado. Uno se mete a escudriñar las salas como esperando descubrir cosas, no
se cuáles, cosas que nadie vió y uno esperaba ver. Vamos mi hermano y yo por la
Casa. Nos alejamos de todos y caemos en la Sala, esa Sala. ¿Y Laprida? Mi
hermano se apoya cansado en una mesa vieja, amaga sentarse. Es esa mesa. Mirá
si la estropea. No se sienta, y menos mal porque el viejo nos encuentra y nos
reta. Vamos que se hizo tarde y mañana salimos para Salta.
Somos dos chicos nomás, cuánto
faltaba para entender sobre el trabajo, la familia, las cosas esas que fuimos
encontrando una vez que pasamos debajo de la azulyblanca que cuidaba la puerta.
La historia no era más que un relato sin gente como el eco de las voces
grabadas haciendo como que se juraba la independencia.
Nos haríamos grandes y uno cuando
es grande mira todo el futuro como un presente sin darse cuenta de nada. Se
llama aprendizaje, experiencia, algo así. Uno va agenciando las mil veces que
se entregó el país y el patriotismo se fue cartoneando por ahí. Muchos desfiles
militares, mucha zanata politiquera, mucho patrioterismo de cartón y mucho,
pero mucho asalto a efeemeí armado. Se trataba de mercado libre y no de mundo
libre. Empresarios, curas, matones, ladrones, fisgones, y finalmente, santones
niúeish.
Para uno -y es una opinión- hubieron
tres meses y después doce años de felicidad en una comunidad que se realiza.
Cuente usté como quiera, yo cuento así. Después de todo, así como la
revolución, el país y sobre todo la Patria sigue siendo ese sueño eterno del
que nos despertamos a la mañana y nos espera la noche siguiente. Siempre.
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