Ese mismo día no lo imaginaba,
pese a los titulares vespertinos de que "todo ha terminado". Los que
algo nos interesaba, teníamos el estómago pesado y no como para atribuirlo a la
cena. No sorprendió entonces la marcha militar de fondo a la lectura de los
comunicados que se sucedían sin pausa. Eso que uno no conocía directamente por
experiencia, era de esperar. Tras la muerte enorme de Perón, era sabido que el
tiempo se acababa.
No me daba cuenta que también se
trataba de no más guitarreadas en una plaza, del andar despreocupado jodiendo a
la madrugada. No quería creer que el objetivo principal, era eso que iba
aprendiendo sobre militancia y política. Algo se insunuaba cuando se nos
estacionaban Falcon a oscuras cerca de la parroquia, porque de esa parroquia
salíamos los sábados a la villa a patear una pelota con los pibes, limpiarle
los mocos a los mocosos de pañal y merendar juntos, laburar en algo que se
necesitara en la escuela, esas cosas solidarias y si se me permite, altamente
ingenuas que conllevaban una posible condena a muerte. Dicho así parece
exagerado o una pelotudéz.
Un poco porque no nos daban las
bolas para ser guerrilleros, y otro poco porque pensábamos que el cristianismo
revolucionario todavía podía esquivar los balazos, pero la militancia se iba
forjando con demasiados mártires. Había sido un año terrible 1975.
Uno casi no se daba cuenta de que
Perón ya no podía cuidar al país. Estábamos solos en un foso y estaban largando
los leones. El 24 a la mañana la avenida Maipú acercándose a la Quinta, recibía
a los vecinos tras bolsas de arena y te apuntaban con una ametralladora de pie.
Soldados y cascos, camiones verdeoliva, órdenes, el fal de costado levemente
dirigido hacia uno siempre.
La juventud se me sumergió en un
lago de profundidad incalculable. Ahí empezó eso de ni un nombre en una agenda,
ni un teléfono jamás, los documentos hasta para ir al baño. Costumbres que
todavía se llevan. Nosotros éramos esos que no tuvieron que exiliarse, pero se
volvieron invisibles como gente extraña de una ciudad perdida, esos mitos que
en el fondo la gente cree que no existieron. Lo que fuéramos a aprender, lo
aprenderíamos en dictadura.
En Dictadura fue la vida, porque
siempre se habla de la muerte y está bien que se hable, es lo más importante
para decir. ¿Y qué pensar, que los milicos eran malos? Los milicos, los
empresarios, los civiles, alguno que otro vecino, los curas. Si alguien piensa
que un burócrata como Videla inventando con dos más la Dictadura, está listo.
Hacer una dictadura es una obra colectiva, de mucha gente, con muchos recursos,
con planificaciones que se contraponen y superponen porque es un desorden. Es
el gran desorden.
Se habló demasiado -nunca es
suficiente viene uno a darse cuenta- de los objetivos de la Dictadura y todo
eso. Todo bien, pero faltan cosas. Vinieron a cortarnos los dientes, a sacarnos
las ganas, a matarnos para que naciéramos muertos. Y en muchos casos lo
lograron, está a la vista...
Cosas que vienen a la mente sobre
cuestiones personales durante la Dictadura, más allá de la Muerte con mayúscula
y de la impiedad. Y ahora, cuarenta años después marchando por Av de Mayo… Tres
horas parados en el mismo lugar en la columna de los gremios. Mucha pero mucha
gente que va y que viene. Como me decía un fulano que casi nunca se mueve para
estas cosas pero que esta vez estuvo, “vine no tanto por el número redondo, es
que sentí que ahora había que estar”. Había que estar… porque ahora hay un
gobierno que no es lo mismo que la Dictadura, pero que tiene vinculaciones profundas
con el sistema económico por el que mató la Dictadura. Porque todo está en
peligro, hasta la misma democracia (al menos en su versión inclusiva).
Y también porque las Viejas son
con mucha posibilidad lo más creíble y confiable de la democracia argentina.
Más allá de las militancias -pero gracias a muchas de ellas- y las posturas
políticas coyunturales, las Madres se alzan como esa pared que quedó de la
casa, la que resistió a la demolición y al olvido. Y uno se recuesta en la
pared a imaginar cómo sería el living, desde qué ángulo se divisaría el jardín
de una casa en la que jamás se estuvo. O sí. En momentos de desánimo y tristeza
profundas –y los hubo, los hay- fueron el consuelo al mismo tiempo que la cura.
El “levantáte”, y eso tan difícil de entender porque es contradictorio de que “la
única lucha que se pierde es la que se abandona”. Uno dice: la que se gana;
pero la verdad y no estando de acuerdo conmigo, es la que se abandona. Le
debemos todo a los que no abandonaron, lo sepan los boludos o no.
Si los pibes marchan y copan la
plaza hoy es porque un montón de fulanos no aflojaron, aunque se supieran con
flojera. En los noventas los que participaban en las marchas podían saludarse,
porque se conocían. Ahora no. Por suerte.
Tenemos mucho en el haber, los tiempos
cambiaron para mejor. Tenemos los doce años que, haciendo sumas y restas, da
bien. Tenemos otra generación, la del relevo que al fin llega, esa que va
inventando una historia que en algún momento nos tendrá a nosotros como un
recuerdo lejano.
Y si viene ocurriendo que se
detiene el paso de un minuto al otro, si en la noche abrís la heladera buscando
algo y nosesabequé, y la garganta se hace un nudo lo mismo que el estómago…
siempre estará ese reaseguro secreto marchando en rondas, en sillas de ruedas,
con bastones, con la mirada alta y las venas azuladas, la palidez que por una
vez no habló de la muerte. Las Viejas se llevan puestas todas las dictaduras. Y
nosotros seguimos marchando atrás.
Ahora y siempre.
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