Te encontrás de todo (como en cualquier parte). Desde la
vieja amable te hospeda en su casa, de pocas palabras, pero cuando entra en
confianza y cuenta –son muchas historias en las arrugas coquetas- de golpe se
pone firme, con los ojos de agua clara perdidos en un horizonte que ella ve (y
nosotros no) y está lista para que el Comandante aún ordene (tan viejo como
ella, en algún lugar que no sabemos), dura como la isla, suave como la sonrisa
que le vuelve, miliciana siempre.
Hay otro que se queja mientras camina al paso de uno, viendo
los barcos que entran y salen custodiados por cañones españoles en la bahía, y
se queja porque quiere progresar y no puede y no sabe cómo. Ante la disyuntiva -uno
de puro atrevido se la plantea, niega con la cabeza y los brazos que no, que
con esto (y se queja otro rato), que dentro de esto, con los de afuera no. Un
maestro, gana poco.
En el campo, ese extraño campo sin vacas gordas, ni
tranqueras, ni pampas, un campo de café, tabaco, palmeras reina y mogotes, en
ese campo los comités de defensa se multiplican, te miran altivos, te señalan
la banderita colgada en su casa, te abren su casa y te muestran que son dueños.
Uno dice de la casa, de la tierra, él te dice del país.
El conductor del taxi (viejo bote de los cincuentas mil
veces reciclado), mulato hablador que se esperanza con miami, que se quiere ir
y que se va a ir donde los parientes. Los parientes duelen, gusanos o no tanto,
familias que no se ven y se extrañan. Hay que entender la vida, aparte de los
libros.
Otros otros, miles de otros con los que no se hablará, sólo
unas decenas, cada uno con su opinión. Discuten de beisbol, política y el costo
de la vida en el parque central, cerca del Parlamento en refacciones.
La Habana en refacciones. Barrios multicolores del Vedado, y
más al fondo, Miramar. Por el malecón derecho se llega a eso que
eufemísticamente es la oficina de negocios, pero es la Embajada. No la tapan ya
con las banderas, pero como una topadora de jardín le pusieron el espacio del
anti imperialismo. Y es un espacio que se llena de gente, aunque de paso en un
día cualquiera no haya nadie. Y el sol cae como una tormenta y se mete en el
cuerpo.
Es su país. Es para aprender entre que uno ve el Caribe y el
Atlántico y enloquece con el agua turquesa. Uno se ve los pies. En Cuba se ve
todo.
¿Cómo será restablecer relaciones con los Estados Unidos? No
se. Si se que seguro están contentos, lo querían. Así como quieren
profundamente a Cuba. Pasando los días el patriotismo te da envidia, te lo
aseguro.
Solemne anuncio de Raúl. Volvieron los tres, y los cinco
están en casa. Uno podría pensar que es propaganda oficial, los afiches, las
pintadas prolijas, los cartelones en las carreteras. Pero no, encontrás a los
cinco en todos lados, pintados con pulso no tan firme en la columna de una
estación de tren, garabateados en una pared medio derrumbada, a mano en las
maderitas que hacen de cerca de una casa en medio del campo, en carteles de
cartón a los que le pasó más de un aguacero. Y son Gerardo, Ramón, Fernando,
Antonio y René, como conocidos de todos. Triunfo.
¿Qué sigue, cómo sigue?
El presidente color chocolate del imperio dice que la
política de aislamiento y de restricción a Cuba ha sido un fracaso. No es poco
el reconocimiento. Lo podían haber dicho otros, pero lo dijo este. El imperio
está en más de tres guerras a la vez, más de lo que puede. A la larga… América
dejadita a solas se ha estado reconstituyendo. Deben sonar como un eco los
alcarajo del gran Hugo, molestar el guiño del argentino desgarbado y su rosca
latinoamericana, en las propias narices de Bush. Pasó hace tan poco, hace
tanto. Pasó. No es que seamos una amenaza, no se compite con los portaaviones,
la tecnología bélica extraordinaria. Nuestro asunto es otro y tan mal no nos
va. Y como nos faltaba Cuba, fuimos todos a buscarla. Hace tanto, hace tan
poco.
El yanqui de color la invita a la Cumbre de las Américas, a
la OEA. ¿Y el bloqueo?
El bloqueo seguirá. Los republicanos saltaron como leche
hervida, algunos demócratas también. La pequeña Habana ni hablar. Que no. Hasta
que en algún momento alguno (y el presidente demócrata de color lo sabe bien)
intente la reconquista para la que el bloqueo sólo molesta, un bahía cochinos
de interné y celulares (que se multiplican en las manos de los cubanos).
Penetrar con la cultura, con lo que sea, volver el tiempo atrás. No creo, porque
esta gente pasó por demasiado, aún los que se hacen los que nacieron ahora. En
persona son más locuaces que en las fotos (los íconos).
La penetración capitalista, claro, es el problema. Por ahí
salen algunos bienintencionados advirtiéndole a los cubanos de los peligros… no
se les puede explicar a ellos qué es ser cubano, qué es defender lo logrado, qué
es lo que les conviene. Cuanto menos, no se debe. Ellos sabrán, y lo que pase
será parte de su historia como hasta ahora.
La revolución es dura, vaya
que lo es. Como las farmacias con sus anaqueles y cajitas blancas, sin
marcas, sin farmaciti. Desilusiona un poco, no parece una farmacia, faltan las
luces y las propagandas. Pero está lo que se busca, está. Así es la isla.
Cuba es pobre. Pero si uno tuviera que caer en la pobreza
sería bueno que te pase en Cuba (como soltó en una síntesis mi compañera). Y
Cuba es bella, tremendamente bella.
Tal vez ahora se invierta más, con eso de que vienen los
yanquis, seguro los rusos (que no se fueron del todo) y los chinos (que están
llegando) se apuran, invierten. Europeos pálidos que parecen brochetes al
solazo. Gringos, hotelesolinclusiv, Varadero, pronto Camaguey. Nosotros.
Es imposible entender todo tan rápido, los idealismos y los
libros se te parten en la cabeza. Te cantan. Se sientan en cualquier lado,
arrancan con la música y cantan. Alguno te tira el mangazo, otros te conversan
por el sólo placer de ejercer el idioma. Un deporte nacional.
El futuro siempre es tan incierto como la historia de esta
Patria Grande (la que siempre trata de llegar a ser lo que se había soñado que
fuera). Nada podemos decir sobre lo que vendrá, ni allá ni aquí. Sólo seguir
sintiendo ese profundo amor por la isla, esa cosa que llena el pecho en medio
del calor húmedo y el sol abrumador.
Y desde lo alto de Casablanca, en una ventana vigila todas
las noches la mirada del Che. Calma, atenta, confiada.
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