Hoy
se cumple un nuevo aniversario de la huelga general declarada por la CGT para
el 18 de octubre de 1945. Y es así, sin chicana. ¿O a usté no se le escapó
nunca la tortuga? Y tampoco tanto, porque algunos de esos sindicalistas sabían
muy bien lo que hacían, y tenían una clara percepción de los tiempos.
Sabían,
por ejemplo, que el 16 –cuando tenía lugar la crucial reunión de la dirección
de la central obrera- en muchos lugares de trabajo se venía parando de hecho,
que en otros pagos la movilización iba y venía esperando una señal tan sólo
(esa que ellos les iban a dar). Sabían que la cosa no daba para más.
¿Sabe
cuál era la discusión? Tenía que ver con que si la central de los trabajadores
argentinos podía salir a pelear por la libertad de un coronel (por mejor
conceptuado que se lo tuviera por su accionar a favor de conquistas históricas
del movimiento obrero) o, si había que atenerse a los principios. Y uno de
ellos sobre todo, el que hacía una religión de la independencia de la
organización obrera de las patronales y el Estado.
Los
que ganaron la votación (por cinco o seis votos, de un total que hoy parecería
ridículo, porque así de chico era el movimiento obrero organizado) argumentaban
que el Coronel representaba las conquistas ganadas (al fin y después de tanto)
y que si permitían su caída, signaban la suerte de esas conquistas. La venganza
de la patronal ya se comenzaba a sentir.
Además,
se autocondenaban. Porque las bases laburantes iban a salir igual y les iban a
pasar por encima.
Tenían
razón en ambas cosas. Pero ganaron la votación. La gente ya había comenzado a
salir, a subirse a esos camiones en blanco y negro, a correr por las calles de las
barriadas con los brazos en alto. Habían comenzado a entrar a la Capital como
en una invasión de ensueño. Sonriendo de verse. Como un encuentro demorado
tanto tiempo. Saludarse de vereda a vereda porque ya se conocían, desde aquella
primera vez que se estaban viendo todos juntos.
Queremos
a Perón.
Hacía
casi dos años que algunos se daban cuenta de que eran peronistas, porque el
peronismo todavía no existía. Y entonces…
La
historia de la lealtad se mezcla con la otra historia de su media hermana, la
traición. Parece ser que no hay una sin la otra. O no, o es un verso que
inventan los traidores.
El
peronismo tiene las dos historias y tan a flor de piel que da muchas veces
pasto a los que malquieren para que se ceben mal. Y es tan linda la gente que
da pena el odio. Porque los traidores son la mejor escusa de la cobardía de los
que nunca se ven manchados.
El
peronismo tiene la tradición del buen ladrón que se le confiesa a Jesús –cuando
se estaba muriendo- y le confiesa su fe y su amor. El Cristo se lo lleva al
cielo, porque como se dice que se ven malos que se vuelven buenos (y es
terriblemente difícil que un tonto se vuelva inteligente). Y así, el peronismo
perdona y salva.
A
no confundirse, que no todo da lo mismo y hay una larga historia para el que
quiera andar viendo. Los leales no andan pregonando su lealtad, la viven. Y
está. Declaman los otros, y me viene esa desconfianza que descubrí en algunos
ojos muy percudidos por la traición que llevaba los nombres de la lealtad. Hay
algunos perros que parecen malos, pero es que les pegaron mucho. No son temas
fáciles.
Conocí
a un peronista del 45 que decía –sobre todo en sobremesas de domingo- que los
primeros zapatos de cuero y cordones los había calzado gracias a Perón, y la
primera ida al cine, y la luna de miel en un hotel de lujo. Un rosario de las
mismas anécdotas que uno no se cansaba de escuchar. Y también que –eran tiempos
de Menem- mejor sería sacar el cajón de Perón y ponerlo en el balcón y que
gobierne, que lo iba a hacer mejor.
También
decía que el peronista era un fanático, se le inyectaban los ojos y crispaba
las manos grandes. Le asomaba una lágrima impertinente y nombraba a Eva. Cosas
de viejo, como cuando salía con los nietos y les compraba de todo –de todo eso
que no tuvo- y los mal(bien)criaba. Así era el abuelo de mis hijos.
También
supe de un militar que hizo honor a su nombre. Iba y venía llevando y trayendo
nieve, y en un momento dijo que no y se plantó con su uniforme y sus generales
de verdad (don José y don Manuel). El general Leal, a quien pude agradecer
cuando lo reconocí en el tren del Mitre por haber guardado algo de mis
soldaditos que desfilaban mi niñez, en medio de tanto frío.
Siempre
hay que ser agradecido y más cuando uno (y no sólo uno) encontró a su familia
después de tantos tumbos, que era cierto eso que decía una vieja peronista
sobre los que no sabíamos que éramos peronistas. Ovejas perdidas, peronistas
encontrados. Buena historia.
Y
ahora esta que se está escribiendo. Porque ya no habrá que hacer hacer memoria
para irse al peronismo de Perón, a mediados de los cuarenta y los gestos de
Evita. Que también, pero por suerte quedó más cerca y los pendejos que nos
abrumaban en la plaza de este 17 no se olvidarán, ni los mandarán a su casa, ni
les dirán que se callen. Hay descendencia asegurada. Debe ser el viento de
cola, de la cola de un vestido que Paco le hizo a Eva para que recibiera a los
grasitas.
Y
quién sabe adónde llevarán al peronismo estos pibes. Su peronismo.
En
realidad, la historia del 17 es muy simple, nada más querían a Perón (y lo
seguimos queriendo).
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