El 2001 fulminó al Radicalismo y nunca pudo
volver a ser el mismo partido. Ya no lo era hacía mucho tiempo, de todas
maneras. El “alfonsinismo” fue la última utopía de la boina blanca y quedó como
un heroísmo postrero, pese a las inconsecuencias que lo dejaron trunco y
derrotado por poderes que no iban a retirarse así como así. Claro, hablamos de
la larga post dictadura que consagró la impunidad de los uniformados asesinos y
también de los civiles que encubrieron asesinos en sus trajes de empresarios,
jueces, lobistas de intereses extranjeros. La democracia comenzó débil y
tutelada, cercada, con el aliento de las bestias detrás de escena. Alfonsín
tuvo, hay que decirlo, progresismos valerosos y agachadas tremendas, ambas
cosas memorables. Uno podría decir que se hizo lo que se pudo, si no se tuviera
la sospecha que se podía hacer más, sin que nadie pueda hoy ni nunca saber bien
a qué costo…
Por esa sombra de un Alfonsín que remedaba a un
Yrigoyen -que ningún argentino de esos ochenta pudo conocer pero bueno- porque
así son las leyendas cuando un colectivo social las hace encarnar en alguno.
Por eso a De la Rúa le fue muy difícil. Siempre había sido un pusilánime, y del
centro a la derecha. Había subido aplicadamente cada escalón del “cursus
honorum” de la política tradicional argentina hasta ser el senador más joven
que alumbró las Pampas. De allí lo de “chupete” que pocos recuerdan. Y siempre
a la derecha del dial. Sucede también que en la historia hay fatalidades,
cruces fatales, como lo fue el del casi siempre desdichado “progresismo”
político que encarnaba en la segunda década infame el FREPASO de un “aguerrido”
Chacho Alvarez, y el senador que estrenaba candidatura tras el hundimiento del
alfonsinismo.
La crisis política, de representación, como
quiera caracterizarla (sabemos de qué estamos hablando, ¿no?), dijo presente en
esos tiempos. Primera cosa a notar, digamos, la presencia de ese tercer partido
con posibilidades de reunir votos. Nos detenemos un cachito (¿si?) … Cuando uno
habla de “tercer partido”, es porque la tradición marca “bipartidismo” que, en
un tiempo fue entre conservadores y radicales (en otros países más apegados a
la ciencia política de libro, el clásico era entre liberales y conservadores),
para luego caer en el contemporáneo radicales vs peronistas. El tercero en
discordia intentaba ser la cuña, pero en nuestro particular desarrollo no era
para partir en tercios la preferencia electoral civilizadamente. En nuestro
caso siempre fue necesario pensar el agotamiento del sistema político basado en
el bipartidismo, para dar paso a una de dos/tres “revoluciones”. Por derecha,
un tercer partido que rejuntara la experiencia del PAN roquista (Partido
Autonomista Nacional, el sello político de la generación del Ochenta y el
modelo agro-exportador). Así pasaron muchos, desprendimientos provinciales de
oligarquías en baja política (y en tránsito económico hacia fronteras no tan
productivas como lo fueron la carne y los granos), la Nueva Fuerza que se
pretendía “de centro” (como siempre la derecha) y un sonriente Julio Chamizo,
ese líder que ignoramos olímpicamente y era el dueño de Jabón Federal (un buen
jabón, la verdá). Así hasta la Unión de Centro Democrático (UCD) del incansable
Alvaro Alsogaray, el (capitán) ingeniero que nunca tuvo votos pero le juntó la
cabeza al “liberalismo” argentino y con su hija María Julia y Adelina Dalesio
de Viola lograron hacer lo que la “Libertadora” no pudo, hacer bosta al
peronismo por dentro. Ya hablamos de eso, paciencia.
Hay que anotar otros intentos muy interesantes,
protagonizados por Domingo Cavallo (entronizado en la política por el cordobés
José Manuel de la Sota, en un puestito de diputado para la Fundación
Mediterránea, a no olvidar) con su Acción por la República (AR) que tampoco dio
que hablar por haber sacado mucho voto, sólo lo suficiente para mantener en el
candelero a sus hombres clave, que darían vuelta por la política argentina en
busca del paraíso perdido (y lo encontraron). Después, ya en los albores del
nuevo siglo aparece Compromiso para el Cambio como partido de distrito, y ya
esa digamos que es otra historia (el impulsor era Mauricio, el hijo bobo de
Franco, famoso contrabandista de automóviles, entre otras cosas).
Eso por derecha. Por izquierda, nada de tercer
partido, porque la izquierda (la marxista) siempre aspiró a construir el
partido “de la clase” (la clase obrera, que era y es, aún hoy, mayoritariamente
peronista, un detalle). No obstante, como estrategia electoral en tiempos de
democracia (burguesa) bien valía un “tercero”, más con una crisis orgánica
(perdón, don Antonio) del capitalismo y la dominación de la burguesía. No pasó
nada, como siempre. Pero mucha lucha. Es que la gente es tan hija de puta…
Por centro izquierda, por el lado progresista,
ahí si se lograron avances. Por si no recuerda o es demasiado joven (y de leer
mucho no), Oscar Alende armó el PI (Partido Intransigente) y la famosa Alianza
Popular Revolucionaria (…) en aquella mítica elección de 1973 en la que ganó
Cámpora (y Perón). Pero su costadito tuvo la experiencia, y por primera vez el
progresismo tuvo un lugar y no haciéndose los zurdos en el radicalismo o
puteando en casa. La otra gran experiencia exitosa, fue sin duda, el Frente
Grande. Primero heredero del Grupo de los 8, y luego metamorfoseado en un
partido en el que convergerían peronistas, intransigentes, ex radicales, ex
izquierdistas, y fulanos de que se decían “socialistas” sui géneris en
confesiones de invierno. Alguna vez me dijo un peruca del FG sobre su grupo que
eran como 43/70, negros pero más suaves (nota de color).
Sabemos cómo terminó. En ese cruce del que
hablábamos. Y eso nos lleva de nuevo a la crisis política del 2001. La Alianza
(frente compuesto principalmente por la UCR y el FREPASO) no dio vuelta la
página del ensayo neoliberal del menemismo e intentó, inclusive, salir de ese
modelo con herramientas que no manejaba… Terminó en estallido y con 39 muertos,
de esos que salen de un solo lado (del nuestro). El Radicalismo como tal entró
en una crisis terminal, no sólo se dividió en pedazos por personalidades (López
Murphy, Carrió, Stolbizer, y otros) sino que perdió, definitivamente su componente “progresista”. Sus antiguos
líderes alfonsinistas, esa loca juventud del Renovación y Cambio de los ochenta
envejeció y rumbeó decididamente a la derecha (menos el digno y respetable
Leopoldo Moreau, que sigue en la misma y por eso lo rajaron del partido que ya
no era ese partido). El Radicalismo perdió su alma o la vendió al diablo, puso
a disposición de la derecha liberal su andamiaje nacional –vacío, pero aún con
algún poder de decisión en muchos lugares- y se abalanzó sobre su merecido
plato de lentejas. Un final que será tan largo como indigno, según lo que puede
verse.
Dicho todo esto, podemos comenzar el tema. ¿El
peronismo no tuvo su crisis política? Si y no. En primer lugar, el peronismo
orgánico evitó esa crisis de representación política y social porque estuvo en
el poder (en la parte de poder que se puede tener en una democracia como la
nuestra). Tras el naufragio del alfonsinismo, emergió un Menem fortalecido por
haberle ganado una interna increíble a don Antonio Cafiero (ese padre biológico
de la renovación peronista). Quedó solo en el escenario político como pocas
veces, con todo a favor y la esperanza renovada. Lástima, porque decidió
traicionar absolutamente y a fondo no solamente el ideario peronista, la
doctrina y la historia, sino que comandó la apertura definitiva a las teorías
neoliberales dentro del peronismo. Y acá otro aparte necesario…
Ya con las ideas “desarrollistas” (y no en
estado puro como las del Frondizi de “Petróleo y Política”, sino con las multinacionales
adentro) habían penetrado lentamente en el peronismo en la década del sesenta.
El llamado “neoperonismo” flirteaba con un keynesianismo del subdesarrollo que
no le hacía un asco al encuadramiento en las buenas maneras y las limitaciones
de la dependencia. La tumultuosa década del 70 y la radicalización de la
juventud (gloriosa) retrasó y en parte inutilizó esas avanzadas, pero pudo
neutralizarlas. La represión hizo el resto, dejándonos sin los miles que
hubieran debido ser nuestros dirigentes y candidatos en los años por venir.
Tras la tormenta, reaparecieron las teorías del peronismo como nuevo “partido
del orden” que, junto a conceptos como “populismo” son la psicogénesis del
gorilismo adentro del proyecto nacional. Es necesario reconocer estas cosas y
estar atento… Es cuando se plantea un peronismo “partido” y menos “movimiento”,
más conservador para ocupar un lugar en la diáspora. Son los antecedentes del
menemismo y también del duhaldismo (que no son lo mismo, pero que nacieron
juntos). Mientras, se apagaba en soledad Saúl querido y parte de la mística.
Porque daba vergüenza el “peronismo” de los menemistas, un pecado colectivo
aunque no de todos los peronistas. La “masa” quedó en silencio, como
chamuscada.
La salida de la crisis del 2001 fue capitaneada
por un peronista conservador como Duhalde, y terminó en el puente Pueyrredón y
la cacería de Avellaneda. Más tragedia. El bastón de mando quedó en el aire y
fue a parar a las manos de un santacruceño casi desconocido. Néstor Kirchner es
el salvador del peronismo, el que nos devolvió la esperanza y el orgullo, el
que nos empujó hasta que entre todos nos vimos dignos. Es impagable la deuda
que el movimiento nacional tiene y tendrá para siempre con ese hombre. Gran
parte de mi generación, ve su foto y la besa en un acto de fe que explica más
que mil bibliotecas la ideología política y la realidad efectiva. Y después
Cristina, la gran continuadora y la actualidad insoslayable de un peronismo
que, como la Patria, existe.
Por esto es que el peronismo no tuvo la crisis
de representación que si destruyó al Radicalismo como espacio político. Pero…
La guadaña está en el aire. La fractura del
bloque popular (y entendemos con esto, a todo ese arco que bancó gran parte de
la “década ganada”) permitió que la derecha triunfara de la mano del voto
popular por primera vez. Si el peronismo como tal no logra ahora alcanzar la
unidad, teniendo en cuenta el proyecto nacional y popular 2003-2015 como base,
está expuesto a ser víctima de esa crisis en suspenso. Se corre el peligro de
que, finalmente, termine consolidándose la división del Justicialismo como
definitiva y no –como fue hasta ahora- por el devenir de la coyuntura.
En un país como el nuestro, subdesarrollado y
dependiente, con el neoliberalismo desplegando nuevamente –y peor- su modelo de
subordinación financiera y destrucción del aparato estatal recuperado por el
último peronismo, no hay cabida para experiencias de un peronismo dócil y
aceptable para el poder real. Cuando ese peronismo “sensato” colabora dando luz
verde para pagar la libra de carne a los fondos buitres, o cuando sugiere que
podría acompañar reformas tributarias, laborales, previsionales diseñadas por
el FMI, entonces ciertamente se está a un paso de cumplir la maldición. Lo
mismo ocurre con la esperanza no corroborada y puramente teórica de “la ancha
avenida del medio”, que sólo serviría para que la transitaran los camiones de
Prosegur rumbo a Ezeiza (igual).
La única manera es la unidad del peronismo en
torno a un programa peronista, que tome a los logros de los gobiernos
kirchneristas como piso (nunca es al cuete repetir esto).
Resumiendo (mal y pronto):
El Radicalismo selló su destino dando aire a
sus componentes más reaccionarios que terminaron sellando una alianza con el
neoliberalismo, y completó de esta manera, el ciclo de caída libre que estalló
en el 2001;
La emergencia del “tercer partido” se demostró
efectiva cuando pudo ser un elemento progresista dentro del Frente Nacional
construido y liderado por el peronismo. De eso se trató el Frente para la
Victoria, la última versión frentista del peronismo, que se potenció haciéndose
verdaderamente transversal. Queda si, un desafío para el progresismo, de
levantar un programa superador dentro del espacio y ganar voluntades;
Si el peronismo repite esquemas presentándose
como cabeza de varias coaliciones (es decir, por separado) colaborará con el
neoliberalismo y posibilitará que la destrucción de la Nación continúe. El
peligro, además, es que consolide su propia división y finalmente, los
herederos de la Libertadora logren la inutilización del movimiento nacional por
mucho tiempo.
Así las cosas… para analizar cómo sería que nos
vaya bien, hay tiempo y es más fácil. Y se la dejo para otra vez.
Viva Perón.
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