La “buena educación” hablaba de
buenas maneras, poco de educación; algo así como un manual de comportamiento
(ya se le quitaba el precedente “buen”, entendiendo que sólo hay una manera de
comportarse). Entonces, al lavarse las manos antes de las comidas, al aseo
personal y el decoro, al saludo sobre todo a los mayores, a la saludable
preferencia por el silencio y la economía de palabras (pensamientos, por ende),
se le fue agregando un respeto reverencial por la autoridad y lo consagrado
(nunca mejor dicho) como lo "normal" y deseado.
De estas cuestiones tan simples y
complejas a la vez, vea usté, depende el Orden (con mayúscula). Como cualquiera
puede intuir, sin orden no están dadas las condiciones para una vida
civilizada. Cada uno haría lo que quisiera, lo que sus impulsos (o sus deseos,
si se le quiere poner alguna intencionalidad al destino) le dictasen y a no
dudar que terminaríamos matándonos por las calles.
Como se verá ya a la altura de
este tercer párrafo, esto trata de una serie de banalidades que sólo le
importan al Poder, que es el poder sobre los que no tienen poder. Los que
pueden han puesto las normas, sencillamente porque podían. Es de zurdito
agregar que lo hacen para garantizar su propio privilegio a “poder”… Y bien.
Por contrapartida, todo discurso que cuestione, tergiverse, contraríe a esta
clase de relato, será desechado y deslegitimado hasta la humillación. Lo que,
desde ya, no convierte en maravilloso todo aquello que se oponga a lo
establecido por el sólo hecho de que se opone. Maravilloso no, ... tentador seguro.
En definitiva, se trata de que
cada uno ocupe su lugar. Sin pensar y más, con la tranquilidad que da el
sentido común de que es así. Uno apenas puede imaginar lo perturbador que habrá
sido la irrupción de humanoides femeninos aullando “sin corpiño y sin calzón,
somos todas de Perón”, o una artista encumbrada a primera dama recomendando a
las sirvientas que luego de pedir permiso para ir a la reunión del sindicato en
varias oportunidades sin resultado, sacaran de la heladera una botella de
champagne y se la partieran en la cabeza a los patrones, y vayan nomás. La
osadía, la indolencia (cuando no, transformada en insolencia), lo altanero del
subordinado, son todas cuestiones que hieren sentimientos profundamente
inoculados. El peronismo ha sido como un peine que despeina, pasado a
contrapelo. Irrita, violenta, incomoda.
Imagine… valores como el Campo,
con su cuerno de la abundancia lleno de hortalizas, las vacas pastando y un mar
de trigo dorado haciendo de guarda; el noble chacarero curtido al sol sobre el
surco y un tractor más acá del horizonte. Es un derroche de imágenes que
remiten al trabajo verdadero, a la esencia de la patria. Los lugares comunes
pastorales nos embocan en un supuesto pasado perfecto, sin distinciones sociales,
ni pujas distributivas, en el que poniendo el hombro se soluciona todo. Así
revoloteaban sobre el imaginario del fulano citadino espantado ante la 125,
cuya aproximación máxima al campo era la maceta del balcón… y la cultura.
Imagine más... esa idea machacada
y tan natural de la familia como célula primordial y base de la sociedad. Mi
familia y yo, mi familia extensa (amigos) y yo, y el resto en un difícil
equilibrio amenazante. Porque el afuera es una incógnita y un peligro. Afuera
están los motochorros, los que vaya a saber de qué viven, los negros, y
blábláblá. Y el peronismo nuevamente, con que “nadie se realiza en una
comunidad que no se realiza”, que la “comunidad organizada”, y para colmo, en
la alborada del siglo XXI eso de que “la patria es el otro”. Mi dios.
Gritar es feo, protestar peor aún,
marchar por la calle es tremendo, hacer huelga, afiliarse a un sindicato (con
dirigentes chorros y mafiosos), arengar al compañero. Son actitudes que llevan
a la violencia verbal y de allí, violencia de sacados irrumpiendo en el pulcro
espacio público. Había que enrejar.
El peronismo no pretendió ser una
contracultura, pero ese fue el resultado. Porque ha sido este movimiento
(nacional y popular) el que se erigió como un muro de contención contra la
moral burguesa. Fíjese. No ha sido el respetable pensamiento de izquierda que
tiene su lugar en la minoría, porque ya se sabe que siempre hay disconformes.
El peronismo transformó la disconformidad en una cuestión de masas. Y -vuelva a
fijarse- por más traiciones y berretadas que arrastre en su historia, sigue
convocando el susto de los buenos, los bien parecidos, los bien pensantes, la
gente como la gente. Siempre se puede esperar cualquier cosa del peronismo,
como de un animal que no es doméstico por más que viva en casa. Guarda, a no
descuidarse, es en esencia "revolucionario" (o no serás nada).
La contracara del problema está
en una parte de la "gente", que a veces (como en estos tiempos) se
manifiesta abiertamente por la cultura hegemónica (y por el poder hegemónico de
la burguesía en este país de capitalistas atrasados y bandoleros). Para estos
conciudadanos, la autoridad está dada por la prosapia de la posesión, los que
tienen son los que tenían que tener. No importa cómo llegaron, están allí y por
algo será. Les resultan más confiables aunque terminen siempre por
esquilmarlos. Y será porque de esta manera el universo sigue fluyendo sin mucho
sobresalto.
La pregunta "¿y por
qué?" es patrimonio de los niños y niñas de tres años y de los que no
terminan de acomodarse y aceptar su destino de subordinados. Para el resto
quedan las delicias de vivir previsiblemente, "mal pero acostumbráu"
como decía Inodoro Pereyra. Ahora, ¿les resulta? La verdad es que no, porque
cada tanto -algunos hablan de ciclos como quién invoca fórmulas consagradas por
magia o la desgracia- el país social se pudre. A los saqueadores se les va la
mano y se desmadra, hasta que llega un equipo de fulanos (el peronismo también
en esto es pródigo) que enderezan la crisis y estabilizan, se recrea el círculo
virtuoso de la economía y ... nuevamente el país está a punto de caramelo para
retomar la costumbre del saqueo.
En democracia se puede ganar una
elección, pero no se puede hacer una revolución. Nada dura al parecer, como un
perverso sinfín... Y ahí también reaparece la idea peronista de torcer el
destino, intentarlo una y otra vez. Por suerte está la izquierda para apuntar
que es un trabajo al pedo, que no se puede reformar el capitalismo y hacerlo
humano. Y bué.
Muchos que no son peronistas
-pero si peronistas dependientes- ven este problema en que el peronismo tiene
por vocación desunirse y personalizarse. Y ven también, a veces con honesta
preocupación, que a la vez existe una tendencia muy fuerte a juntarse. Y ven la
bolsa de gatos, que se justan justos y pecadores en un borrón y cuenta nuevo
infinito. En lo descriptivo no les falta razón, suelen fracasar en lo
comprensivo de los profundos procesos político sociales que no se solucionan
inequívocamente en el momento en que uno lo desea. ¿Habría que pedirles
paciencia? Tal vez sí, pero no tienen por qué tenerla. Estaría bueno que se
organizaran -sin dividirse...- y plantaran alternativas en el campo popular
cuando el peronismo emerge con su potencia y se hace nuevamente dirigente del
proceso político.
Para terminársela por ahora, una
última cosita. Batallas económicas y políticas hay y habrá como pinceladas de
la coyuntura y los famosos "ciclos", pero las batallas culturales
perduran con una solidez descomunal. La creencia en la licitud de lo dado, que
es lo que sostiene el poder hegemónico de esta burguesía gerenciadora y
horrorosamente hipócrita, es el tema de los temas si uno pretende cambiar algo
de en serio.
El poder de Drácula reside en que
nadie cree que exista... con la "clase dirigente" pasa algo
similar. Es simplemente un relato con
historia y con muchísima plata detrás. Y cómplices, y muchos pero muchos extras.
De allí que el asunto de los
traidores y las agachadas en el campo popular no puede ser el tema central, por
más impotencia y angustia que traigan estos tiempos berretas. Armar mayorías,
plantear un proyecto de pocos pero vitales puntos (que todos conocemos) que
congreguen. Ese es un tema. ¿O no?
Y el cierre... mire usté que la cabeza de la gente -no la de
todos, pero sí de muchos- está llena de basura liberal, de patogenia
conservadora, de tanto verso patriótico para un país que se les hace ajeno y
poquita cosa. Entonces la herejía peronista se planta y plantea, sin haberlo
tratarlo en varios congresos, que la Patria sea grande y el Pueblo feliz.
Y cada tanto, cumple. Como Perón.
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