"(...)La
revolución que acaba de comenzar es evidencia de esto. Poseemos la fuerza de
las masas organizadas capaces de superar todos los obstáculos y de conducir al
proletariado a la revolución mundial.
Ahora hay que
construir un estado del proletariado en Rusia.
¡Larga vida a la
revolución socialista del mundo!"
Discurso de Lenin al pisar suelo ruso; 15-04-1917; http://leninrevolucionario.blogspot.com.ar/2007/06/discursos_6904.html
Una estrella fugaz que no termina
de pasar. Noche tras noche.
Fue una llamarada en un mundo que
no era éste. La promesa que comenzaba a cumplirse en manos de soldados, obreros
y campesinos -que era decir lo mismo- en una tierra devastada por la guerra y
por la servidumbre de siglos, sin que pudiera saberse cuál de las dos era la
mayor calamidad. El poder lo tomó a mal, no tanto por la caída de la autocracia
zarista que era una empedernida apuesta de un absolutismo trasnochado sin ton
ni son; multitud de parásitos principescos que usufructuaban a más no poder el
alma de la Madre Rusia. Y junto a ellos la Iglesia Ortodoxa, guardiana fiel de
los valores rusos y de la explotación rusa al pueblo ruso.
Ojos al cielo. De los establos a
las ciudades para entrar en el siglo
finalmente; ingenuos, poco sabidos. Millones vagando por un país enorme y
vacío, por donde se colaba el frío siempre. Y ahora... comer, terminar la guerra, comenzar otra vida. Paz, pan y
tierra. Comer era todo un tema y los que se llamaron "rusos blancos"
lo sabían. Comenzaron otra guerra pero esta vez abiertamente contra el pueblo
que era, al fin y al cabo, su enemigo; eso lo tenían claro. Como aquel soldado
de "Cien días que conmovieron al mundo" al que Reed le hace decir
"puede que usted tenga razón camarada, pero lo cierto es que hay dos
clases..." La clase capitalista, la burguesía -que en la Rusia tradicional
venía con el regalito de la nobleza- y su antagónica, el proletariado liderado
por la clase obrera industrial -en Rusia era minoritaria y estaba en Kiev,
Moscú y San Petersburgo- y conformada también por el campesinado sin tierra. La
sociedad era más compleja (siempre lo es), pero en el fondo, había dos clases.
Muchas cosas quedaron para
después, porque el ahora del primer Estado Obrero del mundo fue la guerra civil
o, lo que es decir que los que mandaban no podían soportar no mandar, perder un
mundo dorado que duraría por otros mil años, ser reemplazados por la chusma
plebeya y encima, roja. Ataques armados, atentados, venganzas, intervención de
potencias extranjeras, desabastecimiento, hambruna. Y en el medio de todo el
desorden, el “construyamos el Socialismo” como decía Lenin. Muchas cosas
quedaron para después pero ese entusiasmo, mezcla de patriotismo y revolución,
logró más en pocos años que en toda una larga historia. Una vanguardia aguerrida
y convencida lideró pueblos de los que occidente sabía poco y nada. Esos eran
los comunistas, y el resto rusos, humilde y orgullosamente rusos. Fue su causa
nacional, por más internacionalismo proletario que alguno le quiera poner.
Seguramente las revoluciones lo
son primero para sus protagonistas, y después como guía para otros. La Rusia
soviética fue un faro de enorme luminosidad para todos los que luchaban por un
mundo mejor, y lo fue por muchos años, aún más allá de las alternativas rusas.
Sucede. En tren de buscar repercusiones, acá tenemos la Semana Trágica en la
que ya algunos rancios señoritos de la política, rancios militarotes celosos de
la soberanía (para el caso, se llama también xenofobia), y rancios radicales
antiyrigoyenistas, encontraron que en Buenos Aires se había instalado ya un
“soviet”. Lo usaron para denigrar a los huelguistas de los Talleres Vasena y a
los trabajadores que se solidarizaban con ellos; lo usaron para ir contra
judíos en Villa Crespo cuando la cacería se extendió; y lo siguieron usando
contra los marítimos de la FOM (Federación Obrera Marítima) cuando se les
ocurrió liderar y diseñar un poderoso movimiento obrero. “Soviets” eran los
consejos y asambleas de obreros, campesinos y soldados que se fueron formando
en la Rusia Zarista desde el alzamiento de 1905, y que terminaron dirigiendo
los bolcheviques. La consigna de Lenin de “todo el poder a los soviets” lanzaba
la más grande revolución proletaria de la historia. Entonces, el miedo es
exagerado, pero no es tonto.
Después viene toda la
disquisición sobre qué cosa fue la Revolución de Octubre… y ya que estamos,
digamos que si cayó el 7 de noviembre ¿cómo fue lo del nombre consagrado?, ya
que ocurrió también el 25 de octubre. Cosas de la pelea de calendarios juliano
(vigente con los zares) y el gregoriano de occidente, nada de qué preocuparse…
De si se trató del acto final del ciclo iniciado por la gran revolución
burguesa en Francia en 1789, pasando por las revoluciones europeas de 1830 y
sobre todo la de 1848. O si, por su carácter de emancipación proletaria,
debemos hablar de un acontecimiento nuevo, al amparo ideológico de un Marx que
recorrió Europa (como el fantasma del Manifiesto).
Puede ser, o no. Lo que importa
es que al amparo de esa Revolución, y sobre todo de la idea de la revolución,
los pueblos del llamado Tercer Mundo se animaron a caminar medio solos cuando
avanzó el siglo XX. Para algunos la URSS fue el hermano mayor, para otros el
Gran Hermano, y para otros, un imperialismo “bueno” que les permitía equilibrar
el poder hegemónico del gran capital norteamericano. Y así fueron los
movimientos de liberación nacionales y los procesos populares que, aprovechando
las crisis abiertas o latentes al interior de la hegemonía burguesa, hasta
dieron cosas memorables como nuestra revolución Justicialista.
En fin. Las revoluciones reales
son de los pueblos que las hacen, y sólo ellos pueden dar cuenta de los caminos
emprendidos. Los de afuera somos de palos; son los rusos los que harán el
balance en este caso. Mientras, nos queda por decir que hace cien años un grupo
de dirigentes bolcheviques pudo organizar en soviets a una masa de soldados
derrotados de una guerra pavorosa, a obreros nuevos y campesinos pobrísimos en
un país gigantesco e hicieron una gran Revolución Socialista, y que nada fue lo
mismo desde entonces.
Como esa estrella fugaz que no
termina nunca de pasar.
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