“Lo único que me importa es que
sean honestos”… Viene a ser: decir la verdad, no robar, no engañar. Y pará de
contar; se me da que no sirve así solo para un proyecto de país pero mucha
gente está convencida de que si. Y así votaron (y muchos, así votarán aún). Y
si bien siempre te dicen que se trata de un valor que va más allá de toda
circunstancia (específicamente, más allá de banderías e ideologías políticas),
la vara de la honestidad mide preferentemente procesos populares. Allí se
encuentran los casos de corrupción a patadas y se fantasea como sólo pueden
fantasear los que nunca serán, se fantasea mucho y sin conocimiento de causa ni
de efecto.
De nada vale agregar que para ser un buen político hay que tener en
cuenta otros factores, como una escala de valores que tiene que ver con la
ideología, el conocimiento del pueblo (y la pertenencia al), el sentido de los
equilibrios sociales necesarios y la consiguiente predisposición para negociar
con otros desde lo que es propio, por un decir. Pero no, con que no meta la
mano en la lata, yastá. Tan simple.
Difícilmente encuentre esta
triste gente deshonestos entre empresarios, o en medio de negociaciones
internacionales relativas a la toma de créditos (deuda externa, que le dicen), o
coimas ofrecidas/pagadas por empresas. Difícilmente se encuentre la corrupción
en el corazón y cerebro del sistema, se los descubre mucho más abajo y en su
periferia. Y si no se lo puede ignorar, se confunde lo que es estructural con
lo que es moralmente reprochable. Si de golpe se les dice a los incautos que
muchas grandes empresas tienen manejos corruptos, o que es corrupto gran parte
del Poder Judicial, abrirán grandes los ojos y asomará una sombra de temor que
rápidamente contra-atacará con la sospecha de que estamos intentando cubrir a
tal o cual ex-funcionario (de los gobiernos K). Hasta dudar de los poderosos
suena peligroso, como si éstos pudieran saber al instante que se duda, y
apareciera la posibilidad del castigo. El enemigo está adentro, enroscadito en
el alma haciendo lo suyo.
Hace mucho tiempo, la honestidad
en los trabajadores fue uno de esos valores que los distinguía y hacía más
clara y honrosa la lucha por las reivindicaciones históricas. Así lo pensaba el
viejo anarquismo, el socialismo y el comunismo cuando guiaban a la clase
obrera. Sabían, no obstante, que la moral burguesa exigía la honestidad en los
subordinados como prerrequisito de sometimiento a las leyes de hierro del Capital
y también, como resguardo al sabotaje posible y al robo por resentimiento.
Domesticar al laburante ha sido siempre la meta del capitalismo. Más tarde
descubrirían el “consenso”. El peronismo tomó la posta y elevó la premisa del
trabajador honesto y honrado como valor en la construcción de una cultura del
trabajo que, si bien no se proponía como alternativa al Capital, rivalizaba en
autenticidad ética y, en el fondo, disputaba el poder. Ya no se trataba de ser
premiados, bien mirados, considerados por el patrón, era porque los de abajo
resultaron moralmente superiores a los de arriba.
Pero las cosas se mezclaron y
guerra mediática de exposición prolongada de por medio, henos aquí buscando
atorrantes sólo entre nosotros, sólo entre políticos, sólo entre peronistas… sólo
en el gobierno anterior.
La derecha ha sido
constitutivamente deshonesta y esencialmente corrupta desde el vamos. Saltó
sobre el país al saqueo, presentándolo como la formación del Estado Nacional, y
así siguió. La historia es conocida para muchos, confundida para el resto. Como
se sabe, el ojo del amo engorda el ganado y es por eso que a esta población que
vota flotando, que no toma partido porque considera que eso es ser “independiente”,
que puede votar a uno y al contrario en dos elecciones consecutivas, a todos
esos el amo los sigue de cerca. Y les dice que lo más importante es ser
honestos y no llegar a político para robar del Estado. Y el bobo, con la boca
llena de alpiste, practica alborozado el honestismo. Se ve bueno, se ve lindo.
Uno no va a negar la posibilidad
del choreo (aún la casi certeza en algún caso) y tampoco darlo por sentado sin
ninguna prueba, sólo porque lo dicen mucho en la tele. El caso no es ese, sino
no caer tan repetidamente en la trampa de los que ganan siempre y no se
candidatean a nada (será porque los electivos son “cargos menores”).
Se trata de ver más allá de las
anteojeras pseudo éticas, de la moralina (tan burguesa), que son importantes
los procesos nacionales y populares y los gobiernos que los ponen en marcha
–como es el caso del período 2003-2015- para la recuperación del país (vea si
no lo de la reconversión vía quita, reprogramación de plazos y pago efectivo de
la deuda externa), mantenimiento del superávit fiscal, dinamización y
crecimiento del mercado interno, recuperación salarial y aumento del salario
indirecto, protección de sectores vulnerados y no alcanzados por la economía
formal (ahí va la Asignación Universal por Hijo), reindustrialización
progresiva y recuperación de científicos formados en el país. Podría seguir
con cosas que muchos saben (y algunos se niegan a creer, pese a haberlo
disfrutado); baste decir que para eso son los gobiernos populares (no diga
populista, por favor).
Ser honesto es de buena gente,
pero el honestismo es cosa de pelotudos.
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