“Con el comienzo del año electoral las acciones políticas de
Sergio Massa cayeron en picada. Sus pocos candidatos brillaron por su magra
cosecha, en Mendoza se colgó a la candidatura de un radical que lo desairó la
misma noche de la elección y en la Ciudad de Buenos Aires su candidato aspira
el 1,5% de los votos para superar el umbral de las PASO. El derrape en los
comicios aceleró la sangría de dirigentes conurbanos –esta semana se sumó a la
defección del cacique de Avellaneda, Baldomero ‘Cacho’ Álvarez- y la
persistente presión del establishment para que baje su precandidatura
presidencial y compita por la gobernación bonaerense…”
El diario me lo sacó de la boca. Hace un par de días iba a
escribir sobre esto y casi iba a decir eso que ahora debo encomillar. También
se dice en la nota periodística que el infortunado Sergio formalizaría el
próximo 1° de mayo su predisposición a competir en una interna amplia con
Macri, Sanz y Carrió. Eso sería distinto que bajarse, pero acepta por omisión el
hecho incontrastable de que su candidatura no goza del dorado prestigio que
tuviera tras las legislativas del 2013. Y encima es muy posible que se lo
rechacen.
La esperanza blanca es Mauricio, es la nave insignia
amarilla PRO en la que los medios hegemónicos (eufemismo que vale por la red
tentacular y espectacular de Clarín y su socio de Papel Prensa, La Nación) y
los poderes concentrados (esos subsidiarios de los fondos buitres y los más
tradicionales de la oligarquía financiera local) han puesto sus esperanzas. No
Massa; porque aunque Massa se baje o no se baje, ya se cayó.
El intendente de Tigre supo enhebrar una coalición
bonaerense de despechados y supo también cubrirlo con un manto de piedad que se
llamó “peronismo renovador”. Un peronismo tradicional, pariente pobre de un
duhaldismo con más cara de orto que su mentor; y también de un menemismo
desarticulado y viejo, cuyo actor principal es el suegro Galmarini. Lindo tren
fantasma. Pero con ese mamarracho pudo hablarle al oído a muchos votantes que
alguna vez le pusieron el voto al Frente para la Victoria y se enojaron por la
guerra rural que vendieron los medios, por el cepo al dólar (esos dólares que
se consiguen incluso legalmente, pero que algunos insisten en ven solamente
azules), por Ganancias, porque Cristina es soberbia (y es Presidenta). Porque
son tremendamente influenciables, asustadizos, y ven demasiada tele.
Cuando los dirigentes van abandonando el barco, uno que es
un buen peronista les debe decir: ¡Bienvenido de vuelta, compañero rata! Que no
es cuestión de escupir arriba de un voto, sobre todo cuando nosotros no
cambiamos ni una coma y ellos van y vienen. Allá ellos.
Eso con los dirigentes, ¿y con la gente? Massa amenaza a sus
ex empleadores con que si se baja esos votos se van con Scioli, que vuelven al
kirchnerismo (sé que algunos piensan que el sustantivo propio y el común
designan cosas diferentes, cuestión que deberá discutirse en otro momento o en
otra nota). Puede tener razón. Nosotros debemos recuperar esos votos, ¿o no?
De todas maneras y más allá de lo que pase, lo que quiero
señalar es que ese peronismo de lavandina, ese peronismo que se quiere parecer
al PRO con frases fáciles y de aparente sentido común, pura consigna de oenegé,
medio boludo, sin riesgos y que sonríe a los poderosos y no entran en
contradicción con nadie, ese que no define nada; que ese peronismo, con ser
posible, fracasa. Es tan fuerte la historia del peronismo real, que la
mascarada con las sobras de la fiesta de los ricos en algún momento se ve como
lo que es. Se ve que es nada.
Y de la nada, nada surge.
La cita es de “La quimera de la Paso Grande” de Adrián
Murano; Tiempo Argentino del jueves 23 de abril de 2015; pág. 28
Marquesito. Siempre tan claro!
ResponderEliminarContundente, claro.
ResponderEliminarche y al final... nos conviene que se desinfle o hay que darle una infladita y que les lime un poquito de porcentaje a Macri y Scioli?
ResponderEliminarGuillote